- Por Juan Carlos Zárate Lázaro
- MBA
Las diferencias de poder que usualmente observamos en las empresas influyen de forma sutil en el nivel de relacionamiento entre directivos y subordinados.
Una relación problemática a determinado nivel de hecho podrá afectar a muchos otros estratos dentro de la organización.
Cuando los que están en posiciones directrices dentro de las empresas no tienen la suficiente capacidad de apreciar y discernir cómo podría afectar su conducta a sus subordinados, también podría tender a que su nivel de autoridad tienda a deteriorarse.
Un gran número de directivos saben por instinto que su poder depende más de la buena voluntad de los empleados a su cargo a través de un trabajo participativo que de las amenazas o sanciones que se puedan dar ante ciertas situaciones.
Si los trabajadores piensan que se les está poniendo en situaciones embarazosas, o si una necesidad exagerada de poder por parte de su superior les hace sentirse inferiores, es posible que dejen de dar lo mejor de sí mismos a sus organizaciones y comiencen a “echarse a muertos” y que bien podrían tener “un efecto dominó” negativo.
Si para los superiores el peligro potencial radica en una insuficiente sensibilidad hacia las reacciones de sus subordinados, el temor para estos tiende a radicar en la excesiva preocupación por las reacciones que se puedan dar de parte de sus jefes directos.
Pero si un directivo, ante determinadas situaciones que podrían suscitarse no lo defiende a sus subordinados, también corre el riesgo de perder su respeto. Cuando estos tienen la sensación de que su superior no lo va a defenderlos de las injusticias, su moral podría debilitarse sensiblemente, y hasta puede disminuir su contracción al trabajo y a la empresa, lo cual en el peor de los escenarios podría degenerar en un círculo vicioso muchas veces tornándose casi incontrolable.
Es habitual que cuando se hace una encuesta con los que ocupan la plana directriz de la empresa acerca de que esperan de sus subordinados, el mayor porcentaje responde que básicamente lo que les interesa es la buena performance de los mismos, en los que se encierran además lealtad, honestidad y honradez, los cuales se encuentran interconectados, resaltando también que una comunicación franca y fluida dentro del equipo de trabajo además de una buena predisposición para dar cumplimiento a las ordenes los consideran primario para el buen desarrollo de las actividades y el cumplimiento de los objetivos y metas.
Los subordinados siempre esperan de sus superiores liderazgo y una buena comunicación, siendo este último una de las cosas más complicadas hasta ahora. El jefe debe determinar sus exigencias con la más absoluta claridad.
La comunicación clara y sin vueltas constituye una buena medida de la competencia. Los subordinados quieren también minimizar la incertidumbre en su entorno deseando una valoración justa de su actuación, apoyo y estímulo.
Muchas veces también los superiores suelen ser inconscientes del mal uso que hacen de su poder en sus relaciones con sus subordinados, y a veces con frecuencia, tampoco son conscientes de las ideas contradictorias que transmiten y de los motivos que les inducen a actuar de este modo.
Por otro lado, los directivos como subordinados muestran una preocupación exagerada por complacer a sus superiores, porque piensan que cuentan con muy poco poder para modificar la conducta de su jefe, dedicando mucho tiempo a analizar el comportamiento de aquellos en busca de indicios de aprobación o desaprobación.
El poder se usa o se pierde. Restablecer la normalidad en las relaciones es una tarea que compete principalmente a los superiores, porque tienen mayor poder y sería poco realista esperar que los subordinados tomen la iniciativa y se quejen de la conducta poco razonable o injusta de sus superiores.
“El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles, sino importantes” (Sir Winston Churchil).