• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

Pasaron las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) en la Argentina. Sin embargo, no pasó el efecto demoledor que sobre el ánimo y la gestión del presidente (y candidato presidencial) Mauricio Macri causó el resultado de esa primera fase de la contienda electoral que podría finalizar el domingo 27 de octubre cuando esta sociedad elija a quien habrá de gobernar desde el venidero 10 de diciembre. Y, tampoco ha pasado el efecto que el escrutinio causó sobre el ánimo y la vida cotidiana de Alberto Fernández, el desafiante de Macri por el Frente de Todos. Una experiencia nueva para una sociedad que siempre cree haber visto todo. Sorprendidos. Los unos y los otros.

Macri, desacostumbrado a perder, prefiere no mirarse en el espejo que desde muchos años sólo le devuelve la imagen de exitoso; y, Fernández, porque de la sombría esfera de los operadores políticos pasó al enceguecedor mundo de las luces que lo procuran siempre y en todo lugar para que dé esas respuestas que, como él mismo lo repite sin pausa, no le corresponden porque “soy oposición”.

Mientras, un conjunto social y más allá de sus lógicas discrepancias, tan inevitables como necesarias, aguarda entre la incertidumbre y la especulación evidenciada, por lo menos, en dos interrogantes: ¿Qué pasará (en el país) y cuánto cuesta (todo)? Una buena parte de la ciudadanía –ese segmento social que suele afirmar que no le interesa la política porque “son todos iguales”– quiere saber y no recibe ninguna otra respuesta que la de sus bolsillos flacos, la de sus angustias, la de sus carencias, que no son pocas. Argentina está parada.

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Entre tanto, una misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), esta semana se reunirá con el ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, para recibir información oficial que les permita proyectar el futuro de la relación con el máximo acreedor de la historia de ese organismo al que, unos pocos meses atrás, le otorgó un crédito de U$S 57.800 millones. También habrá encuentro con los economistas que asesoran al opositor triunfante en las PASO, Alberto Fernández que, desde el mismo instante en que el éxito tocó a su puerta, dice y repite que “no habrá default” y que la Argentina “honrará la deuda”. Su compañera de fórmula, Cristina Fernández –senadora nacional y ex presidente entre el 2007 y el 2015– se mantiene en silencio. Esa estrategia, suma interrogantes en tiempos en que todo se cuenta, se transmite, se comenta, se viraliza. Una forma silenciosa de decir que “estamos haciendo lo que hay que hacer”, uno de los latiguillos del oficialismo. Líderes que dicen sin decir nada.

Argentina parece haberse transformado en el país de los eslóganes o en el que reina el despotismo ilustrado, como define algunas nuevas formas de comunicación política el académico Eduardo Fidanza que, con precisión de cirujano, describe que “en la democracia contemporánea la agenda desplaza a la historia, la táctica prevalece a la estrategia, el espectáculo coloniza la política, las redes de comunicación redefinen los mensajes” porque “un enorme aparato mediático y político quiere anticipar el epílogo (ante cada elección) cuando todavía se escribe el prólogo”.

La democracia no sólo es responsabilidad de los dirigentes. Por sobre todo, es una forma de pensar la vida en sociedad. De entender la armonía social. De poner en valor la idea del bien común. La democracia, no siempre va de la mano de las propuestas de Nicolás Maquiavelo que la define como “el arte de lo posible”. Transcurrido el tiempo, al menos en la Argentina, parece insuficiente. Los príncipes aquí padecen de hipoacusia o tienen problemas para la interpretación de textos. El “posible” al que refiere aquel florentino fallecido el 21 de junio de 1527 no incluye lo malo ni lo peor. Jacques Chirac, ex presidente de Francia 1995-2007, afirma que “la política debería ser siempre no solo el arte de lo posible sino de hacer posible lo necesario”.

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