• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

¿Qué sería de la vida sin las emociones? ¿Pensaron alguna vez cómo sería levantarse a la mañana sin sentir adrenalina porque es viernes? ¿O sin poder enojarse por la traición de un “amigo”? ¿Sin reaccionar con miedo ante el ladrido de un perro? ¿Sin cosquilleárseles el estómago cuando ves a esa persona especial? ¿Sin sentir ira por el regalo de Itaipú a “os irmãos brasileiros”? La vida sin emociones sería absolutamente gris, monótona, sin sentido. No tendríamos motor (positivo o negativo, pero motor al fin) que nos impulse a hacer nada. No sentiríamos nada por nuestros padres, por nuestros hijos, por el club de nuestros amores o aquellos artistas que podríamos admirar no nos harían mover una fibra de nuestro interior.

La nada absoluta. La nada emocional.

La emoción es eso inexplicable que, nunca mejor expresado, SENTIMOS. Históricamente “no le dimos bolilla” a las emociones (no nos “emocionaban”) y las dejamos detrás del conocimiento, la razón y el pensamiento en el estudio de la filosofía y la psicología como procesos cerebrales de segundo orden. Recién hace poco más de un siglo se abordan las emociones como componentes fundamentales de nuestra conducta. Con James y Lange a finales del siglo XIX encontramos la primera preocupación acerca de las emociones.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

De hecho, Lange interpretaba a las emociones como algo que eran demostrados por el cuerpo con cambios en el mismo, por ejemplo, estamos tristes y lloramos, o nos ponemos nerviosos y aumentan los latidos cardiacos y la tensión arterial. Pero en la década del 60 del siglo pasado, estudios hoy ya clásicos demostraron que las emociones dependen en gran parte del contenido de nuestros pensamientos. Es decir, somos capaces de sentir algo pensando en ello, y es por eso que como pensamos de manera tan amplia y variada, es así que desarrollamos un abanico sumamente amplio de emociones. Esto es lo que conocemos como teoría cognitiva de las emociones: nos emocionamos según la valoración intelectual de lo que nos sucede.

Pero las emociones también pueden nacer desde fuera del pensamiento, y eso es lo que conocemos como instinto de conservación: cuando algo enciende en nosotros un alerta de daño inminente (olor a quemado, gruñir de un perro, un grito de “¡cuidado!”), se produce una descarga de impulsos que corren directamente por la corteza cerebral hasta el sitio donde desencadenamos la acción de protección (huida, esquivamiento) sin necesidad de pasar por la lenta vía del pensamiento que nos haría perder décimas de segundo valiosísimas en nuestra propia conservación de la integridad. Esta es la vía automática de protección instintiva, el “reflejo” que le llama tradicionalmente la cultura popular.

Hoy en día sabemos que las emociones tienen múltiples características y componentes. El primero es el que causa las modificaciones fisiológicas como taquicardia, hipertensión, sudoración, boca seca, por ejemplo. El segundo traduce los modos de comportamiento clásicos, como la expresión de la cara o la modulación de la voz. El tercero es el que explica la sensación de vivir el momento de manera subjetiva, pensando en lo que pasa para reaccionar acorde al momento. El cuarto es el que relaciona los momentos vividos anteriormente y almacenados en la memoria, los que movilizados permiten obrar en consecuencia para, basados en la experiencia almacenada, poder hacer lo que el cerebro considere correcto. Y el último componente es el que hace al objeto de nuestra emoción: un perro amenazante, el amor de nuestra vida, una música agradable, una situación embarazosa.

Sin sentimientos perderíamos la base para desarrollar una vida diaria orientada al éxito. Todo estaría destinado al fracaso porque nos faltaría el motor emocional para llevar a cabo las acciones. Igualmente, es interesante comentar que los sentimientos también pueden ser inconscientes, como el caso de las personas que tienen muchas represiones e inhibiciones, y sienten miedo aunque no lo reconozcan ni se enteren de ello, y manifiestan sintomatológicamente esa emoción: sudor frío, palpitaciones, boca seca, por ejemplo.

Nuestras emociones básicas son cuatro: miedo, alegría, tristeza y enojo. Y por estas cuatro, presentes en todas las culturas, podemos sentir rápidamente sin pensar en ello (como el miedo al perro o el enojo a una ofensa, sin pensar en los contextos). De estas reacciones instintivas surgen las respuestas como la excitación emotiva o la huida. Pero eso lo abordaremos en otras entregas.

Las emociones son el motor de nuestras vidas. Pueden hacernos vivir una vida plena y que logremos nuestros objetivos. O pueden hacernos fracasar estrepitosamente. El secreto está en el control de ellas, para que no estemos DE LA CABEZA.

Déjanos tus comentarios en Voiz