¿Culpas? ¿Por qué siempre tiene que haber culpas? ¿Culpas hasta por ser feliz o por luchar para serlo?

Lita Pérez Cáceres nos advierte de una rara condición que la afecta: le brotan cuentos. Ella los deja salir y los publica. Espero que esta dolencia no tenga otros efectos menos placenteros porque la verdad es que su “problema” deviene en un gran regalo para nosotros, sus lectores. Leerla es un verdadero placer.

En esta colección de cuentos, Lita reflexiona sobre la condición de la mujer y, en particular, sobre qué motivos pueden convertirla en asesina. Real o metafóricamente. Directa o indirectamente.

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La cabeza del padre de Gastón Gadín, partida por un hachazo por Cipriano León, parece enloquecer a las mujeres de la casa vecina y llevarlas a asesinar noche tras noche. Un vestido colorado nos recuerda la cotidiana degradación de Catalina por mantener un puesto de trabajo que le permita el sustento. Dos ancianos se encuentran y recuerdan esa tarde, hace décadas, en que rompieron el molde, se vistieron de mujeres y salieron a la calle a gritar su orgullo.

La Señora C nos lleva a preguntarnos si seríamos capaces de matar por un perro. “La última mujer” le da un sentido nuevo a la remanida frase “ni si fuera la última persona sobre la Tierra”. Una anciana encuentra piedad en el lugar menos esperado: el servicio de atención al cliente de una compañía telefónica. Un asesino en serie seduce y depreda en un geriátrico. Un amor prohibido en la Patagonia se convierte en la venganza de la raza.

Un barrio entero espera impaciente la muerte del patriarca de la Calle, quien se resiste a dejarse llevar por la Parca mientras haya una mujer atractiva cerca. Una moribunda conversa con el fantasma de Elisa Lynch en un hotel asunceno. Dos avaros encuentran en el amor al dinero un motivo para quererse toda la vida. Una esposa engañada juega su última carta en la confección de una torta de aniversario.

“Los hijos de Hilda” es un relato a la vez espeluznante y conmovedor sobre el camino de un hombre en busca de su identidad robada. Lucrecia es una mujer-niña entregada por su familia a un hombre viejo, rico y cruel.

Todos y cada uno de estos cuentos son preciosos, todos nos ofrecen personajes tridimensionales, demasiado humanos. Sobrevivientes de mil naufragios. En este día de la Mujer Paraguaya tenía ganas de recordar que hicieron mucho más que donar sus joyas un 24 de febrero: las mujeres paraguayas sacaron adelante a familias enteras, empujaron a un país del pozo de la derrota de una guerra genocida, sobrevivieron dictaduras, maltratos, pobreza y dolor, se elevaron desde la historia para darnos un lugar mejor a las que hoy podemos escribir columnas o leer los libros que nos gustan gracias a su trabajo y su lucha. La mujer paraguaya vive, mata, sueña y, por suerte, escribe libros de cuentos como Lita Pérez Cáceres.

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