“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

Sentí vergüenza, tristeza y rabia, además de otras reacciones emocionales más humanamente fuertes, pero muy groseras, cuando el lunes pasado lo vi y lo escuché a Marito en “algo” que muy lejos estaba de ser una entrevista, manejada por Mina Feliciángeli, con un guión perfectamente acomodado para pintar un país de maravillas. No a medias, sino totalmente maravilloso. Sin jamás siquiera rozar la dura realidad actual de estar sufriendo su peor “momento” económico (recesión o caída superior al -2% en el primer semestre) y social en siete años desde el 2012 (pero con mayor dolor porque en aquel entonces un aumento en los sueldos públicos por US$ 438 millones amortiguaba la caída). Con el agregado ahora de una reciente muy fea crisis política que bien pudo terminar en juicio político y exilio. Y que frenó el principio de levante económico visto en julio.

Pero no fui el único, lo que agravó mi enojo, porque pocas horas y días después, hasta ahora, lo que dicha “propaganda oficial” provocó fue un masivo como molestísimo rechazo popular al show. Juro que ha sido impresionante el descontento profundo de la gente, empeorando su mal humor, después de ver y escuchar lo que no podían creer. Es que había dos mundos: el de Marito y Mina –se ha formado una pareja–, con rostros angelicales irradiando alegrías con un aire de felicidad triunfal porque todo estaba muy bien. La economía (ya saliendo de “algo” malo), la gestión del Gobierno que de impecable se transforma en brillante por primera vez desde la dictadura, con ejecución en obras públicas con récords históricos que también nunca se dieron (Transchaco, corredor bioceánico, Autopista 2 y 7, etc.), destacándose “el récord especial en la construcción de hospitales” (¿?) y multimillonarios proyectos de inversión que danzan al compás de millones y millones de dólares que transformarán totalmente el país generando empleo y más empleo, siempre “como nunca antes”.

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Y de taquito nuestro Marito aprovechó la generosa cancha tendida cual alfombra roja para regalarle a Mina sin oposición alguna la noticia de que vamos a endeudarnos por US$ 190 millones para construir el magnífico puente Chaco’i-Asunción, el que le piden sus amigos con millonarias inversiones inmobiliarias, de servicios y otras, al otro lado, cuyos valores volarán por las nubes. Este es el típico caso de un puente (una obra) que le conviene al país, sin duda alguna, pero beneficia en el corto plazo y también a futuro a grupos económicos privados que “perfectamente pueden invertir con sus propios recursos en dicho puente”. Pero no, vamos a endeudarnos con bonos soberanos para enriquecerlos de manera extraordinaria. Ojo: no me opongo al puente, sí al negociado. Todo este rosario de maravillas se desparramó en la entrevista como en un festival del amor, la alegría y la felicidad, y solo faltó el toque de glamour de un brindis con champán.

Marito jamás dijo que lo que estaba construyendo era lo que le dejó para hacerlo el gobierno anterior con una base de financiamiento “disponible” de US$ 4.000 millones, plato que escupiera por casi nueve meses. Reaccionó por fin y ahora las obras ganan fuerza. Pero no será juzgado por los récords que consiga respecto a lo mucho que se hizo anteriormente, sino por lo muchísimo más que pudo y debió hacer teniendo todo para ello multiplicando panes. Que es lo que la gente esperaba: “Pero si tenía todo para volar y hacernos volar (…) pisá tierra Marito y comela con nosotros”. Fue lo más duro que me dijo doña Petrona. “Atrevete a publicar si te da el cuero”, cariñosamente me amenazó. Duele decirlo, pero hay que decirlo (DDPHQD).


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