EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
Ayer se recordaba a San Francisco de Asís, a quien se lo conoce como el patrono de todos los animales. Bueno, de casi todos, porque entre los humanos hay cada animal que compite de manera profesional con las más feroces bestias.
Pero sin entrar en filosofar si una persona es más animal que el propio animal, porque si no perdemos el hilo de la idea principal, decíamos que Francisco era un buen tipo. Claro, a él le resultaba fácil porque su papá era un rico comerciante, por lo tanto él, como buen “hijo de apá”, incluso hacía ostentación de la fortuna del viejo.
Pero como a los 20 años algo cambió dentro de él. Tal vez el hecho de haber sido prisionero durante varios meses en una de las revueltas de la ciudad contribuyó a que comenzara una transformación interna, que desembocó 5 años después, tras un viaje a Apulia, en una metamorfosis completa de su espíritu.
Cuentan que luego de profundas reflexiones y meditaciones, Francisco comenzó a renunciar a sus posesiones materiales y decidió ayudar a todos los seres vivos, especialmente a los animales, a los que llamaba hermanos menores.
A tal punto llegó su amor por los seres vivos que sorprendió a los ciudadanos la ayuda que prestaba a los leprosos, que por esa época –primera década del Siglo XIII–, eran temidos, no solo rechazados, sino perseguidos... y más.
Este espacio hoy no trata de religión ni del amor lírico por los animales, sino por tomar conciencia de la situación actual de la vida en el mundo. Los animales se están muriendo. Y no me refiero a “los pobres osos polares que mueren de hambre en el polo”, osos que nunca vimos y de los que solo conocemos por fotos o videos. O “las pobres ballenas que son cazadas sin misericordia por los salvajes japoneses”. No. Esos para muchos de nosotros son seres que nunca vimos.
Nosotros tenemos acá, en Paraguay, aves, mamíferos, reptiles, insectos, que están desapareciendo. Con conocimiento de causa puedo decir que hace 50 años atrás, un amanecer en Asunción era anunciado por cientos de gallos que tomaban la posta del telégrafo nocturno de ladridos de perros y hacían coro con el canto alegre de diferentes clases de pajaritos que saludaban la salida del sol.
Hoy, el amanecer es anunciado por el motor de los colectivos que aceleran nerviosos mientras se atragantan con pasajeros apurados por llegar a todas partes. El aire fresco y limpio de antes hoy es una manta espesa de gases tibios que maman de desayuno los pulmones.
Para nosotros, hoy todas las palomas son solo “palomas” las que vemos sobre los techos de la ciudad, pero ayer ellas tenían mil nombres como pykasu, pyku´ikue, pararu, tortolita o yeruti, que competían canciones con los aloncitos, los javía, los loros, las cotorras, los sayoguy, los pitogués, los pájaro campana, etcétera.
Sin ser románticos, los animales están desapareciendo. Hoy casi toda la miel que consumimos y que encontramos en los supermercados provienen de las abejas de los apicultores. Décadas atrás, la miel pura era extraída de los bosques, de colmenas salvajes, que casi han desaparecido por falta de hábitats.
Incluso las lagartijas, esos feos y desagradables reptiles que comían las arañas, moscas (y mosquitos con dengue) de las casas, o los sapos, o los caracoles, casi son leyenda. En poco tiempo los nietos preguntarán qué eran las mariposas y se las enseñaremos en fotografías o en documentales.
Todo esto viene tras la advertencia hecha por el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades), que conminaba a los visitantes de Ñu Guasu a no maltratar ni matar a los pequeños animales que sufrieron la pérdida de su hábitat tras el incendio del Parque Guasu.
Y es que la gente cuando ve una víbora, por instinto primero pega el grito al cielo, luego hace alarde de su “valentía”, la golpea con un palo y finalmente la mata como si fuera un acto heroico, cuando que el pobre animal lo único que pretendía era huir del lugar.
Así también, los “deportistas” que van al Chaco llevan sus mejores rifles y escopetas y buscan a todo ser vivo como blanco. Matan y ríen. Pobres animales, solo saben disparar, no son conscientes del daño que causan al asesinar a una madre que amamanta o protege a sus crías.
Antes hubiera dicho que lentamente nos estamos quedando sin animales. Pero no. Hoy nos estamos quedando solos demasiado rápido. Ya no son las balas, sino los incendios, el frío, el hambre, el aire mismo, todo conspira contra la preservación de la vida aquí y en el resto del planeta.
En China ni los alacranes se salvan y son aprovechados como alimento. O los gusanos o las cucarachas. Aquí, los aplastamos a todos. Por ignorantes. Por ignorantes.
Deberíamos recordar a San Francisco y revalorar la vida de los animales, esos hermanos menores a los que estamos matando. En las escuelas deberían enseñar a respetar lo más sagrado y no solo a apretar teclados.