• Por Antonio Carmona
  • Periodista

Pese a la ligera opinión coincidente de los presidentes Marito y Evo, la guerra no es estúpida. Es tremenda, destructiva, salvaje… y se pueden seguir enumerando calificativos dramáticos, pero estúpida no es calificativo que le calce, y menos a la Guerra del Chaco a la que hacían referencia. Las guerras son generalmente bien pensadas e impulsadas por intereses espurios, alimentadas y organizadas y manipuladas. Es el caso de la Guerra del Chaco, cuyos antecedentes regionales son bien conocidos, y su principal manipulador, el famoso Spruille Braden, de meticulosas y mefistofélicas manipulaciones en la región, bastante ventiladas por la bibliografía como para necesitar desempolvarla, desde promotor de conflictos hasta intentos de manipulación en su carácter bífido de diplomático y representante de intereses petroleros.

El tema es ya viejo y gastado como para desempolvarlo, pero vale la aclaración debido a la ligereza de los presidentes para caer en el lugar común de un cierto carácter abstracto y “espontáneo de los intereses que generalmente promueven las guerras entre las naciones que, además de catastróficas para los protagonistas, son bastante rentables para los fabricantes”.

En estos mismos días en que Marito y Evo coincidían en la estupidez, había por doquier testimonios y recordaciones de excombatientes sobre las tremendas condiciones en que se peleó en tan árido escenario.

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Valga citar a dos de los más grandes escritores de ambos países, los dos Augusto, Céspedes del lado Boliviano y Roa del lado paraguayo, ambos fueron testigos, principalmente, y retrataron ese infernal clima en un territorio de infernal temperatura. Basta leer dos relatos del azote de la sed, en los que los más tremendos escenarios del Dante parecen de utilería. El pozo, del boliviano; la sed, del paraguayo.

No fue una guerra estúpida, fue un infierno. Los demonios que azuzaron el fuego no fueron los “vecinos en una estúpida guerra”, aunque toda guerra tenga algo de irracional y hasta de “estúpida”, si se la quiere llamar así en vez de por su nombre, manipulada y hasta azuzada. La palabra estúpida está demás, aunque toda guerra tenga algo de irracional; los pueblos que las sufren se ven impulsados a combatir sin tener otro remedio que el de defender ese territorio que consideran su hogar, su patria. Y no se trata solo de un pueblo, sino de todos los pueblos que son, finalmente, con los que pelean y sufren las guerras.

Cuando Roa, según el testimonio al que hago referencia, le pregunta a Céspedes, quien escribió primero sobre ese infierno chaqueño, si él puede escribir también, el boliviano le contesta: “Las historias que escriben los pueblos no son de nadie”.

Esos pueblos, que nunca fueron enemigos, se vieron enfrentados y sufrieron las consecuencias no de una guerra estúpida, sino de una guerra inevitable porque, a pesar de los pesares, siguieron y, como en el caso que nos ocupa, siguen siendo fraternos.

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