• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Tema recurrente en canciones de amor. Desde baladas y bachatas, pasando por el vallenato y hasta las polcas, los celos son un sentimiento tan antiguo como las relaciones humanas, sean estas de pareja, familia o incluso simplemente amistad. ¿Cómo se comporta el cerebro al respecto? ¿Qué nos dicen las neurociencias de este devastador mal para la convivencia humana en cualquiera de sus formas?

Todos hemos sentido celos alguna vez, incluso hasta el más perfecto de los seres humanos, si les hace bien que se los diga. La sensación de amenaza por perder el vínculo con otro ser humano, sea cual fuere su relación con nosotros, nos hace temer no solo por el vínculo mismo, sino por nuestra propia identidad, causándonos ira, miedo, tristeza e incluso dudas de nuestra propia personalidad. Pero... ¿son los celos un patrón evolutivo de las relaciones humanas? ¿Son un sentimiento que pudo o puede sernos útil en algún momento de nuestra evolución como especie?

Los estudios muestran que en la mayoría de los casos, los celos no se fundan en hechos reales, sino en pensamientos fruto de nuestra imaginación, ante situaciones inexistentes pero idealizadas por la persona. La razón es la suspicacia y va en contra de los celos causados por acciones tangibles, que pueden comprobarse.

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Los celos tienen mucho que ver no solo en la calidad de la relación desde el punto de vista de la interdependencia que puedan tener los componentes de la misma, sino en la propia personalidad de cada uno de los individuos en cuestión: los inseguros y con más baja autoestima sufrían más crisis de celos que otros, comparativamente hablando.

Según los celos, sean por simples sospechas o por hechos consumados y comprobados, el estado emocional de los miembros de la pareja varían notoriamente. Por ejemplo, si había una simple sospecha de celos, las emociones manifestadas son la ira y la duda sobre sí mismos, además del miedo acerca de que sus sospechas fueran ciertas. Sin embargo, si la infidelidad es comprobada, el sentimiento predominante era la tristeza.

Los psicólogos atribuyen los celos principalmente a las normas sociales que rigen la vida de pareja y que puedan restringir la relación a la exclusividad, determinando los vínculos como indivisibles. Factores religiosos, morales y tradicionales hacen que la sensación de eternidad de un vínculo de pareja se asocie a una fuerte conducta de conservación de la pertenencia del otro, siendo esto un factor de incremento de la sensación de pertenencia y los celos experimentados ante el riesgo de perder lo que se posee como relación que se cree eterna.

Los psicólogos concluyeron también que la mejor pareja para la mayoría es la que exige menos compromiso emocional, es decir, sentir que lo ame más a él que él al otro componente, lo cual haría que una eventual ruptura implique menos daño emocional, al menos en apariencia. Es decir, haciéndolo fácil, el amor ideal es el que me brinda más amor que el que yo le doy, de manera que mi “bono emocional” aportado a la pareja sería menor comparativamente. Ergo, me dolería menos si me deja.

Otros estudiosos, sin embargo, observan que los celos aparecen más temprano en la vida, incluso en la niñez. Esto demostraría que los celos son una cualidad adquirida más que innata y que aparecen como estrategia de captación de atención de la madre. De hecho, el patrón electroencefalográfico muestra la activación de las mismas zonas cerebrales de los celos en bebés y en adultos celosos.

De hecho, se observó que la lucha por la competencia de la atención materna marca los vínculos de la edad adulta: los adultos jóvenes que habían tenido mayor atención de sus padres durante la infancia, desarrollaban mayor autoestima y desarrollaban menos estrés en sus relaciones adultas, no pasando lo mismo con aquellos en que la atención no había sido la mejor: de adultos tenían relaciones interpersonales de menor calidad y más sufrimiento en las mismas.

De hecho, muchos neurobiólogos atribuyen los celos del niño pequeño a una estrategia de supervivencia: la llegada de un hermanito, por ejemplo, supone una amenaza para el espacio, el tiempo dedicado y la cantidad de amor recibida a los ojos del niño, por ello los celos son un instrumento de defensa contra esta “terrible amenaza”.

El hecho de los celos en la adultez sigue siendo motivo de controversia. Mientras algunos sostienen que los celos mantenían unida a la pareja para que los genes puedan transmitirse sin corromperse entre los dos, otros opinan que son una involución, donde ellos se preocupan de que ellas le den su intimidad sexual a otro, mientras que ellas sufren pensando en que el componente emocional de la pareja se debe compartir con una tercera. Los neurobiólogos explican los motivos de los celos en los hombres: el miedo de cuidar hijos ajenos (“alonsitos”, diríamos en Paraguay) que hace que se muestren celosos para poder asegurarse de transmitir sus genes, mientras que las mujeres, en la plena certeza de saber que el hijo sí es suyo, corren con ventaja en el éxito reproductivo a este respecto, pero el riesgo de que el varón pueda tener vínculos emocionales con otra mujer implica que se deban compartir los recursos no solo con una tercera, sino con la progenie de esta. Un tema bastante complejo desde la neurobiología: los hombres tienen miedo de la escapada sexual y las mujeres de la fuga emocional.

Los celos pueden desembocar en atroces crímenes que la frialdad del derecho y la crónica policial han bautizado como “pasionales”, movidos por la pasión, algo que carece absolutamente de razón, primario, casi instintivo como el que defiende una propiedad. Pero esto no exime de ninguna culpa ni reproche, sino todo lo contrario: al hacer gala de nuestra condición de seres racionales, estos crímenes (incluso los que involucran agresión de algún tipo, no solo los que producen la muerte) son los más atroces y deben ser castigados. Sin embargo, estadísticas dicen que las mujeres desencadenan la ira de los celos contra su pareja, mientras que los hombres contra sus rivales. Pero aquí surge una pregunta bastante estúpida, pero necesaria: ¿el asesinato y el crimen aseguran la continuidad reproductiva del hombre? La respuesta es obvia. Una razón más para condenar el feminicidio: la irracionalidad de sus causas.

Por último, los celos pueden adquirir tintes patológicos no cuando se convierten en fruto de una desconfianza hasta si se quiere normal en una pareja, sino cuando son muestra de un desorden psicológico más profundo: abuso de alcohol o drogas, esquizofrenia, demencia, etc. Son síntomas agravantes que deben investigarse en el contexto de la práctica psiquiátrica.

Los celos nos tienen DE LA CABEZA siempre... ¿Qué tal si empezamos a no sentirlos?

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