• Por Augusto dos Santos
  • Analista

Con demasiada frecuencia se atribuye a la comunicación de Gobierno lo que en esencia corresponde a otras responsabilidades. También con frecuencia culpar a la comunicación es un recurso para localizar una cabeza de turco oportuna y fácil de adjudicar.

Por ejemplo, el caso del debate sobre el ya famoso paquete impositivo. Con mucha generosidad estamos culpando a la comunicación de un error que más bien corresponde a la ausencia de concertación. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. La comunicación –en este caso– es una fórmula para llegar a todos con información suficiente sobre determinada iniciativa del Gobierno; pero, cuando claramente los sujetos a los que se debe convencer son actores empresariales, líderes sectoriales, la herramienta no será una oportuna explicación en un diario o en un programa de radio, sino la calidad que tuvo o pudo haber tenido un gobierno para establecer una mesa de consenso.

Como sucedió en diversas ocasiones tal concertación se deja para el final en vez de plantearse como cabeza de proceso.

Gobernamos bien, pero comunicamos mal

Es una tentación que en el curso de la historia ha servido de discurso fácil el culpar a la comunicación de las fallas de la gestión en otros órdenes. Probablemente el caso más emblemático que recoge el maestro comunicólogo político argentino Mario Riorda es la expresión del ex presidente peruano Alejandro Toledo, quien al finalizar un año poco feliz de mandato manifestó algo así como: “gobernamos bien, pero comunicamos mal”.

Primero es repudiable usar a la comunicación como “cabeza de turco” para encubrir otras debilidades y, en segundo lugar, porque no se acaba de comprender que no se puede dislocar la comunicación del gobierno de la gestión de gobierno. Esto es: si comunico mal es también un fracaso de mi gobierno. La comunicación no es un hecho exógeno.

Fórmulas de consenso

Es cierto que hay mucho humo inservible en materia de comunicación, que podés comprar un premio como estratega político por 1.700 dólares y que hay asesorías que merecen palos por lo inútiles que son; pero tampoco es justo acusar a la comunicación de las culpas que no tiene.

Si se tuviera que ser francos se tendría que contar el enorme costo que tiene para el Estado –por ejemplo– lograr un consenso con esa porción delincuente que puebla el Congreso y que por cada acuerdo pide al Gobierno –por lo menos– media docena de nombramientos, una manito con una licitación y si te descuidás una platita para el combustible.

Otro defecto frecuente en estos procesos es confundir información con acuerdos. El calcular que porque un viceministro de Tributación habla con todos los medios los ciudadanos van a generar una presión social.

Eso se logra con mayor facilidad en los asuntos políticos y de justicia, pero con más dificultad en temas de la economía sencillamente porque nuestra opinión pública no está habituada al debate político. El debate económico sigue siendo un asunto de analistas a los que pocos entienden.

Parafraseando a Bill Clinton diríamos que no es la comunicación, es la gestión del consenso, estúpido.

Dejanos tu comentario