• Por Carlos Mariano Nin
  • Analista

La noticia fue contundente. Una niña de un año y ocho meses había muerto en el Hospital de Capiatá tras esperar sin éxito una terapia intensiva. En los noticieros ampliaron la nota y se revelaba una historia aterradora: las lesiones en las partes íntimas hacían presumir que la pequeña había sido víctima de un abuso sexual.

Pero ¿qué clase de animal podría haber violado a una bebecita?...

La niña vivía en Areguá y, según sus padres, primero había sido atendida en un hospital privado en Luque, hasta que finalmente fue llevada al Hospital Materno Infantil de Capiatá. Tras sufrir un paro cardiorrespiratorio mientras era trasladada al Instituto de Medicina Tropical en busca de terapia intensiva, murió.

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La noticia corrió como reguero de pólvora. La niña había sido terriblemente abusada y todo apuntaba a los padres.

El médico forense revisó el cuerpecito y tras una primera inspección detectaba ciertas lesiones en las partes íntimas. El fiscal que investiga el caso declaraba a la prensa que inclusive los rastros no eran nuevos. Y, sin embargo, aún no tenía indicios para imputar a nadie, pero nunca había visto algo semejante.

Entonces, la tía declaraba ante los medios que desconocía quién era el presunto autor del abuso sexual y señalaba que el padre (su propio hermano) nunca estaba en la casa, pero que tampoco descartaba la responsabilidad del mismo.

En las redes sociales la noticia se amplificó y la condena cayó sobre los padres de la niña como una terrible maldición.

Horas más tarde, el Dr. Pablo Lemir esbozaba otra hipótesis. En palabras fáciles las lesiones podrían haber sido resultado de un estreñimiento grave. Sin embargo, los resultados se tendrán en unos 15 días. Sí, 15 días, sin embargo públicamente FUE VIOLADA.

El caso me recordó a otro muy comentado en Uruguay. Catherine, la hija menor del matrimonio Vázquez. La beba amaneció muerta en su cama. Una pediatra, consultada por la televisión, aseguró que la niña había sido violada. Luego se disculpaba porque había confundido una pomada para las paspaduras con semen.

Pero la policía ya había detenido a los padres y la televisión le había dado grandes titulares al tema.

Los movileros de los canales esperaron frente a la policlínica que salgan los padres. Ellos salieron con la cabeza gacha, se metieron en un patrullero con los vidrios bajos en pleno invierno y fueron entrevistados para todos los informativos. Los policías escoltas miraron a otro lado.

Allí, un reportero lanzó: ¿Violaste a tu hija? ¿Tenés pruebas de que sos inocente?, disparó otro.

“Soy inocente”, contestó el padre con los ojos llenos de dolor.

La autopsia revelaría más tarde que la niña murió a causa de una infección y que no existió abuso. Pero ya era tarde.

No hubo presunción de inocencia y los padres de la niña se ahogaron en la más absoluta tristeza y en la condena pública.

Pero volvamos a Paraguay.

En 15 días se tendrá el resultado de los análisis. Para entonces muchos ya habrán olvidado, a otros tantos ya no les importará y otros ni siquiera van a enterarse. Más allá del resultado, ya hubo una condena que no va a tapar el titular de un diario. El daño está hecho y posiblemente no tenga reparo.

De lo contrario volveremos a condenar con razón y fuerza para acallar nuestras conciencias alejados de un derecho, de un principio universal, que considera inocente al sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

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