• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

El clima electoral no se instala en la Argentina. Como si a muchos no les importara votar o, como afirma Noam Chomsky, porque “ya no cree ni en los mismos hechos”. La sociedad parecería estar en otras cosas. Tal vez, en la inseguridad, en la inflación, en la marcha general y personal de la economía, en el desempleo, en la corrupción. O, en algunos segmentos sociales, deje de lado el pensamiento crítico seducida por los más recientes capítulos de Juego de Tronos.

En el Registro Civil de la capital argentina formalmente se reporta que desde el 2013, crece el número de bebés que se inscriben como Khaleesi, Ayra o Daenerys y que disminuyen los Berlín, Río o Moscú, los bandoleros y bandoleras devenidos en antihéroes globales a partir de La Casa de Papel. Lo electoral no arranca. El 12 de junio próximo vencerá el plazo para inscribir eventuales alianzas para los comicios. Hasta el momento, con la excepción del propio presidente Mauricio Macri, que taxativamente aseguró que competirá, no se conocen otros candidatos.

Circulan muchos nombres, pero son solo parte de un razonable listado de actores públicos que los analistas de opinión pública incluyen cuando simulan escenarios electorales para mensurar humores sociales. Pero las encuestas, pese a no ser la única herramienta aplicable a las múltiples batallas electorales, son las más conocidas públicamente y, popularmente, se suele descreer en sus resultados. Aquí y en muchos otros callejones de la Aldea Global. Chomsky sostiene que ese sentimiento emerge “por enfado, miedo y escapismo” y el “descrédito de las instituciones”.

En ese contexto, todo parece indicar que aquí –una vez más– se procurará orientar al votante a partir del miedo para que, finalmente y aunque duela, elija a quien considere menos malo o mala. Tristísima constante o encerrona en la que agregan lo suyo las fragmentadas encuestas que trascienden. Macri y su más comentada competidora que aún no es candidata, Cristina Fernández, son también las dos figuras públicas con mayor rechazo social, dicen esos estudios que también indican que son los poseedores de la más alta intención de voto. ¿Se puede creer en las encuestas?

Algunas precisiones. Estos trabajos de investigación social –que no son baratos– tienen dueños. Los que las pagan son también los propietarios de los datos y las conclusiones alcanzadas en cada pesquisa. En ellos está la potestad de qué, cuándo y con qué objetivo estratégico o razón táctica se darán a conocer –en todo o en parte– cuando la campaña lo demande.

El diario Clarín, que se edita aquí, reveló –sin que ninguna voz oficial lo desmintiera– que son 14 las consultoras “que fueron contratadas y miden para el Gobierno Nacional”. La firma Isonomía –una de ellas– es la que días atrás reportó que –“en un escenario de balotaje”– Macri pierde frente a Cristina por 9 puntos. Inmediatamente, entre otras calamidades, el dólar se disparó por encima de los $46; los inversores ratificaron que continuarán alejados de este país; el Fondo Monetario Internacional (FMI) cedió ante el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, para poner fin a la flotación entre bandas del precio de la divisa norteamericana; y –la frutilla del postre– para que el oficialismo y el peronismo no K, quizás, alcancen “consensos sobre cosas básicas” y los rubriquen para que sean previsibles los días que sigan al 10 de diciembre que viene cuando finalice este turno presidencial. Otra de esas empresas contratadas por el Gobierno, Demos Consulting, tres días atrás, reportó que Macri triunfa sobre Cristina en primera y segunda vuelta por 4 y 2 puntos, respectivamente.

Daniel Prieto Castillo –comunicólogo latinoamericano contemporáneo de “Papi” Bordenave– sostiene que en la práctica, “la comunicación es una guerra de percepciones” para que cada quien alcance sus objetivos. Casi patológico. Dr. House, con firmeza, asegura que “todos mienten”. Coincide con el viejo Chomsky.

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