¡Fueron robados, Señoría! El Tiempo es el culpable y solicito para él el máximo rigor de la ley. Él escondió todos esos placeres de juventud en su bolsa tejida de años y nos estafó haciendo que los olvidáramos y los cambiáramos por otros de menor valía.

Aunque no tengo pruebas para demostrar mis conjeturas, sospecho que la trama la urdió con su secuaz, la Infelicidad, la cual se encuentra muy oronda en esta misma sala asistiendo al juicio.

No me pregunte usted, su Señoría, cuáles serían los motivos que llevaron a estos dos criminales a perpetrar semejante acto de vileza, pues como usted bien sabe las mentes de los delincuentes vuelan en tanto que las de la gente normal apenas comienza a gatear.

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Como primera prueba de mi alegato arrimo este paquete que contiene una docena de barquillos rellenos con dulce de guayaba. En esta época, debido a la edad, para muchos presentes resultará toda una novedad, hasta una excentricidad, pero otras personas al mirarlos recordarán ese inexplicable cosquilleo de alegría que producía morder estas crujientes golosinas, cuando eran niños.

Fue el Tiempo, este mismo que está aquí sentado en el banquillo de los acusados, el que hizo que olvidáramos este derecho de antaño.

En su declaración el imputado adujo que no fue su propósito, pero su conducta revela la aviesa mala intención de atentar contra la dicha general de la población. Estos barquillos son apenas el inicio de una infinidad de Placeres Robados de los que los inocentes fuimos privados de forma imperceptible y sistemática a través de nuestra vida.

Fue también el mismo acusado el que con engaños a muchos susurró falsas promesas de amor al oído y se guardó su inocencia en el bolsillo. Cambió los juegos con los amiguitos y los abrazos de mamá y los convirtió en rebeldía de adolescente. Mírelo, su Señoría, su rostro lo delata. No puede negar los hechos.

Le pregunto yo a este malhechor, ¿dónde escondió todas esas risas infantiles que daban luz al mundo? ¿Qué hizo con ellas? ¿Qué consiguió a cambio de ellas en el mercado negro?

Si cierran los ojos los miembros del jurado y vuelan con la mente hacia el pasado podrían sentir esa seguridad y paz que brindaba la voz de papá, otro derecho inalienable que también fue robado por este señor, el Tiempo. Pongo este caso como un simple ejemplo de las cosas que este ladrón se llevó sin darnos cuenta, porque en este recinto lo que se juzga son los Placeres Robados, no más.

Así que continuamos con la exposición y para ello nos valdremos de no solo una, sino de las dos manos. ¿Podrían citar con los dedos nombres de grandes artistas que hayan surgido en la última década? ¿Cantantes, actores o comediantes, cuyo talento pudiera elevarlos con merecimiento al Olimpo de la fama? Con una mano sobra.

El Tiempo tiene un sicario sin rostro, pero es fácilmente reconocible porque porta una guadaña, así que además de ladrón se lo acusa de asesinato en primer grado. Aquí tenemos, su Señoría, una lista interminable de víctimas de estos dos forajidos. Ellos nos privaron del placer con que nos deleitaban estrellas del canto como Freddy Mercury, Michael Jackson, John Lennon, Elvis Presley, Jim Morrison, Frank Sinatra, Luis Alberto del Paraná, Rocío Durcal o Rocío Jurado, Nino Bravo, entre miles. ¿Y actores? La lista más reciente la integran Paul Walker, Robin Williams, Patrick Swayze, pero también están los más imponentes como Marlon Brando, Paul Newman, Elizabeth Taylor, Michael Landon, Henry Fonda o el incomparable Charlton Heston.

Orfeo, hijo de Apolo y la musa Calíope, fue el dios del arte según cuenta la mitología griega. Tal vez él, en su infinita generosidad, haya sido el responsable de la difusión de las más grandes obras e interpretaciones del reciente pasado de las que hoy no queda casi nada. Los últimos artistas se están yendo y la nueva generación no ofrece recambio.

Sí, su Señoría, el Tiempo es el culpable. En su mansión tiene encerrados miles de pequeños placeres que en un descuido nos robó a todos y exigimos que nos los devuelvan porque nos pertenecen.

En sus mazmorras esconde esa canchita de barrio en la que nos juntábamos para jugar fútbol, allí donde nos sentíamos ídolos; también guarda ese perfume que se acercaba a nuestra cuna en silencio para velar nuestro sueño.

Los Placeres Robados son tantos y tan únicos que no tienen precio. No fueron olvidados como pretende hacer creer la defensa del Tiempo. Ellos viven en el recuerdo y deben ser rescatados de las garras de este bandido.

Estos barquillos rellenos con dulce de guayaba son el ejemplo. Cierren los ojos y recuperen esos momentos lejanos; esa caricia de verdadero amor; ese lugar secreto; esa travesura inocente; esa paz que quedó retratada como un lienzo, iluminada con diamantes de estrellas; esa frase que nos inspiró, ese amigo que compartió una desilusión, esa mascota que nos daba la bienvenida cada vez que llegábamos cansados a casa.

Como diría Perales, cuánto darías por volver a jugar con tu perro una vez más, a mirar de reojo aquel pastel que se burló de ti tras el cristal.


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