• Por Olga Dios

“Ambos hablamos de iluminar el mundo; solo tenemos diferentes fuentes de luz”.

Aquellos nostálgicos de la novela gótica victoriana –Charles Dickens, Wilkie Collins– se van a dar una agradable sorpresa con Sarah Perry. Esta chica nacida en 1979 y criada en una familia bautista de creencias muy estrictas, se formó sin televisión y en su casa solo había libros del Siglo XIX para abajo. Cuando empezó a escribir se dio cuenta que el lenguaje contemporáneo le era “difícil, forzado”.

Entonces se animó a escribir una novela gótica, redactada como con pluma y tinta en un altillo sin luz natural. Pero tratando, al mismo tiempo, de romper mitos sobre la vida en la época victoriana y, sobre todo, sobre el arquetipo de mujer de ese tiempo. Esa que se desmayaba por cualquier cosa y ante el menor contratiempo pedía “sus sales”.

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No, Cora Seaborne no se condice para nada con la mujercita encorsetada y hogareña que pintaba Dickens. Luego de la muerte de su esposo, Cora emprende su nueva vida con tristeza, pero alivio. Amaba a su marido, pero le temía, como solo puede entenderlo una mujer que no conoce otro tipo de relación que una enfermiza, rayando el sadismo. Nunca encajó en el papel de esposa perfecta. Con su hijo Francis, un chico que en la época habría sido tachado de “especial”, deja Londres y se traslada a Essex, buscando espacios abiertos donde sumergirse en su gran pasión: Cora es una “naturalista” aficionada.

Hay rumores de que en el estuario del río Blackwater, la mítica serpiente de Essex, que, según la leyenda, en el pasado ya recorría los pantanos reclamando vidas humanas, está de vuelta en las orillas de la parroquia costera de Aldwinter. Mientras el pueblo teme el castigo divino, Cora está segura de que la bestia puede ser una especie desconocida.

Sus investigaciones la llevan a conocer a William Ransome, el vicario local. Will teme que la inquietud de sus parroquianos sea una falla moral, una desviación de la fe. Y aunque Cora y Will no están de acuerdo en nada –ella es pura razón y él, pura fe– sus conversaciones fueron lo más apasionante que les ha pasado en la vida. Obvio, estalla la atracción. Con un par de inconvenientes: la esposa de Will y los mil traumas de Cora, cortesía de su difunto esposo.

Pero, lo que destaca en esta novela es que celebra el amor: todos los tipos y formas de amor. Lo que se ve en el fantástico coro de personajes paralelos que enriquecen la trama: Martha, ferviente socialista; el Dr. Luke Garrett, cirujano innovador; George Spencer, aristócrata culposo y reformista, y los fabulosos niños de Altwinter, en particular Joanna y Naomi, con sus miedos, leyendas y sueños. Porque, por más explicaciones que encontremos a lo que no comprendemos: “Ni siquiera el conocimiento puede erradicar todo lo extraño que hay en el mundo”.

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