El sábado pasado vimos que el amor es una droga y que, literalmente, puede enfermarnos… o al menos darnos síntomas de una enfermedad: fiebre, palpitaciones, hipertensión arterial, acidez estomacal…, pero esto es solo cuando comienza… ¿qué pasa con el amor después de un tiempo… o el amor eterno… si es que existe? ¿Existe? Lo sabremos ahora.

Cuando usamos la frase “hay química entre dos personas”, nada más cercano a la realidad. Para que se desencadene el “sublime sentimiento del amor” deben, literalmente, enamorarse químicamente los dos cerebros. Y, obviamente, y como digo en mi libro “Cerebra la sexualidad” en mi primera máxima del amor cerebral, “para que haya física debe primero haber química”. Y esto sucede así: el amor en el cerebro (y en la pareja) tiene cuatro fases bien definidas en la química del sistema nervioso. Cada una con sus neurotransmisores y sus características bien definidas. Conozcámoslas.

La fase del “flechazo” o enamoramiento: pasa cuando vemos a esa persona, sentimos esa sensación de que el corazón no nos entra en el pecho, la boca se seca, los ojos se nos vuelven con corazones (o sea, las pupilas se dilatan) y estamos en una euforia permanente… todo sinónimo de estrés, pero un estrés muy dulce. Aquí actúa la noradrenalina que nos propicia esa tensión que sentimos cuando intercambiamos miradas o alguna conversación. Aparte de esta sustancia, el cerebro también segrega la dopamina que es el neurotransmisor de la recompensa, el que se activa también con drogas o dulces, y que hace que busquemos permanentemente estar con la persona amada, convirtiendo esta fase en el amor “pegote”, ese que hace que no nos despeguemos físicamente o enviándole mensajes al WhatsApp constantemente (esto explica por qué cuando no estamos con la persona amada, la buscamos con desesperación). A la par, se segrega otra sustancia llamada oxitocina, que es la misma que se segrega en la madre que amamanta, y que en este caso fomenta el apego a la pareja, liberándose en mayor medida cuando hay contacto piel con piel (esto explica por qué buscamos el contacto físico, las caricias y los besos). Igualmente, se produce el neurotransmisor que es mi favorito en esta fase y que tiene un nombre un poco más complejo: feniletilamina. Esta sustancia inhibe una porción del lóbulo frontal, que es la encargada de formar los juicios de opinión sobre personas o situaciones, lo cual hace que la persona amada sea vista sin defectos, y que enfrentemos cualquier vicisitud con tal de gozar de su compañía (esto explica por qué el amor es ciego… y pelotudo). Si sumamos a esto a las feromonas (sustancias que se liberan para producir la atracción sexual) y la serotonina (neurotransmisor de la felicidad), el coctel del flechazo está hecho. Esta fase dura unas semanas, hasta que se llega a la siguiente fase.

La fase de la confianza: es cuando dejamos de estresarnos por la persona amada, y buscamos afianzar la relación con hechos más concretos que solo encuentros o momentos breves compartidos. Aquí, las situaciones cotidianas son las que más enriquecen a la relación, por lo que el cerebro se halla más atento a la experiencia. La oxitocina, la sustancia del apego, juega un rol preponderante en esta fase, donde buscamos la compañía y el bienestar de la persona amada. Como las preguntas surgen en esta fase, es común la aparición de crisis por dudas respecto a si uno ama y el otro no tanto, o si no existe confianza entre ambos. Y claro, desaparece la feniletilamina y eso hace que nuestra otrora “perfecta pareja”, ahora tenga defectos “que antes no tenía” pero que en realidad el frontal cegado por la feniletilamina no nos dejaba ver. Esto sucede entre los seis meses y los 7 años en promedio, y si se produce el declive de los neurotransmisores descritos, aparecen las famosas crisis de la rutina y los distanciamientos que no llevan a la tercera fase.

La fase del amor eterno: es cuando la confianza ha ganado a la pareja, y ya no hay noradrenalina que estrese, sino oxitocina que une. Además, la dopamina que produce el estar con esa persona sigue fluyendo, y la serotonina liberada al sentirse amado es la que nos hace felices. Se superan los conflictos, se conceden los espacios, se dan los tiempos, y se elaboran proyectos en conjunto a largo plazo. El cerebro de ambos construye una relación independiente, pero conjunta, y se congratula por tener compañía constante. Es el amor para toda la vida.

La fase del desamor y el desencanto: no siempre se da, pero cuando el amor termina (o lo que es lo mismo, la neuroquímica se acaba), de golpe y porrazo el cerebro deja de recibir su torrente de oxitocina, serotonina y sobre todo… dopamina. Sí, la misma sustancia que se libera en el consumo de drogas. Por eso es que se entra en una fase de abstinencia literalmente hablando, donde la persona sufre todos los síntomas de un síndrome de abstinencia, sin producir dopamina por no tener quien la estimule, y apareciendo los cuadros depresivos o de bajones anímicos asociados a las rupturas. Eso hasta que termine la fase de “duelo amoroso” y el cerebro vuelva a segregar dopamina en respuesta a otros estímulos… o no lo haga y el desamor no se supere.

Esto es el amor. Mis disculpas si rompí el encanto platónico del concepto, pero la cosa funciona así: el amor nos tiene absolutamente de la cabeza, y es bueno saber que así sucede para poder disfrutarlo a pleno.

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