• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

Con una frecuencia inusual, en los últimos años los líderes globales emergentes abordan públicamente cuestiones propias de la ciencia de la comunicación. No es casual. El sujeto social –constituido como tal– es un sistema comunicacional. Sin embargo, es un acto de prudencia, humildad y responsabilidad, entender que cada integrante de la humanidad no es solo lo que comunica, sino cómo lo comunica. “El hombre es perfecto y nada le falta (pero) no se da cuenta de ello pues está preso en la maraña de sus representaciones mentales”, sostiene la enseñanza Zen.

“El ser humano es el único que no solo es tal como se concibe, sino tal como él se quiere, y cómo se concibe después de la existencia, cómo se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace”, propone Jean Paul Sartre desde el existencialismo.

Pese a tales reflexiones, como una suerte de particular viaje al futuro en reversa, no pocos actores públicos, una y otra vez, hacen foco sobre la comunicación para justificar sus incongruencias, sus contradicciones y encontrar en los vericuetos de esa ciencia a los responsables de sus fracasos. En el reverdecer de desgastados nacionalismos que como ventarrón demoledor barren con pequeños atisbos de civilización en las callejuelas de la aldea global, algunos tipos no dejan de asombrar.

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Donald Trump, el pasado 26 de marzo, a través de su cuenta en @realDonaldTrump, el presidente de los Estados Unidos opinó: “Los principales medios de comunicación están bajo fuego y son la burla del mundo entero por corruptos y falsos. Durante dos años apoyaron el delirio de una colusión con Rusia cuando sabían que no había tal colusión. ¡Realmente son los enemigos del pueblo y el verdadero partido de oposición!”

Algunas semanas antes, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, dijo: “Si hay un pueblo, hay democracia, si no hay pueblo, no hay democracia. Con los medios de comunicación y esas cosas, no puede haber democracia” y agregó, “si un político tiene miedo a lo que salga en los medios de comunicación, no puede hacer una política sólida”.

El papa Francisco no se quedó atrás. En un encuentro con periodistas alemanes en el Vaticano los exhortó a “garantizar que haya hechos en lugar de fake news (noticias falsas), objetividad en lugar de habladurías, afán de precisión en lugar de títulos aproximados”.

“Ustedes (los periodistas) tienen la posibilidad de caer en cuatro pecados”, advirtió poco antes el entronizado anciano jesuita al periodista español Jordi Évole, en el transcurso de una entrevista. Luego de explicarle que esas faltas teológicas “los amenazan continuamente” y que, por tanto, “tienen que defenderse”, el Pontífice las enumeró: “La desinformación: doy la noticia pero solo doy la mitad”; “la calumnia: calumniar a la gente (…) sin ningún problema”; “la difamación, que es más sutil todavía porque toda persona tiene derecho a la reputación”; y, “la coprofilia (…) el amor a la cosa sucia (porque) hay medios que viven de publicitar escándalos”.

Trump, Erdogan, Francisco. Solo tres visibles integrantes de la nomenclatura, de la elite global que dejan de lado o desconocen, entre otros, a Jesús Martín-Barbero, ese lúcido académico que, con claridad sostiene –palabra más, palabra menos– que la comunicación no es solo una cuestión de ideologías, dispositivos, aparatos, estructuras, conglomerados mediáticos concentrados y reproducción, sino de culturas.

Es muy probable que los tres –como muchos otros– quieran olvidar o no lo sepan que tres milenios atrás, con sus textos, los brillantes cronistas que relataron –desde el terreno– relevantes sucesos políticos y sociales que transcurrieron en un mismo espacio geográfico (el Oriente cercano), temporal y de los que fueron protagonistas centrales los mismos actores públicos, dieron lugar, por lo menos tres, a relatos que, aun por estos días, generan adhesiones y rechazos, no solo de ellos mismos, sino de poco más de la mitad de los habitantes del pequeño planeta a los que suele llamárselos creyentes.

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