• Por Jorge Torres Romero
  • Periodista

La aprobación del proyecto mediante el cual se declaró a la Cámara de Senadores de Paraguay “a favor de la vida y la familia” suscitó como era de esperar una serie de comentarios y opiniones. Lo interesante es que en diferentes sondeos de opinión al respecto efectuados por algunos medios, se observó que una gran mayoría de la población estuvo de acuerdo con la decisión y que solo algunos referentes y “líderes de opinión” –los mismos de siempre– expresaron su rechazo al proyecto, reclamando la condición de “Estado laico” de nuestro país.

En líneas generales, el proyecto de declaración que fue presentado por legisladores de diferentes partidos exhorta a las instituciones a participar y promover los programas que destacan el valor insustituible de la familia como institución natural y núcleo fundamental de la sociedad. Asimismo, se encomienda la realización de eventos y campañas de concientización, con el objetivo de fortalecer los cimientos de la sociedad que engrandezcan a la nación con los valores tradicionales de la familia.

La decisión de los senadores, más allá del contenido de la declaración, pretende dejar un mensaje claro y una postura asumida por el cuerpo legislativo frente a las nuevas corrientes de pensamiento que se van imponiendo, relativizando todo, en particular aquellos valores y principios sobre los cuales se constituye una sociedad, de la cual precisamente la familia es el pilar y la base. Desconocer esto sería un retroceso y sus consecuencias, nefastas, tal como ya se puede observar en otras latitudes donde las opciones morales y el entorno cultural ya no reconocen nada como definitivo, donde solo el propio yo, sus apetencias e intereses, constituyen la medida de todo.

Es lo que en su momento el cardenal Joseph Ratzinger, antes de ser ungido como papa Benedicto XVI, denominó la “dictadura del relativismo”, para la cual toda opción moral no es sino resultado de una cuestión de preferencias, gustos personales y todo aquel que pretenda ser fiel a la verdad o se oponga a sus pretensiones de imponerse a través de leyes son ridiculizados de manera hostil.

Si bien eran de esperarse algunos cuestionamientos, no deja de sorprender la reacción de ciertos comunicadores que supuestamente pregonan la tolerancia, pero que ante una posición opuesta a sus creencias o intereses personales pegan el grito al cielo.

Pero, volviendo al cuestionamiento inicial que se hacía, sobre lo del “Estado laico”, en realidad lo que se pretende es que haya una “neutralidad” del Estado en lo que se refiera a moral. Moral como aquella acción que, movida por ciertos principios, los ciudadanos se embarcan hacia lo que consideran un bien y el Estado como institución organizadora de la nación no debe “inclinarse” ni favorecer a las partes. El Estado debe mantenerse “por encima”.

Así, se sigue, una democracia pluralista debe dar la bienvenida y cobijar toda pretensión moral, no importa la naturaleza de la misma. Al respecto, el profesor Mario Ramos-Reyes ha escrito y reflexionado en varios artículos en los que advertía que si bien se deben permitir, por supuesto, visiones individuales, no se puede afirmar que todas las visiones de la vida deben ser moralmente lo mismo. “Esa es la diferencia entre una democracia republicana y una democracia populista. Pues si esto no fuera así, ¿cuál sería el límite razonable de conductas “personales”? Se podría legalizar cualquier cosa, hasta la pornografía infantil, fundado, aparentemente, en la noción de que serían decisiones de una conciencia “personal”. Lo cual es una ironía: también es personal la decisión de robar o de estafar, con la diferencia de que, en ambos casos, el Estado no es neutro en la valoración de ambos hechos”.

“En suma, –concluye Ramos-Reyes– el Estado no debe ser ‘neutro’ –lo que no implica proponer un Estado confesional– sino afirmar la condición natural humana, dada, recibida y no decidida individualmente según gustos”. Finalmente, corresponde a nuestros representantes crear las condiciones para fortalecer las instituciones y al mismo tiempo garantizar los principios básicos, comenzando por la vida. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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