Según declaraciones del mismo comandante de la Policía Nacional, la mejor solución es no pagarles.
La reflexión surgió tras un violento bochinche en plena Asunción, en la concurrida y recorrida avenida Mariscal López esquina Perú, donde –según las filmaciones– un ciudadano que circulaba por ahí terminó enfrascado en un pugilato en plena vía pública, de los que suceden con tanta frecuencia, en que cuidacoches y limpiavidrios se empecinan en ofrecer un servicio que nadie les pide y lo que es más grave, cuando lo realizan mbaretépe, “es decir, de prepo” y pretendiendo cobrarlo, estableciendo el precio a pagar a los automovilistas que transitan por ahí, quieran o no lavar o enjuagar o ver cómo se ensucia su auto recién salido del lavadero.
La situación es tan frecuente que hasta ha inspirado al comandante de la Policía Nacional a intervenir públicamente con una recomendación que aunque parezca asombrosa no deja de tener cierta razón: como los limpiavidrios hacen esa labor por dinero, los responsables son… o somos, sus patrones, porque les pagamos. Si dejamos de pagarles, se acabó el problema.
La cuestión es que, volviendo al ejemplo filmado en vivo y en directo, con toda su carga de violencia que los servidores de tales servicios realizan su labor a su antojo, se lo pidan o no los propietarios de los vehículos, es más, aunque los tales no lo pidan y se opongan a que se haga la limpieza indeseada.
Es decir, que el consejo del comandante no tiene ninguna consistencia, ya que aunque se nieguen a pagar, tal como sucedió en la trifulca de marras y en tantas otras, los limpiadores callejeros reclamarán su pago, aunque nadie les haya pedido el servicio.
Así que tenemos el caso de patrones involuntarios, a quienes sus “no contratados” les exigen pago por un servicio que no han solicitado. Es decir que somos sus patrones porque así ellos lo han decidido; incluso, en el caso que nos ocupa, con la anuencia del jefe supremo de las “fuerzas del orden”, que se ha adherido al criterio de los cuidacoches de que somos sus patrones; como vemos, se lava las manos al respecto de la responsabilidad en este desquiciado “oficio” que exige cobrar por un servicio que el consumidor no ha solicitado. Así que la relación patronal propuesta por el comandante es “traída de los pelos”. Claro que su explicación es más racional, cuando, sin necesidad de involucrarnos a los ciudadanos como patrones de un negocio en el que no tenemos arte ni parte, el comandante agregó que el itinerario, en caso de intervenir ellos no tiene mejor destino: “Vamos a llevarle a la Policía –al limpiador, no al automovilista– para aclarar, ya que en el absurdo de este caso es justo y necesario- que si llevan al limpiavidrios preso a la comisaría, este va a terminar reclamando a Derechos Humanos, que van a salir a su favor, acusando a los policías. En fin, un problema así visto sin salida; es decir, todo lo contrario, ya que la inacción de la Policía permite que todo siga como está y como viene estando hace décadas y más… para no escribir en el aire, me remito al libro “Los pobres del basural”, de José Antonio Gómez Perasso, en cuyo prólogo anuncié el problema que ya empezaba a ser un signo alarmante de la ciudad de Asunción, lanzándolo no solo como un una preocupación para los “urbanistas”, sino como un choque de “dos ciudades en crecimiento; la Asunción moderna y próspera, confluyente en los semáforos, cada vez más invadida por los autos, y la de los pobres que se rebuscaban en esos mismos semáforos”. La edición es de 1987.
Es decir, que desde aquel entonces han pasado funcionarios de toda clase y filiación sin que se haya encarado el problema.
La conclusión parece conducir a la catástrofe: si la Policía no puede hacer nada; si las autoridades municipales no pueden hacer nada… la única conclusión posible es que el problema va a seguir vigente y se va a seguir agravando.