• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina

Un mes atrás el oficialismo argentino –con el presidente Mauricio Macri a la cabeza– inició la campaña electoral “implícita” para intentar, dentro de siete meses, ser reelecto pese a que la economía no parece acompañarlo y así lo sugieren tanto la percepción popular como los más relevantes indicadores macro y microeconómicos. Habrá que ver qué decide el electorado.

Pero, desde entonces, poco o casi nada se ha generado desde las oposiciones en general y, en particular, desde el peronismo, el más relevante de los partidos que pueden enfrentar a Macri y al frente Cambiemos, esa coalición electoral que acumula dos triunfos consecutivos, en el 2015 y el 2017.

Las encuestas –que circulan cotidianamente– dan cuenta clara del enojo social con quienes podrían postularse para la Presidencia. De hecho, el más reciente trabajo realizado por la empresa Opinaia para el diario Clarín, revela que todos y todas, son mal vistos. Nadie emerge de la ciénaga de las percepciones negativas.

Entre los siete nombres de quienes más se menciona para eventualmente competir en los comicios del venidero octubre, todos tienen entre el 45% y hasta el 70% de imagen negativa y los consultados al ser mencionados responden: “no lo votaría nunca”. De ellos, cuatro tienen origen político en el justicialismo.

En ese contexto, el otrora monolítico Partido Justicialista (PJ) –derrotado en 1983, en 1999 y en los dos años ya mencionados– se exhibe frente a la ciudadanía fragmentado, en procura de liderazgos y con muchos de sus más relevantes dirigentes investigados por la Justicia y algunos de ellos encarcelados. Indisimulable.

No son pocos los analistas que destacan que la implosión que afectó a la política argentina en el 2001 –que tiñó de sangre las calles de este país con alrededor de 35 muertos, encumbró en una semana cinco presidentes y sumió a la sociedad en la más grave crisis política, social y económica de su historia– aún no ha concluido y, desde esa perspectiva, sostienen que el peronismo es la última estructura partidaria del Siglo XX con sobrevida, “pese a todo”. El debate interno en ese partido es intenso, dramático y, por momentos, con enorme crueldad intelectual.

¿Hacia dónde va el peronismo? Julio Bárbaro (77), dirigente que desde muy joven transita la militancia partidaria sostiene que “el Partido Justicialista (PJ) está vacío de contenido” y recuerda que solo le “quedan algunos intendentes y ningún gobernador en ejercicio”. Por su parte, Juan Pablo Lohlé (71), un cuadro peronista que ocupó relevantes responsabilidades en el servicio exterior argentino, señala que “el partido está conducido por quienes perdieron las dos últimas elecciones y convocan a la unidad sólo para ganarle a Macri, sin programa, lo que podría devenir en una crisis de un eventual gobierno que se debería prevenir”.

La autocrítica es implacable. “En el peronismo no hay ideología ni nada que se le parezca”, enfatiza Bárbaro quien recuerda que “Menem (Carlos, presidente argentino 1989-1999) fue un vende patria y los Kirchner (Néstor y Cristina, presidentes entre 2003 y 2015) fueron una nada agresiva”.

Para Lohlé, “la crisis en el PJ es política, ideológica, ética y estética” y es por ello que “no funciona el movimiento porque no hay unidad de concepción, ni de organización y padece de desactualización”. Coincide en este punto con Bárbaro quien va más allá y asegura que “no hay un movimiento”.

En procura de una solución, Lohlé considera que “el peronismo debe salir de 1973, tiene que sincerar el debate interno y aspirar a un programa inclusivo con radicales, independientes, socialistas, liberales con sentido nacional, desarrollistas, irigoyenistas, grupos sociales y religiosos. Nadie tiene que quedar afuera. Debe ser inclusivo”.

“Imagino que después del fracaso, luego que los intereses aplastaran a las ideas, se necesita reconstruir (el peronismo) con un nuevo sistema de alianzas”, expresa Bárbaro quien afirma que “al radicalismo (Unión Cívica Radical) y al resto de los partidos les pasa lo mismo”.

¿Qué pasa con los sindicatos a los que Juan Domingo Perón alguna vez llamara “la columna vertebral del movimiento”?

“Deben cambiar –sostiene Lohlé–, tienen que dejar atrás el modelo político-empresarial para ir hacia un proyecto social de producción, competencia y solidaridad”. En tanto Bárbaro considera que “las organizaciones sindicales que se enriquecieron con las obras sociales (de los trabajadores) hoy son una instancia de poder en sí mismas a las que les da lo mismo quién gobierna mientras las financie”.

En cuanto a la corrupción estructural que afecta a la Argentina, Lohlé sostiene que “mata, como dice el papa Francisco”, mientras que Bárbaro considera que “al igual que el radicalismo el peronismo genera cargos y riqueza, más allá de sus ideas porque ambos (partidos) abandonaron la política para convertirse en burocracias”.

Coincidentes en el diagnóstico de la situación y en la crisis de representación de los partidos políticos en general, respecto del peronismo y sus posibilidades electorales Bárbaro afirma que “la única salida es una opción superadora de Cristina (Kirchner) y Macri”, mientras que Lohlé piensa que el tradicional partido de Perón tendrá que “enfrentar un cambio profundo y para ello tendrá que crear una etapa institucional que revalide sus estructuras y las coloque en sintonía con el mundo en que vivimos”.

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