• Por Augusto Dos Santos
  • Analista

Atardece y llovizna, 20 hombres con sus torsos desnudos metidos hasta la cintura en el caudaloso río tratan de acomodar bolsas de “plastillera” cargadas de arena para tratar de bloquear una fuga. Las voces se cruzan orientándose mutuamente sobre dónde bajar una bolsa para cubrir una brecha o sobre cómo cargar las bolsas. En el fondo es una forma de renovarse el ánimo mutuamente.

Paleros que cargan arena en tales recipientes y acomodadores de las bolsas metidos en el agua son los actores centrales, pero los secundarios no dejan de ser importantes: doña Lola que llega con una palangana de tortillas calientes o Adrián y su esposa Mila que preparan una olla ardiente de cocido, o el señor que trae la arena a bordo de su viejo camión volquete.

En esos 50 metros de los kilómetros de muro de contención de Pilar pudiera estar jugándose la suerte de la ciudad si el río sigue creciendo. En media cuadra 30 personas están escribiendo una historia gigantesca, pero imperceptible y casi ausente en los medios.

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Nadie que pelea en el agua por colocar una bolsa pegada a otra, nadie que palea arena dentro de tal elemento se ha preguntado en todo el día de qué partido político o de qué clase social es el que lucha al lado, codo a codo; las polémicas son un asunto para las autoridades y los medios, ellos no están para entretenerse en “kilombos” menores, están para salvar la ciudad de una inundación.

Los paleros de Pilar ya tienen su historia. Y un monumento que los honra al ingresar a la ciudad. Es de las pocas ciudades con héroes civiles con monumento propio.

En 1983, cuando la gran inundación, hubo un hombre ejemplo. Pequeño y robusto. Rubio y de ojos azules, sangre migrante y nervios de italiano, don Nicolás Mellone, quien se destacó por su liderazgo conduciendo a ejércitos de paleros peleando en las orillas del río contra el enemigo inconmensurable. Hasta su muerte lo respetaron por tan importante lucha.

Como él se reproducen héroes en cada riada que no necesitan ni convocatorias rimbombantes ni telegramas para estar allí cargando bolsas y acomodándolas para evitar que el arroyo Ñeembucú o el río Paraguay les gane la pulseada. Son los mismos héroes que se tienen que bancar con enfado, pero sin tiempo para “plaguearse”, que autoridades y funcionarios públicos oportunistas aparezcan “para la foto” hombreando una bolsa o apareciendo con más ganas de figuretear que de ayudar realmente.

Pero como la guerra, la tarea de los defensores de los muros de Pilar no puede ser una solución permanente. Merecen dos cosas: el respeto y la honra de la comunidad para siempre, pero también merecen que las autoridades nacionales y locales piensen en una solución permanente, que de una vez por todas encuentren cómo hacer para que el futuro de Pilar se libre del mal de las inundaciones.

Esta solución permanente deberá ser multidisciplinaria. Un muro que ya no se derrumbe nunca, sistemas de desagote modernos y eficientes, pero también un plan urbanístico rígido que ya no permita el asentamiento de viviendas en sitios anegables y planee la Pilar del futuro en buena convivencia con su río.

Para hoy anunciaban lluvia. Si llueve, mientras nos refugiamos en casa, mientras miramos la lluvia por la ventana, centenares de pilarenses empezarán el día metidos hasta la cintura en el agua, cargando bolsas y blindando los muros. Gladiadores de pala y arena.

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