- Por Augusto dos Santos
- Analista
Marcos calienta un taza de cocido con leche en un microondas. El cocido nació aquí, en los yerbales y los yerbales estaban en estas tierras mucho antes de que llegara la conquista. Entre tanto el microondas nació después de la Segunda Guerra Mundial como un invento más atribuible a las investigaciones bélicas (en realidad nace de unos tipos que creaban un nuevo radar).
Más tarde Marcos saldrá raudamente rumbo al trabajo. En el camino escuchará la radio, mientras se conectará a un GPS del smartphone para llegar a cierto sitio antes de ir a la oficina. Al hacerlo unirá un invento de siglo y medio casi, la radio, que unos atribuyen a Marconi; con una idea aun más revolucionaria, el GPS que si bien forma parte cotidiana de nuestras vidas recién fue librada al uso civil en los ’90, mérito de la industria bélica norteamericana, hoy ya tienen su versión los rusos, los europeos y los chinos también.
Lo cierto es que ya en el trabajo abrirá la tablet y repasará un Excel que le aportará datos urgentes para la próxima reunión, reunión que versará sobre un proyecto de aprovechamiento turístico de la antigua estación de ferrocarril.
Todo el tiempo, minuto a minuto, el pasado y el presente se cruzan, se unen, se matrimonian. ¿Cómo es que seguimos teniendo –con semejante experiencia– tantos problemas para el cambio, principalmente en materia política? ¿Cómo es que los gobernantes siguen teniendo tantas dificultades para reemplazar sus viejas malas prácticas?
¿Qué es lo que hace que las transiciones e innovaciones sean tan naturales o por lo menos poco dramáticas en nuestra vida cotidiana y tan difícil para la clase política?
¿Alguien de nosotros pensaba en los 90 que el CD iba a morir en la primera década del nuevo siglo? No lo pensábamos, nos volvimos compinches de ese elemento manejable, apilable, casi infalible, pero un día se fue cuando la web nos dijo que ella era suficiente para guardarnos toda la música. Y nadie salió a llorar por los rincones. Todo bien. Cambiamos. Cambiamos nuevamente. Y supimos –una vez más– que cambiar era lo mejor.
Pero ahora vamos a militarizarnos
Se me cruzaron por la mente estos recuerdos al escuchar, en la semana que pasó, los argumentos para proponer la militarización del país a cuenta de la inseguridad que se dio últimamente en las penitenciarías. Realmente es increíble el solo pensar que no puedan existir ideas que connoten cambio antes que soluciones que conlleven la búsqueda de soluciones que ya no fueron en el pasado, y que en el presente serán mucho menos.
Los procesos de militarización tenían un deleznable rol: crear miedo en la población. Pertenezco a una generación que era capaz de cruzar la calle al ver un PM (Policía Militar), hoy en día es imposible que ello suceda. Es más, en una semana solo tendrán reportes de excesos de uno u otro.
Pero existe algo peor a no contar con las tecnologías o las herramientas para el cambio y es no contar con la ideología del cambio (y esto no tiene exclusividades con “ideologías políticas”). ¿Qué hubiera pasado si Mijail Gorbachev no hubiera decidido cancelar la URSSS? ¿Qué hubiera pasado con los pobladores de Enterprise, Alabama, si una mañana no hubieran tomado la mejor decisión de su vida: reemplazar el algodón por el maní?
Son procesos drásticos. Decisiones que rompen con el pasado. Miradas políticas que hacen un cortaaguas entre el pasado y el futuro, imposible de no asumir.
¿Cómo es posible –en una sociedad que avanzó tanto en materia de asimilar los cambios– asumir que la solución a la inseguridad penitenciaria y sus consecuencias es sacar los tanques en las calles? ¿O militarizarla?
¿Cómo no se pensó nunca en el Gobierno que la mejor salida es producir dramáticos cambios en formación, equipamiento y tecnología en la Policía Nacional?
Las bandas supranacionales
La guerra contra las bandas supranacionales no se ganará con la velocidad de un viejo tanque Sherman M4, sino con la incorporación de los últimos avances tecnológicos, la mejora sustancial de los sistemas de inteligencia, el reemplazo de las viejas penitenciarías inadaptadas para este momento, y la formación de un nuevo personal penitenciario.
El Gobierno debe enterarse de que los cambios deben ser con ojo avizor no con espejo retrovisor.
Queda claro que la lucha contra el EPP es un ejemplo de lo que no se puede. De lo que toca el techo de nuestras fuerzas y de lo que se tiene que mejorar tecnificándose y capacitándose.
Lo peor que puede pasarnos es que el cambio sea un suboficial de las Fuerzas Armadas en una esquina, con un casco de PM que nos pida “cerdula”. Eso ya no.