Este domingo esta columnita cumple un año de vida, así que se me ocurrió celebrarlo con un clásico lleno de locura. En 1954, Jack Kerouac tuvo una visión en una iglesia de Massachusetts: el verdadero significado de “beat” (ritmo) era “beatífico”, en el sentido de convertir la alienación en trascendencia espiritual. “En el camino”, publicado en 1957, personificó para el mundo lo que llegaría a conocerse como “la Generación Beat”. El libro pasó a ser la “Biblia Beatnik”, pero su impacto perduró en el tiempo, y está en la lista de los mejores libros en lengua inglesa de todos los tiempos, así nomás.

“En el camino” es un recuento de los frenéticos viajes de costa a costa por el territorio americano, que realizaron el autor y su grupo de amigos y principales exponentes del “Beatnik”, durante los modosos y conservadores años 50. El héroe alrededor del cual giran todos los demás es Dean Moriarty, nombre de ficción para el escritor Neal Cassady, a quien idolatran el personaje de Kerouac, Sal Paradise, entre otros del grupo, el poeta Carlo Marx (Allen Ginsberg), y el novelista Old Bull Lee (William Burroughs). Jóvenes y no tanto, libres y comprometidos, completamente irresponsables, Dean, Sal y sus amigos no pueden quedarse quietos. Van buscando ese país que no encuentran en los anuncios de lavarropas donde atildadas amas de casa cantan las virtudes de la comida congelada.

“Con el loco de Dean, me movía a toda velocidad por el Mundo, sin una oportunidad de verlo”.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

“Las historias japonesas no nacen de la nada ni concluyen en la nada, sino que nacen de algo y terminan en algo…

Eran una contracultura, pero no solo ante la moral conservadora de los 50, sino también dentro del propio ambiente cultural. Cuando salió “En el camino”, solo un par de diarios más modernos lo recibieron con halagos y entusiasmo. Pero el establishment literario respondió con escepticismo, por la inmoralidad de sus personajes, hasta por su forma. La nueva forma de escribir de Kerouac, descrita como un “hilo de conciencia ininterrumpida”, con poco respeto a la sintaxis y a la puntuación, recibió de Truman Capote la famosa frase: “Eso no es escribir, eso es teclear”. Pero los que se acercaron a la prosa de Kerouac con una mentalidad más abierta, encontraron –y seguirán encontrando– una energía extática, derivada del jazz, con el que tanto se identificaban el autor y sus “secuaces”: una protesta contra su mundo excesivamente blanco y de clase media.

La búsqueda de “ESO”: “el momento en el cual sabés todo y todo está decidido para siempre”, se convierte en el camino interminable de Sal Paradise, descubrir, aunque sea de forma pasajera, “la alegría de solo SER”, algo que solo parece lograr el egoísta y desenfrenado Moriarty. Esa búsqueda perpetua del éxtasis los lleva, luego de tantos cruces de este a oeste, a un viaje final y simbólico al sur, a México. No importa si se trataba de pasarse la noche en conversaciones frenéticas, borracheras, sexo, drogas, orgías o escuchando jazz. “Sobre las ruedas de varios automóviles, zigzaguean por el continente, dejando atrás la confusión y el sinsentido, y cumpliendo con la única y noble función de esos tiempos: moverse”.

Déjanos tus comentarios en Voiz