- Por Mario Ramos-Reyes
- Filósofo político
Es difícil escudriñar la naturaleza humana. Y más aún cuando se observa el modo en que las personas la encarnan a través del tiempo, sobre todo cuando estas se dedican a la política. Parecería que bajo la superficie permanente de ideales de la persona habita una tendencia irracional a la justificación de intereses cambiantes. Con el paso de los años esto es revelador. Me voy inclinando cada vez más hacia la creencia de que somos, los seres humanos, más irracionales de lo que creemos. No niego que se puedan cambiar los matices y perspectivas de ciertas ideas que son, después de todo, frutos de la experiencia, pero no de ciertos principios fundamentales. Me explico: una persona puede variar de visión política partidaria, pero, se espera, hacer esto sin negar los principios básicos y fundamentales, principios permanentes, que radican en el corazón de una democracia republicana comprometida con los derechos humanos.
El apoyo al régimen de Maduro de parte de militantes del Frente Guasu da para pensar. Sobre todo la justificación que, algunos de ellos, otrora luchadores incuestionables contra la dictadura de Stroessner dieron al evento. Argumentos como que la ayuda humanitaria está buscando la violencia, o de que se viola la autodeterminación y soberanía de Venezuela, o peor, de que el presidente interino Gaudió fue elegido por el Grupo de Lima que nadie sabe de dónde viene, y que el mismo no fue elegido para presidente. Que solo Maduro fue electo democráticamente. Pero, lo mismo decían los estronistas.
Ayer, lo mismo que hoy: negación de la realidad
Si pudiéramos volver en el tiempo, haciendo una gimnasia histórica imaginaria, esas palabras de defensa de Maduro aparecen idénticas a las de cualquier comunicado de la entonces Junta de Gobierno del Partido Colorado de los años ochenta. O de fines de los setenta. Para el caso da lo mismo. Demos algunos ejemplos imaginarios: “Comunicamos a los correligionarios de la intromisión desembozada del capitoste del imperio intervencionista, el así llamado ‘embajador’ Robert White, agente del infiltrado izquierdismo internacional junto con cómplices irregulares locales que buscan socavar la democracia paraguaya, nacionalista y colorada”.
O este otro texto: “Rechazamos enfáticamente al agente del imperialismo Clyde Taylor, de entrometerse en los asuntos de una nación soberana, orgullosa defensora de los principios de no intervención. Por si este personajete de cuarta no lo sabe, el presidente Stroessner fue electo por una abrumadora mayoría del 89% de los votos, con una amplia participación de otros partidos, el Liberal Radical, 7% y al Partido Liberal con 3%. La lucha de los combatientes estronistas será contra el comunismo ateo y apátrida, y sus idiotas útiles internos y foráneos cuyo objetivo, no es sino la destrucción de nuestra civilización cristiana”.
Basta cambiar ciertos nombres, como el de Montanaro por el de Maduro, el de González Alsina por el de Jorge Rodríguez, o el comunicado del Frente Guasu por los comunicados de la Junta de Gobierno de entonces, así como ciertas expresiones, la de “izquierdismo internacional” por la del “imperio”, o bien los nombres del embajador White o Taylor por el del Vicepresidente Pence o, el de Duque, para que el cuadro sea casi el mismo. La misma virulencia negadora de la realidad, idéntica intolerancia contra la ciudadanía, la fanática defensa de la dictadura es llamativa.
Los derechos humanos bandean el tiempo y el espacio
Una democracia constitucional que se precie de ser republicana y liberal no puede no defender los derechos humanos. Y no solo porque estos derechos emanan de su derecho a la autodeterminación, o a su soberanía, sino por el valor intrínseco de los mismos. No es que el Estado soberano como tal confiere legitimidad a esos derechos, como que el poder dice lo que los derechos humanos son o no son conforme a la ideología del régimen, sino al contrario. Un sistema democrático debe reconocer a los derechos humanos para que los mismos, a su vez, den legitimidad al sistema, y sin los cuales no deja de ser un Estado totalitario. No debe extrañar que los delitos o violaciones contra los mismos suponen que su defensa se haga más allá del territorio del Estado. Y además, que la violación de los mismos son imprescriptibles. Eso no contradice, sino reafirma el derecho internacional.
Después de todo, el ser humano no es una isla y, tampoco, una nación lo es. Compartimos una humanidad que, si es violada, exige justicia más allá de las soberanías nacionales. El caso de Venezuela obvia de toda justificación: a la entrada pacífica de ayuda humanitaria el dictador responde con violencia de quemar la ayuda y el asesinato de jóvenes. Y baila salsa celebrando su “victoria”. Su administración, violando todo derecho de participación y generar el mínimo de bienestar, produce casi tres millones de migrantes-exiliados. Políticos detenidos por la policía política, sin poder ejercer sus derechos políticos y civiles. Tortura de prisioneros enemigos del régimen. Eso constituye un genocidio, como el mismo secretario de la OEA, Almagro, lo ha llamado. ¿Qué otra cosa podría ser? Y si eso es así, ¿cómo sostener que “no se puede imponer nada a Venezuela”?
La política del diálogo
El desconocimiento del régimen de Maduro por más de cincuenta países impide, dicen algunos, el diálogo. El diálogo no solo es necesario sino vital en una democracia, cuyo ingrediente, creo, debe ser la amistad cívica. Pero para que el mismo sea real, debe haber un respeto a la dignidad de los actores. ¿Acaso ha habido respeto de parte del régimen de Maduro? Para que exista auténtico diálogo debe haber equivalencia moral entre los dialogantes. ¿Autoridad moral de alguien que baila ante la desgracia de sus conciudadanos?
Recientemente el papa Bergoglio fue solicitado por el régimen para mediar en un diálogo entre las partes, a lo que el pontífice argentino se negó, alegando que el mismo Maduro no había cumplido lo estipulado en un encuentro anterior. Sería importante que ahora condene al régimen de Maduro por el genocidio cometido destruyendo la ayuda humanitaria. Irónicamente, hoy, los que piden un diálogo con Maduro son los que, treinta años atrás, eran perseguidos por negarse, justificadamente, a dialogar con el dictador Stroessner. Y bueno, uno debe vivir largo tiempo para conocer mejor a la condición humana.