• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

En 1992, Francis Fukuyama (68) sacudió a las élites con su obra más famosa: “El fin de la historia y el último hombre”. No fue el capricho casual de un intelectual provocador ni trasnochado, fue una primera lectura de acontecimientos relevantes que se sucedían sin solución de continuidad.

El 9 de noviembre de 1989 cayó El Muro, en Berlín. Más tarde –entre el 19 de enero de 1990 y el 25 de diciembre de 1991– Mijail Gorbachov (89), jefe de Estado de la Unión Soviética, disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Aquella reconfiguración de la política que se apoyó en Glasnot (transparencia), Democratizatsiya (democratización), Uskorenie (desarrollo económico) y Perestroika (reestructuración), tuvo fuerte impacto en Iberoamérica luego de crueles dictaduras cívico-militares. Pese a que pasaron 28 años desde entonces, la bipolaridad ideológica en la región aún pesa y se siente por estos días en que el llamado socialismo del Siglo XXI es relevado por las nuevas derechas.

Mario Abdo Benítez, por el voto popular, gobierna los destinos de poco más de 6.800.000 paraguayas y paraguayos. El pueblo de Brasil eligió como presidente al militar derechista Jair Mesías Bolsonaro, quien marcará el camino a cerca de 209 millones de personas. Sebastián Piñera, hombre de negocios, derechista que condujo Chile entre el 2010 y el 2014, nuevamente gobierna a los 18 millones de habitantes en ese país. Procesos similares se verifican en Argentina, Perú, Colombia y Ecuador.

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Hasta noviembre próximo, seis elecciones presidenciales completarán la redefinición del mapa político iberoamericano. En mayo será en Panamá y Dominica. En junio, Guatemala. En octubre, finalmente, habrá comicios en Bolivia, Uruguay y Argentina. En ese contexto, cerca del 20% de la población del Mercosur tendrá que decidir a quiénes quieren como presidentes. Si a ese cuadro se suman los 31.980.000 pobladores de Venezuela –mercosureña con la membresía suspendida y sin saber cuándo ni cómo finalizará la dictadura de Nicolás Maduro–, el escenario parece claro.

Días atrás, en Santiago de Chile, el presidente Piñera, junto con sus homólogos de Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú, más un representante de Guyana, fundaron el foro para el Progreso de América del Sur (Prosur). Quieren dejar atrás la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), que en la década pasada impulsaron los izquierdistas Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula, desde otra perspectiva ideológica. Los nuevos vicarios del poder –en este caso también– proponen un futuro diferente “para dejar atrás lo viejo” en la región.

Cerca de medio centenar de convenios e iniciativas regionales parecidas están vigentes en el momento del nuevo lanzamiento. Latinoamérica, desde los movimientos independentistas en el Siglo XIX, se expresa en ese sentido. En nueve países de la docena que conforma Sudamérica esos acuerdos anteriores tienen estatus constitucional. Es posible que la Organización de Estados Americanos (OEA) ya no conforme o no contenga. Pero estos ejercicios ideológicos entre los unos y los otros, sin atender a la voluntad de los pueblos, no suman e impulsan más desintegración. Quizás, estos líderes emergentes, como Fukuyama en el 92, lean superficialmente el escenario regional y crean posible un neofín de la historia iberoamericana. ¿Otro cogito interruptus?

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