- Por Dany Fleitas
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Poco después del Nuevo Milenio, los comunicadores de la posdictadura estaban muy acostumbrados a criticar sistemáticamente e investigar para detectar aspectos negativos de las instituciones públicas (tres poderes). Era natural y hasta necesario para poder “sobrevivir” en un ambiente de fuerte competencia de los medios escritos de comunicación. Eran tiempos en que prevalecían el papel, la radio y la TV como herramientas para instalar la agenda del día.
Internet, con sus pocas variantes de redes sociales disponibles, estaba al alcance de muchos, aunque no de todos (menos en el interior). La red de redes no era masiva a fines del 90 y década del 2000; apenas tenía incidencia a nivel social, económico y político en Paraguay. Los teléfonos móviles estaban ya funcionando, pero su potencial era la voz y los mensajes de textos, nada más. Nada que ver con su “explosión” en el país luego de la década del 2010.
No obstante, esa generación de periodistas de la década del 90 y del 2000, en su mayoría, de la que formo parte, es la que hoy mantiene informada a la ciudadanía –70% joven– de los sucesos. Esta misión de formar opinión ciudadana es una gran responsabilidad y no es fácil en la actualidad. Por más que existan aspectos muy positivos de un Paraguay que se mueve y trabaja, a la par se van dando denuncias de hechos de corrupción en la función pública (también en el ámbito privado) que no pueden ser calladas ni dejar de ser informadas o comentadas. Ejemplo crudo: firma secreta del acta bilateral del 24 de mayo.
¿La percepción de la sociedad con respecto a sus autoridades es producto de quienes construyen opinión o directamente es el resultado y culpa de la conducta de aquéllos? Si estábamos en plena II Guerra Mundial, o aún en la década del 80, podríamos arriesgar a decir que en algunas regiones del mundo –incluyendo Paraguay– se dieron casos en que la TV y la radio dominaron a las masas. Muchos gobiernos totalitarios imprimieron un régimen de propaganda brutal sin precedentes para controlar a millones de ciudadanos. Solo voy a mencionar acá el modelo más patético y emblemático del mundo: Adolf Hitler, en Alemania, apoyado en una propaganda nazi a gran escala convenció a seguidores de que era necesario aniquilar a 6 millones de judíos, de los cuales 2 millones fueron niños.
Hoy, cerca del 2020, las noticias ya no circulan únicamente por la vía de los medios profesionales informativos, sino que salen y llegan por otras vías: Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Telegram y otros. Entonces, ¿qué responsabilidad pueden tener hoy sobre las masas los editores de medios y conductores de TV y radio privados? Los hechos ya no pueden distorsionarse y si la ciudadanía considera que el gobierno se aplazó, es porque realmente se aplazó. Ejemplo crudo: todas las encuestas coincidieron hace unos días en señalar que el 70% de los paraguayos rechaza la gestión de Mario Abdo.
Los dueños de la verdad ya no están en los micrófonos ni tarimas, sean periodistas, políticos o gobernantes. Todo es transversal, más aún con las redes sociales. La verdad está en las calles, en cada uno de los ciudadanos; está en la opinión de millones personas que califican la gestión gubernativa gracias a una pantalla táctil al alcance de las manos. La pobre gestión y los abusos contra el Estado y los ciudadanos producen levantamientos ciudadanos y revoluciones hasta en países islámicos y asiáticos. Las autoridades deben saber “leer” esas experiencias para gobernar. Resulta ya imposible controlar a las masas con mentiras mediante campañas propagandísticas.
A lo largo del tiempo, en comunicación institucional y en el periodismo en varios medios, aprendí que es sumamente importante comunicar las acciones de manera positiva y constructiva paralelamente a los problemas que se vayan dando. No obstante, es difícil construir opinión sana y objetiva, dejando un mensaje de actitud proactiva, cuando a cada momento se dan tantas “metidas de pata” en un gobierno.
Las torpezas del entorno de Mario Abdo Benítez frenan todo optimismo. Sale de un problema y se mete en otro, y si no es él, es un cercano o político amigo. Su primer año se caracterizó por eso. Esto distrae e impacta en todo sentido. La economía es la más sensible y justamente la más afectada. Sus desprolijidades y falta de un programa a seguir son muy cuestionables.
Cuesta mucho imprimir optimismo cuando a diario vemos y leemos que los corruptos y los inescrupulosos se empotran en los cargos más “jugosos”. ¡Cuesta cuando detectamos que los amigotes y parientes incompetentes acceden sin méritos a los puestos más importantes en la función pública! ¡Cómo vamos a transmitir optimismo si hay políticos y “militantes” sin preparación que toman por asalto los puestos clave de recaudación impositiva! ¿Cómo ser optimista cuando todavía delincuentes siguen secuestrando gente en el Norte?
A pesar de todo eso, seguimos tratando de sembrar optimismo en un ambiente donde el mismo gobierno se encarga de provocar con lamentables acciones, las que a veces superan a la ficción. El pesimismo se apodera en esta etapa debido a que las proyecciones más optimistas de crecimiento se han estancado al punto de que se habla de “recesión”. Esto es culpa de una mala gestión económica. El bolsillo es sagrado, y eso la gente nunca perdona. El Ejecutivo debe pinchar la burbuja en la que vive. Se salvó por un pelo del juicio político. Debe estar agradecido y despertar de su propia ficción.