En línea recta, la distancia que separa a Japón de Paraguay es de 17.873 kilómetros. Para tener cierta idea de esta magnitud, podríamos comparar con un viaje de Asunción a Ciudad del Este, que en línea recta representan 298,7 kilómetros (322 km por ruta). Es decir, ir desde la tierra guaraní al país del Sol Naciente sería casi lo mismo que hacer 30 viajes ida y vuelta a la capital de Alto Paraná, claro sin tener en cuenta el “pequeño” detalle del Océano Pacífico.

A pesar de que la separación física entre ambos pueblos es considerable, hay que reconocer que mucho más lo es el aspecto cultural, el educativo, incluso el de los valores.

Ambos gobiernos celebran este año el centenario del inicio de las relaciones de amistad y cooperación entre esa pequeña isla asiática y la que se encuentra en medio de Sudamérica. Como parte de los festejos, hace apenas unas horas 100 arpas paraguayas (una por cada año) sonaron en el Festival Camino a Latinoamérica, en Odaiba, una isla artificial que se encuentra en la bahía de Tokio.

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Bueno, ya que mencionamos la capital nipona, podríamos enriquecer este espacio y mencionar, por ejemplo, que la palabra “nippon” proviene del chino y significa “origen del Sol”, de ahí que los de la plataforma continental llamaran así a los japoneses, cuyo país se encontraba al Este, de donde sale el Astro Rey. Otro dato curioso en el ámbito cultural, que también tiene relación con Paraguay, es que en Tokio ya existe una chipería para que los guaraníes se deleiten con su tradicional comida típica y de paso la conozcan los “nipones”.

Sin embargo, a pesar de que ya han transcurrido 100 años del inicio de las relaciones bilaterales, los deliciosos frutos de esta amistad son escasos si descartamos las cooperaciones monetarias desde allá hacia acá o el gran aporte que realizó y sigue realizando la colectividad japonesa en Paraguay con la fundación de prósperas colonias y otras obras.

Y es que hay tanto, demasiado aún por aprender de esta gente. Para empezar, en el plano educativo, mientras que acá se forman comisiones para protestar porque las aulas se caen a pedazos y ciertos funcionarios lucran de forma deshonesta con lo que le debería corresponder a los niños, en Japón los pequeños alumnos desde su más tierna infancia son inculcados en la disciplina, el respeto y la honestidad, valores olvidados en los planes curriculares de Paraguay y suplantados con “importantes” debates de género.

Lo primero que aprenden los chicos en Japón es sobre aseo y pulcritud. Ellos no ven como algo denigrante que sus maestros les enseñen sobre mantener limpio el baño… mientras que acá ni siquiera de adultos sabemos para qué sirve un basurero.

Otro valor a destacar es la honestidad del pueblo japonés que, incluso en las horas más desgraciadas de su historia, como el gran tsunami del 2011 que se cobró la vida de casi 16.000 habitantes, no se reportó ni un solo robo ni saqueo. Sin agua, sin medicamentos, con las casas destruidas y una central atómica a punto de explotar, ningún ciudadano se aprovechó de lo que no le correspondía.

Es más, a diferencia de aquí, donde los polibandis compiten con los narcobandis y los coimeros del gobierno –como el reciente caso descubierto en Detave– o los sicarios juegan al tiro al blanco con los seres humanos en la frontera norte, la Policía japonesa se dedica a guiar a los turistas para no aburrirse.

Sí, hay tanto que aprender. Ni siquiera la historia nos favorece si tenemos en cuenta el pasado bélico. Paraguay perdió la gran guerra que devastó el país en 1870, hace ya 149 años, y todavía no se recupera. Podríamos excusarnos diciendo que en 1935 finalizamos otra guerra, esta vez con Bolivia. Y aunque no perdimos, el proceso de resurgimiento ya lleva 84 años... y sigue pendiente.

La más reciente y gran experiencia de contienda épica de Japón se remonta al año 1945, diez años después de nuestra Guerra del Chaco, sin embargo ellos desde hace años son potencia mundial, tanto económica como tecnológicamente. Y eso que tuvieron que soportar nada menos que la detonación de dos bombas atómicas sobre sus ciudades. Y las reconstruyeron.

Una de las lecciones más destacadas de las que deberíamos tomar nota es la reciente abdicación del emperador Akihito. Esta semana, después de 30 años de era Hesei (“Logrando la paz”), Naruhito toma la posta inaugurando la era denominada Reiwa, que significa “Bella armonía”.

En 1989 Akihito debió ocupar el trono tras la muerte de su padre Hiroito y en tres décadas llevó al país a la cumbre de la prosperidad. Pero la lección destacada, a pesar de ser muy importante, no es precisamente el logro superlativo como emperador, sino la enseñanza que deja como gobernante, un ser humano que entendió que llegar al máximo sitial significaba un compromiso con millones de personas y lo cumplió. Pero también comprendió que esa pesada carga era transitoria y con humildad se la cedió a su hijo.

Los efluvios del poder no embriagaron a Akihito, muy por el contrario, una de las grandezas que lo engalanan fue la humildad de su gobierno, al punto de que pidió disculpas ante China por los abusos cometidos por el ejército nipón durante la ocupación en China.

Tras 30 años de servir a su pueblo con esmero y honestidad, entregó la posta, hecho incomprensible entre la clase política paraguaya que asume tronos que no les corresponde para recibir loas, también inmerecidas. Hay ejemplos de políticos que hace 30 años están en el ejercicio de la función pública y no tienen de qué sentirse orgullosos. Menos por colocar a sus hijos para que también sigan haciendo nada… más que llenarse los bolsillos a costa de incompetencia y de dolor de los menos favorecidos.

Hay tanto por aprender, aun en el gesto de despedida de un avejentado, pero satisfecho emperador japonés. En línea recta a Paraguay y a Japón les separan mucho más que 17.873 kilómetros. Es que Japón tuvo hombres comprometidos con su pueblo y Paraguay tiene demasiados políticos comprometidos con su sueldo.

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