- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
Muy probablemente, el lunes próximo se conozca en este país que la fórmula presidencial constituida por Alberto Fernández y la senadora nacional Cristina Fernández, ex presidente entre 2007 y 2015, resulte ganadora en las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) que se desarrollarán aquí el domingo que viene. Aunque también podría suceder todo lo contrario. De hecho, según coinciden las encuestas que trascienden, también el binomio integrado por Mauricio Macri y el senador nacional Miguel Ángel Pichetto podría triunfar. Oxímoron estadístico. Pero la incertidumbre no finalizará en la medianoche del domingo 11 de agosto. El comicio presidencial será el 27 de octubre y, en ese momento, los resultados que alcancen los unos y los otros sellarán quiénes habrán de conducir la Argentina hasta el 2023. No obstante, la decisión última –para la categoría presidente y vice– podría extenderse hasta el 17 de noviembre, cuando se dirima en una eventual segunda vuelta quién gobernará.
La campaña, hasta el momento, es de una pobreza intelectual y política insuperable desde 1983. Un bajón.
Los movimientos tácticos parecen ser el eje de la nada que proponen los candidatos y candidatas que empeñan al máximo sus dotes actorales –que no siempre tienen– para la retrodicción sobre los que generaron aquellos males que impiden salir del caos y dejan de lado la predicción para que electores y electoras puedan imaginar qué será de ellas y ellos mañana, cuando la cháchara termine. Abrumador.
Tanto la farsa motivacional inductora de un cambio en el que no están claros los beneficios sociales que se derramarán en un vergel proyectado, como las mieles que habrán de emerger desde panales en los que las reinas son pocas, los zánganos muchísimos mientras que las obreras y obreros se invisibilizan hasta que se degradan a situación de calle. Volver al futuro tampoco permite imaginar nada mejor.
Así las cosas y pese a no tener datos que posibiliten decidir el voto con algún grado de certeza sobre lo que vendrá en orden a las necesidades sociales o individuales, los analistas también puntualizan que el 80% del electorado votará por Macri o Fernández. La grieta, en este caso, deviene en polarización. Es lo que hay.
Las y los encuestadores guardan silencio. Transhuman los canales de TV, los estudios radiales y conceden entrevistas a los medios gráficos tradicionales solo para ratificar lo que los dueños de sus trabajos de investigación dejan trascender sin añadir una letra porque esas son las reglas del juego en el que, en algunas semanas más y como suele suceder desde varias elecciones, ellos serán señalados como los responsables de que “fallaron todas las encuestas” que candidatas y candidatos solo compran como un insumo más para aplicar al marketing político 2.0.
Entre tanto, el Partido Socialista (PS), la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Justicialista (PJ), los partidos políticos argentinos que marcaron los rumbos en el siglo XX, están insertos –sin pena ni gloria– con postulantes aislados en todas las opciones electorales. Alberto Fernández, el challenger de Macri, semanas atrás se definió como “liberal, peronista de izquierda”. ¡Qué mambo!
En julio del 2006, el intelectual Juan José Sebrelli, en el nro. 673 de “Cuadernos Latinoamericanos”, aludía al entonces presidente argentino, Néstor Kirchner (2003-2007) quien sostenía no ser de izquierdas ni de derechas, comparándolo con Napoleón III, emperador de Francia (1852-1870), de quien Karl Marx dijo: “No es nadie y por eso puede representarlos a todos”. Por lo que dicen y exhiben candidatas y candidatos, todo parece indicar que triunfará Napoleón III.