• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

La carrera electoral en la Argentina está lanzada, solo tienen las restricciones de ley que acotan los tiempos publicitarios, pero su cumplimiento no es algo que preocupe a nadie. Los tres principales frentes en competencia dejaron atrás las especulaciones y los movimientos tácticos. La ciudadanía sabe –por lo menos hasta el 27 de octubre próximo– quien va con quien.

Luego, es consciente de que nada es para siempre. Los tránsfugas no son pocos. Pero, ahora, es el tiempo de que el Frente con Todos, (Alberto) Fernández–Fernández (Cristina); el Frente Juntos por el Cambio, Mauricio Macri–Miguel Pichetto; y el Frente Consenso Federal, Roberto Lavagna–Juan Manuel Urtubey, expresen que harán en el caso de triunfar en la puja. Hasta ahora, solo algunos de ellos lo han hecho frente a estudiantes universitarios, tanques de pensamiento, cámaras empresarias, inversores bursátiles, funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Casa Blanca, en los Estados Unidos. Washington y Wall Street –face to face– escucharon que no habrá default y que ninguno de quienes aspiran a gobernar dejará de cumplir con ellos que no votan aquí, sin embargo, todo demuestra que tienen voz y que están dispuestos a hacerse escuchar cuando lo consideren necesario para sus intereses.

Por lo sucedido hasta ahora y pese a que no pocas de aquellas expresiones en el exterior resulten al menos relativas, ante el futuro, no son pocos los analistas que sostienen que, con matices, tres frentes de derecha disputan el acceso a la Casa Rosada con posibilidades para alcanzar el objetivo en primera vuelta o en un eventual balotaje. Las izquierdas, irán con el Frente FIT Unidad, que postula a Nicolás del Caño; y, con el Nuevo MAS, que propone a Manuela Castiñeira. No hay mucho de nuevo aunque así lo parezca.

De hecho, desde 1999, el frentismo avanza en la Argentina. En aquel año, el radical conservador Fernando de la Rúa fue presidente acompañado del peronista Carlos “Chacho” Álvarez y, en el 2007, la peronista Cristina Fernández alcanzó la Casa Rosada con el radical Julio Cobos. En el medio, la implosión del 2001 cuando la sociedad exigía “que se vayan todos” acompañando rítmicamente el reclamo con las cacerolas. No son pocos los casos que, por estos días, permiten afirmar que muy pocos se fueron.

Así y todo, es indudable que hay cambios y que nada será igual. Los efectos del 2001 se perciben claramente en la conformación de los frentes para la presidencial que viene al igual que en la evolución electoral que se verifica en los comicios provinciales en lo que corre del año. El PJ (Partido Justicialista) y la UCR (Unión Cívica Radical), a través de algunos de sus dirigentes supérstites, son solo acompañantes de líderes sin partidos. Por si algo faltara, en ese esquema, unos pocos días atrás, el Partido Socialista fue derrotado en la provincia de Santa Fe, su último bastión.

Los tres partidos tradicionales en este país –desde una perspectiva institucional– parecen haberse consumido por desactualización ideológica, sobrevaloración de los egos personales y la defensa de posiciones laborales bien pagas con retiros generosos para pocas y pocos. El Siglo XX político en la Argentina agoniza. Desde el fondo de la historia no son pocas las voces que dan cuenta de instancias parecidas.

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, sostenía el combativo y combatido Antonio Gramsci. La monstruosidad, no pocas veces, es la cara oculta de la cobardía. “Los cobardes son los que se cobijan bajo las normas”, afirmaba Jean Paul Sartre. Todo lo que exige la Ley electoral en la Argentina se cumple. Hay frentes, hay candidatas y candidatos. Solo falta conocer sus propuestas. La sociedad espera para saber a que votar, a quién votar y qué los diferencia. Punto de inflexión.

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