El ex tripulante de un avión bombardero que participó en la segunda Guerra Mundial contaba en cierta ocasión que en cada misión él era el encargado de apretar el botón para soltar la mortal carga sobre territorio enemigo. Era fundamental localizar el blanco -que se ocultaba bajo las nubes- y en el momento exacto... hacer click con el pulgar.

Eso era todo. De vuelta a casa, si alguna de las baterías de tierra no les acertaban o los cazas no los derribaban. En la distancia él observaba cómo quedaban las volutas de humo de las explosiones y le llegaba el leve rumor de los estampidos.

Era como un juego. Como las consolas de “Play” de hoy día, sin embargo en una misión, que sería la última suya, una bala calibre .50 bien dirigida produjo el derribo de su súper fortaleza volante.

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Por suerte para él, su paracaídas funcionó a la perfección y salvó la vida. Sin embargo, los vientos hicieron que cayera a pocos metros del sitio donde había arrojado las bombas y al estar en tierra pudo ver lo que su “click” había hecho: cientos de civiles llorando, gritos desesperados, dolor indescriptible, cuerpos desmembrados, sangre mezclada con polvo y fuego. Un olor dulzón a carne quemada se le metía por la nariz sin que pudiera evitarlo. Allí vio a niños sobre sus padres muertos y a padres con niños en sus brazos sin entender la razón de esa demencial masacre. Y se quebró.

Ese día la vida del tripulante cambió para siempre. Se dio cuenta de que desde arriba él no veía tanto dolor, no veía los muertos que provocaba. El tuvo suerte. Hay personas que llegan a viejas y no toman conciencia de las bombas que han lanzado durante toda su vida y de la cantidad de muertos que los esperan al final del camino. Una lista que puede resultar interminable.

Esta semana los ciudadanos paraguayos hemos sido testigos de un bochorno más del mal llamado “honorable” Congreso Nacional. Desde allí arriba no se ven los muertos que dejan tras cada período. Se escandalizan por el agua que arrojó “Payo” a “Calé”, como si la taradez del primero fuera justificación para dañar la honra del “viejo decrépito”.

Los parlamentarios juegan carnaval con agua limpia de botellitas que se compran a precio de oro con dinero de impuestos, que ellos no pagan. Mientras, a pocos metros, una larga fila de ribereños marcha por las calles de la capital exigiendo una plaza seca para escapar de la inundación.

El agua envenenada de millones de peces muertos que baja desde el norte, que más parece un acto terrorista encubierto por el Estado que un suceso natural, los expulsa de su precario hogar. Ellos no tienen botellitas limpias, ni agua, tampoco juegan al carnaval ni les queda honra. Tienen los pies de barro y lombrices y una noche con caña fuerte como anestesia para olvidar la desesperación en la que otra niña tal vez sea víctima de la lujuria pasajera.

Desde arriba no se ven esos muertos. Los que debían velar por su bienestar juegan a ser poderosos. Ellos no saben que el MOPC prevé un nuevo préstamo de 3.500 millones de dólares que deberán pagar en 5 años. No les importan los dólares, primero quieren comer.

En el honorable circo se puede leer en las páginas de un periódico que el gasto en salarios creció 4,6% en el primer trimestre del 2019, pero poco les importa. Ellos tiene asegurado su mal ganado sueldo cada fin de mes. Menos “Payo”, que recibió la suspensión por dos meses.

Al punto llega la falta de respeto hacia la investidura del cuerpo parlamentario que se puede ver sin ningún pudor cómo uno de los senadores en lugar de atender la sesión o concentrarse en la tarea por la que se le paga... ofrece un grotesco espectáculo dando besitos a su interlocutor/a mediante su aparato celular.

Dos días antes el FMI publicó su informe sobre las perspectivas de la economía mundial y advirtió sobre la desaceleración y un avance del PIB por debajo de lo previsto en Latinoamérica. Pero desde arriba no se ven las consecuencias. “Ni se te ocurra... Ni se te ocurra...”.

Los parlamentarios están más preocupados en cómo evitar que el clamor contra las listas sábana retumbe cada vez con más fuerza y se atornillan en su curul como si fueran eternos, como si fueran los únicos merecedores de vivir en el cielo. Sus gestiones se retuercen en reuniones, secretas como las del contralor, o como las partidarias para que la juventud no acceda a sus cargos.

Mientras, la SET prepara otra bomba que lanzará después de Semana Santa. El blanco serán los trabajadores y habrá muertos, pero ellos no los verán. El porcentaje del bolsillo destinado a la salud se reducirá, o la calidad de los alimentos, o los remedios no alcanzarán.

El tripulante del bombardero tuvo que bajar a tierra para darse cuenta de sus actos. Los políticos, funcionarios y hasta los impolutos del Poder Judicial deberían abrir su paracaídas. Se horrorizarían si vieran la lista de muertos que hay. Unos ya descansan bajo tierra, otros todavía respiran y viven como ciudadanos comunes.

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