Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez (Dr. Mine)
El gran mal de nuestro tiempo. No sin exagerar, alguna vez escuché que todos en esta vida agitada del siglo XXI hemos estado con alguna forma de depresión, y que la diferencia radical entre unos y otros es la capacidad de salirse de ese estado de negatividad mental, de poner en movimientos los mecanismos de superación y de activar aquello tan machacado verbalmente pero tan poco practicado: la resiliencia, el arte de sobreponerse a lo adverso mediante la propia voluntad. La depresión se caracteriza principalmente por la alteración del estado de ánimo como síntoma principal, apareciendo tristeza, humor depresivo y pesimista, apatía, falta de interés, anhedonia o falta de placer en cosas que antes sí motivaban reacciones favorables como hobbies o aficiones. Aparece un retardo psicomotor importante con enlentecimiento físico y aletargamiento mental, ansiedad e irritabilidad extremas, falta de concentración, trastornos para dormir, dificultades relacionadas a las fallas en la memoria, disminución del apetito e incluso deseos de muerte o relacionamiento verbal con ello.
Muchas veces en esta columna les conté que el cerebro es una gran farmacia que produce una buena cantidad de neurofármacos, de sustancias que, en cantidades ínfimas en concentración, pero suficientes en acción, producen todo lo que somos y sentimos, desde la conducta, la inteligencia, la memoria, las sensaciones, el amor, todo. Para hacerlo fácil: en la depresión, muchos de estas sustancias están bloqueadas o no se producen. Y eso es todo.
Pero el artículo de esta semana no termina aquí, sería muy simplista y fácil. La cuestión va mucho más profunda y hay que conocer eso. Y es preciso saber que el cerebro se modifica en la depresión, a tal punto que su propia anatomía se ve alterada. Se encontró que una zona llamada hipocampo (por su similitud con un caballito de mar) y que asienta en la zona temporal de la base del cerebro, se achica notoriamente en las personas depresivas crónicas. Esta zona es la responsable de la memoria y de las emociones básicas, y su disminución de tamaño va de la mano con los trastornos en estas áreas que sufren los pacientes depresivos.
Pero esta disminución de tamaño también se ve en otras zonas cerebrales como lo son la amígdala cerebral y la corteza frontal. La primera es la responsable de la actitud de respuesta emocional a los estímulos, mientras que la segunda es la porción cerebral encargada de controlar la voluntad y las funciones ejecutivas, las que consisten en ejecutar acciones concretas. El hecho de que la amígdala se “desenganche” del resto del sistema límbico hace que la respuesta emocional sea absolutamente nula o desfasada cuanto menos, motivando esa presencia de desanimo constante. Además, el hecho de que el hipocampo completo se muestre reducido de tamaño explica el porqué de los trastornos de memoria del depresivo, así como de la falta de pensamientos positivos y la presencia de pensamientos negativos de manera recurrente.
¿Por qué pasa esto? Podría ser porque al estar sometido a un sufrimiento permanente y desgastante, el cerebro de las personas con depresión sufre también las altas concentraciones de una hormona producida por la glándula suprarrenal y que es la mediadora principal de las respuestas relacionadas al estrés. El cortisol produce una inflamación de muchas partes del cuerpo, a la que el cerebro no le es ajeno: el cerebro de las personas con depresión puede mostrar hasta un 30% más de inflamación que el cerebro de personas sanas. Esto provoca que sustancias mediadoras de esa inflamación y que se conocen como citoquinas puedan pasar la barrera hematoencefálica (barrera física que separa la circulación sanguínea del sistema nervioso) y de esa manera producir un daño directo a las sinapsis que son las conexiones entre neuronas impidiendo consecuentemente que los impulsos nerviosos puedan producirse, y reduciendo de esa manera la actividad cerebral en las zonas afectadas. Esto es, específicamente, el hipocampo. Esta es la base real de los daños causados en la depresión.
Sin embargo, no todo es negativo. Si bien la depresión puede tener consecuencias serias para el cerebro y su funcionamiento, los seres humanos tenemos a nuestro favor un gran aliado: la neurogénesis, es decir, el hecho de que en el cerebro se formen diariamente entre 700 y 1.400 neuronas nuevas, y precisamente en el hipocampo. Esta cualidad, sumada a lo que conocemos como neuroplasticidad, o sea, la posibilidad de que esas neuronas formen nuevas conexiones constantemente, hacen que el cerebro que ha pasado por depresión pueda reconstruirse y remodelarse para poder salir adelante. ¿Cómo se logra esto? Con medicación, psicoterapia, ejercicio físico, buen sueño. Los mejores aliados contra la depresión.
Ahora ya sabemos que la depresión es más que un “se hace nomás” o “es nomás luego pesimista”. Es una enfermedad que cambia el cerebro para mal y lo daña de manera importante, aunque claro, reversible. Eso sí, en la medida que estemos suficientemente DE LA CABEZA para poder buscar ayuda, iniciar la terapia y disponernos a formar nuevas neuronas y conexiones. De eso se trata, de saber que existe y que tiene salida siempre.