Antes de comenzar, permítame avisarle amiga-amigo-amigue lectora-lector-lectore (???) que el artículo de hoy no es apto para mentes sensibles, pacatas ni obtusas. Así que si espera que le hable del camino neurocientífico de la felicidad como el sábado pasado, siga al otro artículo, que está por demás interesante. O si espera que le hable del camino neurocientífico de la felicidad siga leyendo. Porque, sin lugar a dudas, lo que le voy a hablar hoy forma parte de una porción muy importante de la felicidad en el cerebro. Hoy hablamos de neursexualidad... por primera (y no por última) vez en esta columna.
Antes que nada... ¿por qué hablar de neurosexualidad? Sencillo: como lo digo en mi libro “Cerebra la sexualidad”, el mejor órgano sexual de la especie humana dista bastante (en proximidad y en concepto) del área genital... porque el mejor órgano sexual es el cerebro. O sino... ¿cómo explica usted que podamos alcanzar un bienestar sexual sin contacto físico, solamente con la imaginación? Además, toda la catarata de sensaciones relacionadas al disfrute del placer sexual se centra y se produce en el gran teatro de la mente. Entonces... ¿por qué no habríamos de hablar de neurosexualidad?
Y dentro del goce sexual, el momento de la explosión suprema, de la culminación de todo un proceso complejo donde, si bien participan numerosos sistemas del cuerpo y absolutamente todos los sentidos, pero donde el cerebro sigue siendo el rey (bah... como siempre...), es lo que conocemos como orgasmo. Y, oh sorpresa, no es un fenómeno genital, sino... cerebral. Esto lo sabemos hoy, cuando vamos desentrañando los misteriosos recovecos del funcionamiento cerebral que, por ejemplo, nos intenta explicar por qué una persona que tiene paralizado el cuerpo desde el cuello para abajo, sin embargo, tiene orgasmos absolutamente normales, aunque no tenga sensibilidad alguna. Es más, para muchos investigadores, el orgasmo es un reflejo como lo serían la tos, la micción o las náuseas: no se puede dejar de experimentar... salvo anormalidades. Desde el punto de vista de la evolución, el orgasmo es un premio que nos dio la naturaleza para fomentar la producción de nuestro acto sexual para, de esa manera, perpetuar la especie.
Pero... ¿quiénes regulan los orgasmos?
La respuesta parece estar en los nervios craneales más largos del cuerpo, un nervio que, al contrario de su nombre, tiene muchísimas funciones: el nervio vago. Este nervio “vaga” por gran parte del cuerpo, naciendo en el interior del encéfalo, desciende por el cuello hasta inervar todos los órganos importantes, inclusive según se corroboró en animales de experimentación, incluso hasta el útero. Esto explica el porqué, aun con médulas dañadas, se pueda sentir excitación sexual: porque se transmite por este nervio que nada tiene que ver con la médula espinal.
En el orgasmo se activan en el cerebro numerosos centros que reciben los estímulos del nervio vago y de la zona genital, activando fuertemente nuestro ya conocido sistema de recompensa cerebral, esa vía que es manejada por la dopamina y que se encarga de hacernos “sentir bien” cuando hacemos algo que nos gusta. Y el sexo... ¡vaya que nos gusta! El orgasmo puede durar en el hombre hasta 10 segundos mientras que en la mujer el doble o más, y se acompaña de toda una serie de fenómenos en la zona genital. De hecho, solo en el pequeño clítoris femenino hay más de 8.000 terminaciones nerviosas muy sensibles. Y en ese cúmulo de sensaciones se activan varias zonas del cerebro que son comunes a mujeres y a hombres: la amígdala cerebral (regulación de emociones), núcleo accumbens (liberación de dopamina) y el hipotálamo y la glándula pituitaria (liberación de endorfinas y oxitocina). Además, se inhibe la corteza orbitofrontal lateral (regulación del control y de la razón), y en la mujer se apagan también otras zonas (que en el hombre permanecen activas), lo cual explicaría por qué en la mujer los orgasmos son más duraderos. Otra zona que se estimula es el cortex sensitivo, lo cual explica la íntima relación del dolor... y el placer. Pero la zona “reina” del orgasmo se llama tegmento pontino dorsolateral y se ubica fuera del cerebro, en el tronco cerebral: este se ocupa exclusivamente de la catarata de placer que se siente en ambos sexos.
El orgasmo es tan curioso que se lo ha llamado en francés “le petit morte” o “la pequeña muerte” debido al gran esfuerzo físico que implica llegar a él. El cuerpo entra en un estado de “mente en blanco” e incluso de pérdida momentánea de la conciencia debido al estado de hiperventilación al que es sometido el cerebro por las respiraciones intensas que acompañan al acto, produciéndose una breve y pequeña isquemia cerebral brusca (falta de oxígeno) al llegar al orgasmo, lo que hace que la persona sufra la pequeña muerte: se desmaye o, al menos, pierda la conciencia por unos pocos instantes.
Esto es el orgasmo: un mecanismo cerebral de placer. Que hace más que nada que los seres humanos estemos DE LA CABEZA...