• Por el DR. MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ
  • Dr. Mime

En una de las emisiones de nuestro programa “Bar Conspiración”, por Unicanal, el querido Augusto Dos Santos me preguntó por qué el cerebro se puede transformar en situaciones en las que el colectivo prima sobre la individualidad como en un estadio de fútbol o una manifestación, por ejemplo. Sucede. Y con un mecanismo muy interesante.

La forma en que nuestro cerebro toma decisiones morales es diferente cuando estamos solos y cuando actuamos en grupo. Diversos experimentos han demostrado que las personas pueden cometer actos de vandalismo y brutalidad cuando actúan dentro de la masa que no cometerían como individuos particulares, como si el sentido de la responsabilidad se disolviera en el anonimato colectivo. Pero, ¿cómo pierde uno el contacto con sus propios principios morales para saltárselos a la barrabrava en mitad de una turba o celebración?

Algunas personas son más propensas a disolver su personalidad entre la multitud. Hay partes del cerebro que están implicadas a la empatía, las decisiones morales y cómo cambian en función de determinadas variantes, hasta el punto de que se pueden manipular mediante un procedimiento llamado estimulación magnética transcraneal, donde con campos electromagnéticos dirigidos desde el exterior a la corteza cerebral se pueden inducir cambios en diferentes funcionalidades del propio cerebro.

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Estudios han demostrado cómo las personas pierden contacto con sus referencias morales individuales cuando actúan en grupo y cómo esto facilita la posibilidad de que agredan a los que no pertenecen al grupo como sucede en los colectivos enardecidos por una idea política o un color deportivo, que ven como enemigo a todo aquello que no condice con sus preferencias personales.

Un área del cerebro, la zona medial de la corteza prefrontal, se activa siempre que la persona hace valoraciones sobre sí misma y las cosas que piensa, como si fuera una especie de sentido del “yo”. Esta zona se activa mucho durante el juego individual, pero se inhibe cuando se juega en grupo. La gente cambia sus prioridades cuando hay un “nosotros” y un “ellos”, y conocer esto puede servir para comprender mejor por qué algunas personas son más propensas a “perderse a sí mismas” o disolverse dentro de un grupo que compite con otro.

Una vez que te sientes atacado por tu grupo, aunque sea arbitrariamente, cambia tu psicología. La literatura científica coincide en señalar que nuestros cerebros parecen desarrollar un sentido del grupo que nos hace percibir a los otros como extraños e incluso hostiles, y en los casos más extremos, deshumanizarlos.

Cuando los investigadores emplean la lógica de grupos es frecuente que las personas se alegren secretamente de las desgracias ajenas, una sensación conocida con el término alemán “schadenfreude”. En experimentos con neuroimágenes se ha comprobado que a algunas personas se les activan las zonas de “recompensa” del cerebro cuando el competidor recibe una descarga eléctrica dolorosa o cuando le sucede una desgracia. Y no hay nada que hacer: el ser humano se alegra cuando a otro le sucede una desgracia. Y eso es inevitable.

En estudios en resonancia magnética funcional se observaron que los estímulos negativos (tu equipo pierde y el rival gana) activaban zonas cerebrales diferentes: la ínsula y la circunvolución cingulada anterior, mientras que los estímulos positivos (tu equipo gana y el otro pierde, incluso con un tercer equipo) activaban el cuerpo estriado, que tiene que ver con el placer (pero también con las tentaciones que los propios sujetos relataban) de golpear a un seguidor del otro equipo. ¿Quiere esto decir que estar en grupo te convierte en una criatura agresiva y sin control? Por supuesto que no. Lo que el estudio apunta es que algunas personas pueden estar más predispuestas que otras a saltarse sus propios límites morales cuando se identifican con un grupo de gente.

Esto puede tener también consecuencias positivas como demostraba un estudio de 1990, en el que los sujetos eran más propensos a donar dinero para una buena causa cuando estaban en grupo que cuando estaban solos. Los mismos circuitos neuronales, aseguran los investigadores, pueden promover comportamientos prosociales o antisociales, aunque el contexto competitivo tiende a promover el segundo escenario y lo habitual es que, cuando el individuo pierde la referencia de su código moral, su actuación termine siendo desafortunada e irracional.

La estupidez humana (y también la solidaridad, vaya paradoja cerebral) tiene explicación también. Y nos dejan DE LA CABEZA.

(*) La columna de esta semana fue extraída del capítulo nuevo añadido a mi libro “Cerebra la vida”, que desde este lunes puede ser adquirido en todos los locales de Libros para Todos y la semana que viene en la Feria Internacional del Libro de Asunción 2019.

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