Cuando la semana pasada enfocábamos el tema de los autos eléctricos mencionábamos que uno de los grandes beneficios que traerá esta incipiente tecnología es que al dejar de utilizar los rodados de combustión interna –que son movidos mediante combustibles fósiles– la atmósfera y sobre todo el aire que respiramos resultarían menos contaminados.
Coincidentemente, un informe del Ministerio de Medio Ambiente de Chile, publicado el lunes pasado, da cuenta de que las tres fuentes más grandes de contaminación del aire en el país transandino son los medios de transporte, las actividades industriales, así como la calefacción de las viviendas, y claro, sin olvidar la actividad productiva. “Los automóviles son la mayor fuente de emisiones de óxido de nitrógeno (31,47%)”, cita el estudio.
Para tomar muestras de la calidad del aire, el gobierno se valió de 22 estaciones de monitoreo distribuidas a lo largo de todo el territorio. Los datos obtenidos fueron alarmantes, ya que el rango de las concentraciones registradas era superior “a la norma anual internacional de 20 microgramos por metro cúbico de material particulado fino (MP2,5), el contaminante más asociado a eventos de mortalidad”.
A pesar de la evidente preocupación por los números presentados, que corresponden al 2017, los chilenos encontraron en el estudio una significativa victoria –más bien pírrica–, ya que ese año las muertes prematuras por enfermedades cardiopulmonares asociadas a la exposición crónica a material particulado fino contabilizaron “solo” 3.500, unas 2.723 defunciones menos que en el 2016.
Si pensamos que la información brindada por el país sudamericano es nefasta, entonces es mejor dejar de leer lo que viene a continuación. Aproveche el punto y aparte para pasar de página porque seguidamente mencionaremos otro estudio publicado al día siguiente, es decir el martes.
Efectivamente, según la otra investigación dada a conocer por la revista European Heart Journal, “¡la contaminación atmosférica mata cada año de forma prematura a 8,8 millones de personas en el mundo, el doble de lo estimado hasta ahora!”, expone el material.
Y lo peor no es eso... (aunque no sea posible). Según los autores del documento, la cantidad de muertes causadas debido a la contaminación atmosférica –traducida en fulminantes ataques cardíacos, apoplejías y otros tipos de enfermedades cardiovasculares– es prácticamente inevitable, ya que nadie puede dejar de respirar. “Respirar o no respirar es la cuestión”, diría Shakespeare.
No es ningún consuelo saber que según cálculos de los investigadores, solo en China se produjeron 2,8 millones de muertes en el 2015 debido a la contaminación atmosférica, ni siquiera teniendo en cuenta que ese país tiene aproximadamente 1.400 millones de habitantes y nosotros apenas a duras penas superamos los 7 millones.
Tampoco es consuelo creer que la mayor contaminación se concentra en Asia y que nos afecta, ya que los vientos llevan de un lugar a otro del planeta las partículas contaminantes, o sea lo que ocurre al otro lado del mundo bien puede recalar hacia estas latitudes.
Si comparamos China con Paraguay podemos notar algunas “pequeñas” diferencias que nos favorecen. Por ejemplo, la densidad poblacional del país asiático es de 145 personas por km2, mientras en acá la densidad es de 17,1 por km2. Somos menos, por lo tanto tenemos menos automóviles de combustión interna... pero... pero... nuestra contribución al desastre planetario es continua y tal vez significativa, ya que la deforestación es todavía una gran materia pendiente. ¿Qué tiene que ver? Bueno, los árboles son los que proporcionan oxígeno para respirar, ¿no? Además, en Paraguay se utiliza de manera generalizada el carbón y la leña, cuyos gases son altamente perniciosos para la salud.
No es un invento. Según el primer estudio que citábamos más arriba, proporcionado por el gobierno chileno, allá “el uso de leña es la principal fuente emisora de material particulado fino a nivel nacional, con un 86,7%”.
El Gobierno paraguayo debería ocuparse un poco más en reducir la contaminación atmosférica, en proporcionar modelos alternativos como el uso de la electricidad para cocinar, para transportarnos, además de enfrentar de manera responsable la deforestación y el uso indiscriminado de los agrotóxicos, incluso fomentar la protección del agua potable que, como ejemplo vimos en estos días, fue un problema desesperante en Venezuela a causa del corte de energía eléctrica.
Hace tres días los medios publicaban la información acerca de un proyecto de telesférico que abarcaría tres zonas del departamento Central. Es una propuesta al menos.
A este paso, el panorama de las generaciones que poblarán el país vivirán con tapabocas como los chinos... y eso no es vida; sin aves en el cielo azul (o mejor sin cielo siquiera) y con una capa gris que tape el Sol y que recuerde las blancas nubes que solo sobrevivirán en las fotografías de antaño.