DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Vamos un poco hacia atrás. El 10 de octubre del 2018, el presidente de la República Mario Abdo Benítez anunciaba la captura de Jorge Teófilo Samudio en lo que consideraba una espectacular y delicada operación antidrogas en el noreste del país, allá en la frontera con Brasil.

Así, “Samura”, como se lo conoce en el mundo criminal, era procesado por tráfico de drogas, asociación criminal, tenencia de armas y abuso de identidad.

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La Senad inmediatamente le atribuyó diversas propiedades en varias regiones del país, entre ellas el Chaco y la zona fronteriza con Brasil, desde las cuales operaba como jefe local del temido Comando Vermelho.

Y en verdad era un pez gordo. La lucha contra el narcotráfico había puesto sus ojos en él desde mayo del 2011 después de un operativo en el que se incautaban más de 350 kilos de cocaína y ocho avionetas, en el departamento de Concepción.

Solo para ponerte en contexto te voy a hablar de hechos aislados de un rompecabezas que conforma una lámina del horror.

El 16 de junio del 2019 se registra uno de los sucesos más sangrientos de cuantos se recuerden en una cárcel de Paraguay. Sucedió en la Penitenciaría Nacional de San Pedro del Ycuamandyyú alrededor de las 11 de la mañana, un feroz enfrentamiento entre miembros de dos grupos criminales, la organización brasileña Primer Comando Capital (PCC) y el clan Rotela.

Entonces nos sorprendía la violencia del suceso en sí. Durante 20 horas los reclusos se enfrentaron libremente dejando un tendal de muerte y destrucción.

Al final del día las noticias hablaban de 5 decapitados, 3 calcinados y 2 ejecutados por armas de fuego; todos del clan Rotela.

Jueves 5 de setiembre del 2019, tres reclusos del Primer Comando Capital (PCC) armados con armas de fuego y blancas se fugaban del Centro de Rehabilitación Social de Itapúa llevándose como rehén al jefe de seguridad de la cárcel y tras herir de bala a dos funcionarios del penal.

Poco después el vehículo en el que huyeron tuvo problemas mecánicos y al verse rodeados volvieron a la cárcel que ya para entonces era una zona liberada tomada por los presos que destruyeron prácticamente todo un pabellón.

8 de setiembre.

Desbordado por una crisis que crecía amenazante como una avalancha, el presidente Mario Abdo Benítez sancionaba la ley por la que se declaraba en situación de emergencia todos los establecimientos penitenciarios de todo el país.

Todos creímos que la situación estaba controlada y que los sucesos en las cárceles fueron una llamada de atención al Gobierno, que para entonces había acusado el impacto de la crisis.

11 de setiembre.

Quién podría imaginar que en medio de una “declaración de emergencia” una operación comando iba a liberar a un poderoso narco a plena luz del día en el centro de la capital del país. Se suponía que “todos estaban en alerta”, todos menos las autoridades que nos brindan seguridad.

Para ponerle el broche fatal, en la operación mataban al comisario Félix Ferrari, de quien todos coincidían era un funcionario honesto y bueno, cualidades que hoy escasean en las fuerzas de seguridad.

La avalancha tomó impulso y sepultó al ministro de Justicia Julio Javier Ríos y al comandante de la Policía, Walter Vázquez.

El Ministerio Público anunciaba que estudiará si hubo “complicidad de las instituciones penitenciarias” en la fuga y el fiscal Hugo Volpe reconocía en una rueda de prensa que no se cumplió el protocolo para el traslado del peligroso preso, ya que la Penitenciaría de Emboscada lo tramitó como un recluso convencional y no advirtió que se trataba de un interno de “alta peligrosidad” que resultó ser nada más y nada menos que el temido Jorge Teófilo Samudio alias Samura, líder del Comando Vermelho. Nadie lo verificó.

Precedido de una tan impresionante como estéril polémica (ya que es rechazado por todo el país, pero defendido por el propio presidente de la República) Juan Ernesto Villamayor huía de la avalancha, no sin antes dejar una perla final dentro de todas sus frases e ideas sin sentido y para el olvido.

Al ser consultado sobre sus responsabilidades, el ministro Villamayor decía: “no puedo ser responsable de los protocolos internos de la Policía. El ministro del Interior establece políticas, no es responsable que esté un policía en una esquina”.

Fue un desliz ministerial.

Buscamos en Google para refrescarle la memoria: el Decreto Nº 8/2017 por el cual se establece la estructura orgánica y funcional del Ministerio del Interior, establece claramente cuáles son sus funciones específicas.

El artículo 2, inciso m, de la citada normativa, dispone que es función del ministro del Interior “participar junto a las instancias policiales en la planificación y coordinación de aquellos operativos que por razones de índole política, trascendencia o nivel de riesgo, requieran especial atención por parte del Ministerio del Interior”.

Lo era “Samura” y lo olvidó Villamayor.

Al final más de 10 hombres se escaparon, un buen policía murió y a nosotros nos queda el sinsabor de la desesperanza.

La seguridad esta sobrepasada, pero no para el presidente Mario Abdo Benítez, él está armado… armado de pistoleros, traidores e inútiles.

Pero esa… es otra historia.

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