Doce días. Ahora que miro el índice y hago el recuento, veo que todo este drama al protagonista le tomó doce días. OK, son capítulos, es metafórico, NADIE pasa por todas estas etapas en doce días y sale tan sano y sabio. Ni Deepak Chopra. Supongo que la autora quiso emular eso de los doce pasos de los programas de recuperación de adicciones, pero no quiero tirar mala onda, es un muy buen libro y no trata de alcohólicos anónimos ni te da “doce tips para olvidar a tu ex”. No. Está mucho más cerca de otro género, del cual Elvira Sastre sabe bastante: poesía. “Días sin ti”, es, en parte, eso. Un chico, Gael, que se sienta a escribir sobre todas las etapas de su amor con Marta. En algún momento de la historia, Marta se va y Gael se queda a reconstruir los pedazos, y trata de encontrarle sentido. A lo que fue, a lo que no fue... Todos estuvimos ahí. ¿Por qué es tan necesario perder tanto tiempo y energía en analizar algo que ya no existe? ¿Quizás para asegurarnos que no lo soñamos?

“Observarla era como escuchar mi canción favorita en directo... es breve el tiempo que lleva acostumbrarse a las sombras, pero, sin embargo, uno nunca se hace del todo a la claridad, como si solo nos sintiéramos a salvo en nuestros propios recovecos, allí donde nadie es capaz de llegar. Marta prendía fuego en todos mis rincones”.

Pero eso es solo la mitad. No, un tercio del libro. La parte grande son las cartas o recuerdos de la abuela de Gael, Dora, de su gran amor con su abuelo en las décadas del 30 y 40. De un amor que desafió todo lo convencional y luego, encima, tuvo que enfrentarse a la guerra. Y en esa guerra se afianzó más y con rabia, sacando una sola conclusión o máxima de vida: amarse más, a pesar o casi en contra de la guerra.

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Es como si el veinteañero Gael, en este milenio, y con “la liquidez” que caracteriza a las relaciones en nuestra época, necesitase el ancla de la única historia de amor real que conoció: la de su abuela. No, no creo que antes la gente se quisiera más y que ahora la gente se quiera menos. Pero sí creo que existen historias de amor increíbles en todos los tiempos y que también existen, en contrapartida, historias de amores mediocres de gente que no sabe ni quiere quererse.

“En el mundo hay un hueco para cada persona. Cuando dos personas se enamoran se vuelven una, el lugar que ocupan pasa a ser solo uno, y en él cabe el universo. Por el contrario, cuando alguien falta su espacio se vuelve un agujero inmenso y aterrador para quien lo contempla. Lo llaman ausencia. A veces son ausencias elegidas y otras veces involuntarias. Pero nada da más miedo que ese vacío. Intentamos pasar de puntillas sobre él, disimularlo con otros cuerpos

que no consiguen llenarlo, adornarlo con flores que terminan marchitándose. Sin embargo, el olvido es una trampa. No debemos forzar el olvido de quien una vez nos cedió su sitio, sino aprender a volver a ese lugar sin angustia e intentar regresar ilesos. Volver, si acaso, con una pizca de tristeza que celebre aquella felicidad tan lejana”.

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