A ver, digamos que esta columna es mi reivindica­ción personal a mi “derecho a la pavada”. O qué, ¿se creían que solo leo “libros serios”? Señores, he leído tanta basura que no alcanza Cateura para desechar tanto pasquín. Simplemente no los recomiendo en mi prístina columnita.

Pero hay veces en que, si bien el tema es frívolo, el libro es bueno, está muy bien escrito. Cómo dejarlo pasar cuando sé que un montón de mis amigas disfrutarían como locas leyéndolo, y que de paso van a tener una seguidilla de lecciones de historia muy bien investigadas y documentadas. Es mi primer libro de Carmen Posadas, pero parece que ese es uno de sus fuertes. Aparte de su excelente prosa. Así que aquí les va la recomendación, sin reservas ni vergüenza.

Beatriz Calanda hace rato pasó su cumpleaños número 60, pero conserva la belleza y la seducción que la convir­tieron en la reina de la prensa rosa española en los últi­mos cuarenta años. Desde los primeros años de la tran­sición, a fines de los setenta, sus cuatro matrimonios, y sus tres divorcios, con las cuatro niñas surgidas de cada uno, han sido objeto de tapas de revista, de entrevistas exclusivas y bien remuneradas, cuidadosamente curadas por su protagonista, cuyo lema es el siempre útil y cursi “solo sigo a mi corazón”.

Un actor de moda a fines de los setenta; un escritor de izquierda, en los ochenta; un aristócrata de fina estampa en los noventa; y, durante los últimos casi veinte años, su matrimonio más estable: un rico y exitoso banquero: Arturo. Pero desde que sus finanzas empiezan a opacarse, también parece hacerlo su suerte. Un accidente doméstico lo deja en silla de ruedas y lo pone en una posición muy vulnerable, pero también le brinda un nuevo ángulo de visión. Desde los 50 grados de perspectiva que su nueva situación le brinda, Arturo se pone a estudiar a su mujer, sus tres hijastras y su propia hija adolescente: Gadea.

A su vez, Gadea, temerosa por su padre, también se pone a indagar. En los recortes de prensa de los últimos cuarenta años cuidadosamente guardados en álbumes por la fiel asis­tenta, Lita. Y empieza a descubrir cosas que simplemente no cuadran, y la llevan mucho más allá en el tiempo. Porque para entender a Beatriz, hay que empezar por su madre, Ina, allá en los años cincuenta, para empezar a desentrañar la madeja de mentiras y verdades maquilladas que ha tejido a modo de vida, ya que “las mentiras más eficaces de todas son las que uno se cuenta a uno mismo”.

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