• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

Cuando faltan 6 semanas para las presidenciales en la Argentina, el ganador de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), Alberto Fernández, supo que –si en la medianoche del domingo 27 de octubre lo acompaña la voluntad popular y es presidente electo– su gestión política será compleja. No son pocas las ciudadanas y ciudadanos que lo perciben como muy parecido al presidente Mauricio Macri, también su adversario.

La semana que pasó Polo Obrero, Libres del Sur, Barrios de Pie –las organizaciones sociales más combativas– ganaron las calles en las principales ciudades en todo el país, entre ellas Buenos Aires, y acamparon frente al Ministerio de Desarrollo Social, que lidera Carolina Stanley, una funcionaria con aceitado diálogo con esos sectores. Los que todo lo etiquetan sostienen que esas agrupaciones “son de izquierdas”. Mientras, frente al Congreso de la Nación, los autoconvocados Frente Popular Darío Santillán, el Frente de Organizaciones en Lucha, la Corriente Clasista y Combativa, algunos disidentes de Barrios de Pie y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular también se expresaban, aunque con matices bien diferenciados. Todos coincidieron en reclamar que se declarara “la emergencia alimentaria”, el objetivo se alcanzó. Pese a ello, los primeros se retiraron con protestas mientras que los segundos celebraron que los diputados escucharon sus reclamos. Horas antes, pequeñas fracciones de las organizaciones piqueteras irrumpieron en los más importantes centros de compras, ocuparon esos espacios por algún tiempo en el que hostigaron a quienes se encontraban en ellos –trabajadores o no– y luego se retiraron acusándolos de “oligarcas”. Fernández, durante las horas de mayor tensión social, dirigiéndose a quienes manifestaban los exhortó a “evitar estar en las calles” para que “los nervios” o “abran paso a los violentos”. Señaló también que ese tipo de acciones “deben inquietarnos”, pidió “a todos los argentinos mantener la calma”, reconoció “la justicia de los reclamos”, llamó a “no complicar el escenario que tenemos” y pidió “serenidad”.

La respuesta no se hizo esperar. “Empezamos mal”, dijeron los manifestantes. Norberto Belliboni, líder del Polo Obrero, luego de sostener que Fernández “no emitió una opinión de apoyo (a los reclamos), sino (que) más bien (dio) apoyo a la represión (cuando) dice que no hay que salir a la calle”, sentenció: “Es un gobierno (sic) que empieza a dar señales muy negativas para los trabajadores porque hoy, más que nunca, hay que estar en la calle. ¿A quién va a beneficiar Alberto Fernández con su gobierno? Empezamos mal”.

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Por su parte, la Iglesia Católica –también demandante de la emergencia alimentaria– a través del cardenal Mario Poli, el sábado último, en el cierre de la XXII Jornada de Pastoral Social, ante casi 800 dirigentes políticos y sociales, convocó a un “nuevo pacto social” en el que “todos los sectores” estén representados.

Horas antes, el arzobispo de la provincia de Salta, Mario Cargnello, tuvo que invitar oficialmente a Macri a una celebración religiosa luego que un cura de su diócesis, Raúl Méndez, sostuviera ante sus fieles que la presencia del jefe de Estado allí “será una provocación” y le pidió que suspendiera su viaje para no “empañar la fiesta de los salteños”. Mauricio fue.

Fernández sabe que, en la medianoche del próximo domingo 27 de octubre cuando –como coincidentes analistas lo sostienen– sea presidente electo, tendrá que lidiar con un Frente de Todos, por lo menos, bifronte en el que lo que para algunos sea heterodoxia económica para enfrentar la emergencia, para los otros será neoliberalismo salvaje. Más aún, habrá quienes enfaticen en que “no es peronismo”.

De hecho, la sede de campaña de Fernández se encuentra en la calle México y la de su compañera de fórmula, Cristina Fernández, en la calle Rodríguez Peña. Muchas cuadras los separan en lo geográfico. ¿Pasará lo mismo en lo ideológico? ¿Logrará Alberto el equilibrio de poder necesario para abordar la crisis?

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