- Por Augusto dos Santos
- Analista
Al final, mi amigo Felipe tiene siempre todas las razones y las respuestas. Mirá –me dijo–, ¿a quiénes le ponen en el Parlasur? Pues a los que quedaron fuera de las listas nacionales. Por lo tanto, en el esquema de sobrevivencia animal, los parlasurianos son aquellos que no iban a ganar las elecciones en sus “condados”, pero que era bueno que manoteen algo, ya sea porque alguno de ellos tenía alguna formación o porque la mayoría de ellos era tan torpe que mejor “ñandemotî afuera que adentro”. Fue cuando me recordó de un tal Olmedo que presentó un proyecto de costanera para un pueblo que no tenía río.
Por lo tanto, no nos engañemos, la culpa no tiene la idea del Parlasur que un día nos explicarán para qué sirve, la culpa es de los parlasurianos porque todos saben que ellos no son –precisamente– los supradotados del sistema electoral paraguayo, sino aquellos que se ofertaron allí porque si se ponían en otra estantería, capaz no les iban a comprar.
(Siempre es útil dejar en claro que hay excepciones a esta regla, pero tampoco es una cola muy extensa).
Ante esto tenemos una situación tragicómica que pinta de cuerpo entero lo mal que caminamos en este valle de lágrimas de cocodrilo: según todas las encuestas, todas, el Congreso y más específicamente los parlamentarios son los seres más desprestigiados del planeta Paraguay.
Si usamos la lógica simple que a nuestra generación enseñaron en la secundaria, tendríamos entonces que: a) Si los congresistas más capaces de sobrevivir en la selva política, que habitan los (es) tupidos bosques del Congreso Nacional, la gente los considera poco confiables; b) Si las postulaciones al cargo de Parlasur son –en la mayoría de los partidos– para tipos cuya postulación responde a una reflexión que se resume en esta frase: “¿a este pio en dónde le podemos colocar?”, tenemos por lo tanto, c) que no hay otra alternativa que el desprestigio de este cuerpo sea aún peor que sus parientes fuertes que lograron sobrevivir en la selva guaraní. “La sobrevivencia del más apto” no es un invento de este columnista; Hebert Spencer se cansó de teorizar sobre ello una vez que se enamoró de las teorías darwinianas.
NO ES MALA IDEA, PERO…
Suprimir los cargos electivos para representar a nuestros países en el Parlasur no es mala idea, es muy buena idea. Pero el problema que se presenta para generar este sencillo acto de racionalidad es enorme porque conmueve el propio edificio del “esquema” (léase en su sentido peor) de clientelismo político, por el cual cualquier nuevo recurso electoral que se habilite para instalar cuadros políticos en condiciones de saciar la maquinaria electoralista de los partidos es altamente deseable. Dicho en fácil: si se trata de un sitio donde colocar a los amigos, cualquier caldito es alimento.
Realmente, los congresistas que se sientan en las curules del edificio parlamentario de Asunción del Paraguay pueden representar al país en las sesiones del dichoso Parlasur sin dramas. Nadie en el Congreso deja de entrar en clímax al observar un ticket de avión. Sí, irán con gusto con una ventaja: todo lo que resuelvan en tal burbuja parlasuriana podrá ser nuevamente debatida en el Congreso con sus pares y a su vez generar algún debate en estos tiempos en que el aburrimiento de no contar con oposición política genera sopor o, mejor, insopor…
OLVÍDENLO
Olvídenlo, nadie planteará nada. El Parlasur seguirá funcionando y todos los paraguayos sentiremos esa hermosa sensación de financiar una representación de buenos señores que toman aviones rumbo a Uruguay y arriendan hoteles para que sus colegas argentinos, uruguayos y brasileños se diviertan con tipos como el parlasuriano, aquel de la costanera sin río y las “letrinas modernas”.
Ja vy’a nio.