“Perdido en las montañas de Antioquia hay un pueblo que se llama Támesis, como el río de Londres. Sí, como el río, pero en bonito. El río, si les digo la verdad y bien que lo conozco, se me hace triste y monótono, lento, fatigado, sin ganas de vivir, como si arrastrara por la inercia de las edades sus cansadas aguas. El pueblo, en cambio, es alegre y parrandero. Nació ayer y aún no ha perdido la fe ni la esperanza.”

Arrancar un libro con un pasaje como ese no es cosa de cualquiera. Es uno de los muchos recursos literarios que han hecho de Fernando Vallejo uno de los “otros grandes escritores colombianos”, los del posrealismo mágico y el boom latinoamericano. Es cínico, pesimista, escéptico, hasta soez y chabacano; pero al mismo tiempo lírico e hilarante. Maneja la ironía como pocos, y nos regala una mirada descreída y crítica de Colombia, y, seamos sinceros, de toda Latinoamérica.

El narrador está en México, narrando desde su exilio el delirante ascenso al poder en un pueblito antioqueño de Carlos, su hermano. “Carlos, mi hermano, el non plus ultra, el más berraco: Carlos I de Támesis que no tendrá segundo y quien cuando sale en su parihuela bajo palio bendice a la multitud.” Su campaña para alcalde, con muertos que votan, promesas electorales imposibles y hasta una bandada de loros amaestrados para la propaganda política. Una historia grotesca y graciosa que no oculta el lado oscuro de violencia y corrupción: guerrilla, narcos y su estrecha relación con el poder. Violencia hasta en la sopa. Violencia como forma de vida y de subsistencia, violencia desde el gobierno, desde los grupos de poder y desde el pueblo llano.

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Desde la distancia, el narrador usa su bronca y derrapa contra todo y todos: la trampa del monocultivo de café, la falta de trabajo y de ganas de trabajar, una sociedad miserable y mediocre sin la más mínima aspiración, caldo de cultivo de los gobernantes corruptos que más que producir, escupe. Vallejo derrapa contra ese pueblo ingrato, que no quiere escuelas ni hospitales sino solo seguir viviendo de la limosna preelectoral. El clientelismo político nuestro de todos los días, ese que se sienta a tomar un viernes de noche con sus primas corrupción y pobreza y se levanta de buen humor el lunes, dejándole la resaca a su víctima casual: el resto de la sociedad.

Vallejo ha escrito una sátira sobre el poder que incomoda, pero al mismo tiempo arranca carcajadas. Nos da una trompada de realidad; pero lo hace con poesía y eso nos ayuda a encajar mejor el golpe: “Vaya a ver y verá. Lo invito. Con todo y suegra y sus amigos y los amigos de sus amigos y todo el barrio y la parentela a beber aguardiente gratis de cuenta mía”.

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