- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexfnoguera@hotmail.es
Uno de los mejores teclados que vio nacer y morir esta singular tierra guaraní fue bautizado con el nombre humano de Helio Vera, rara conjunción proveniente de gua’ilandia, lo que tal vez explicaría su grandeza, ya que “Helio”, según la mitología griega, era la personificación del Sol y “Vera”, en idioma indígena nativo, significa brillante o relámpago.
Sin embargo, no creo que la luminosidad de su mente privilegiada provenga ni del origen de su cuna ni de algún mágico sortilegio que pudiera esconder su nombre y ni tan siquiera la fusión de las profesiones tan dispares como las de la abogacía y sobre todo la del periodismo, que le cupo desempeñar con pasión hasta el fin de sus días.
No. Helio Vera fue dueño de una superlativa curiosidad que, primero, lo llevó a descubrir los secretos que guardaban los libros, leía mucho, y luego, con el correr del tiempo, lo encaminaría a plasmar sus propias obras con títulos tan innovadores y singulares como “Diccionario del paraguayo estreñido”, “El país de la sopa dura”, “El cangrejo inmortal” o “La hondita impaciente”.
Entre sus múltiples concepciones literarias, este insigne hijo del Guairá también se atrevió a publicar nada menos que una joya de las letras contemporáneas titulada “En busca del hueso perdido (Tratado de paraguayología)”.
En este ensayo –como él mismo define– se pregunta si existe una categoría abstracta del paraguayo y a continuación cita “apresuradamente” algunas de las muchas clases de paraguayos de las que tiene conocimiento.
Dice que hay paraguayos del campo y de la ciudad, así como paraguayos “gente” y los “koygua”, también los “arrieros” y “conchavados”, los “valle” y los “loma” y cita a Ramiro Domínguez.
A continuación describe a los paraguayos de origen europeo y los mestizos, así como los indígenas y los catalogados según su tipo de sangre. La lista continúa con los blancos, albinos, rubios, trigueños, morenos, overos y amarillos (ya sean fruto de la ictericia, de su origen oriental o de su “irreprochable” documentación... pagada en dólares).
Como su eterno lema en la enseñanza del periodismo: “Lo bueno breve, bueno dos veces”, el escritor finaliza su destacado aporte a la ciencia con una sencilla, pero profunda división, que distingue a los paraguayos, que son los “de primera” y “de segunda” categorías.
Si esta humilde introducción sirve para tratar de reconocer y destacar la genialidad del trabajo de un hombre de letras, la admiración se duplica cuando tomamos conciencia de que en este invaluable volumen falta –posiblemente de forma deliberada, teniendo en cuenta su inteligencia– otra categoría que describe cabalmente a los hasta ahora mencionados nacidos en el Paraguay: los cerristas y los olimpistas.
Escribir sobre alguna de estas dos especies autóctonas es un riesgo innecesario, ya que luego uno nunca sabrá de dónde vino la bala. Y es que el odio es tal, que a pesar de las campañas de concienciación de los propios jugadores, cuando acaba un encuentro entre estos rivales la “fiesta” continúa en las calles, con heridos y hasta muertos.
En esta ocasión, la falta de mención de esta categoría fantasma en la literatura de Helio Vera llega como hartazgo tras los últimos incomprensibles capítulos que dejaron las huestes de los tradicionales bandos. No hace falta mencionar la acción de los árbitros, ni la reacción dirigencial cuando se cobran penales a favor de uno y goles inexistentes en contra de otros. La intención no es buscar culpables, sino visibilizar conductas más profundas e irracionales que no se ven a simple vista.
Para empezar, no sabría si calificar de gracioso o lamentable el rostro de los aficionados cuando presencian un partido. Lo menos que hace el hincha es taparse la cara, comerse las uñas o quedar ronco de tanto gritar. Si uno pusiera en silencio el televisor y la cámara apuntara solo a las graderías, el resultado nos dejaría atónitos. No diferenciaríamos a los humanos de los simios, porque los segundos tendrían mejor comportamiento.
Con la obtención del “tri” se generalizaron las cargadas hacia los perdedores. Y aquí hay que destacar dos hechos muy importantes. Primero, el perdedor, en este caso los cerristas, realmente sienten dolor porque sus colores no llegaron al cetro, pero más porque el acérrimo rival fue el campeón. ¿Qué mente puede explicar que una persona sufra –realmente sufra– por el resultado de un partido? ¡Es incomprensible...! ¿Es un problema psiquiátrico... es falta de educación... es consumismo irracional?
El hincha cree que él es Roque, que es Churín, que es Camacho, que es Haedo... y que él fue el que metió el gol y hasta imagina que la afición lo aclama. Vive un mundo de fantasía y sonríe como si el club fuera suyo y nada fuera más importante.
Segundo, así de enfermos también aparecen los que envían sus videos o bromas por las redes sociales. Personas de todos los niveles, machacan sobre el dolor ajeno y se regodean de esa conducta. Y más que celebrar una victoria, disfrutan de la humillación del rival... como si pertenecer a determinados colores representara un orgullo. Causa vergüenza ajena ver que personas instruidas actúan como cavernícolas. Y lo peor es que no se dan cuenta. Son simios saltando por una banana.
El colmo de lo absurdo, “la venganza” llegó hace unos días cuando los “caídos” vieron humillados a los “tri”, que perdieron el invicto. Son ciegos que no ven la noria del destino que gira eternamente para favorecer con su capricho a unos y otros, en un juego que divierte al que observa y no participa.
Tal vez Helio Vera era consciente del riesgo que representaba caer en la vorágine de esa pasión y como buen paraguayo optó por hacerse el “ñembóta” en cuanto a esta categoría. O quizá sí la mencionó solapadamente cuando escribió “hay paraguayos de tipos de sangre A, B, C y quién sabe de cuántos otros”. ¿Se refería solo a los tipos de sangre o a otros paraguayos, entre los que ocultó deliberadamente a estos disparatados compatriotas?
Para finalizar la idea, copio una lúcida frase de los defensores animalistas que dice: “Animales sí, bestias no”. Como buen gua’i, imagino que Helio Vera hubiera dado vuelta las palabras en esta categoría de paraguayos y sentenciado: “Animales no, bestias sí”.