El 12 de marzo cumplirá 32 años. Para un jugador de fútbol que defendió la casaca de los más importantes clubes de Argentina, México, Colombia y Paraguay, esa edad ya impone límites. Cada vez los entrenamientos le son más agotadores, las lesiones tardan más en curar y solo la experiencia logra equilibrar el entusiasmo de los carasucias que suben queriendo demostrar que son mejores que él. Los músculos duelen. Duelen. Duelen mucho.
Fue su elección, por tanto debe sobrellevar los rigores de su profesión, aunque esto requiera hoy el doble de esfuerzo. Las sombras del miedo sobrevuelan como cuervos cada vez que van a anunciar la formación titular. Él quiere jugar, quiere recuperar el mote de goleador, de ídolo, para que sus hijos se sientan orgullosos de él. Son su familia, y dependen de él. Por eso, bajo el impiadoso sol y con la temperatura asfixiante acalla el dolor hasta el extremo.
La afición es injusta, olvida las victorias pasadas... no sabe de los secretos diálogos con el destino, que últimamente le cierra todas las puertas de las oportunidades. No es más joven. Hasta su mánager se lo ha dicho: debe aprovechar cada salida al campo de juego y reconquistar al técnico y al público.
Pero nadie le advirtió que todo su esfuerzo y buenas intenciones serían vanas cuando el árbitro le exhibiera la tarjeta roja de la injusticia apenas pisara el gramado. Las lágrimas del guerrero se confunden con el sudor y la rabia. El juez, quien debiera impartir justicia, ha cometido un error, grave, y ni siquiera está consciente de ello. No pide disculpas y sigue su vida luego de pisotear la ajena. El público ruge en las gradas. Impunidad y fanatismo danzan como si fueran una calesita.
¡Qué se le puede criticar a un juez de fantasía, como es un árbitro, si muchos de los verdaderos discípulos de Astrea tampoco ofrecen justicia! Mientras, en las cárceles rebozan de ladrones de poca monta y alguno que otro capo hasta tiene habilitada una carrera electoral por una intendencia desde detrás de los barrotes.
¡Qué se le puede criticar a ese árbitro de juguete si hasta el propio presidente del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, quien debería ser el máximo ejemplo de imparcialidad, tilda de injusta una investigación que realiza la Fiscalía, nada menos que a un diputado por supuestos vínculos con el narcotráfico! Con expresiones de “cariño”, “afecto” y “confianza”, los amigos se apoyan en las alturas, lejos del alcance del simple “Populus”.
La mitología griega refiere sobre un ser llamado Hidra, una serpiente acuática policéfala que tenía la particularidad de que al cortársele una de sus cabezas, en su lugar se regeneraban dos nuevas. Fue Hércules, en su segunda prueba, quien enfrentó y derrotó a este monstruo con la ayuda de su inseparable Yolao. El héroe cortó todas las cabezas, en tanto su compañero cauterizaba los cuellos con fuego.
Esta historia de Hidra semeja a las tantas presentaciones teatrales a las que nos exponen diariamente nuestras autoridades. Me pregunto, por ejemplo, ¿por qué el presidente del Senado pretende premiar “personalmente” a uno de sus miembros por haber estado 30 años en una curul?
Nuevamente amigos en las alturas divagan entuertos que poco favorecen al país, como si el primero fuera dueño del Senatus y el segundo se lo mereciera. ¿Cuál es el balance tras tres décadas de calentar una silla con un salario más que privilegiado? ¿Qué aporte hizo por el bien de ese pueblo al que se debe... a más de haberle robado, según su propia confesión, de lo más sagrado que tiene: la voluntad popular, con un fraude electoral? Como el jugador de fútbol, también está viejo. Él sabe que no hay nada que festejar. Son 30 años desperdiciados solo en poder y dinero. ¿De qué puede sentirse orgulloso?
Pero si el Poder Legislativo desperdicia esfuerzos en vanidades, ¿por qué el “número uno” habría de asentarse y comprender que es aquí, en el país, donde está su obligación y no en el extranjero?
¿Qué tiene que hacer un presidente de la República repartiendo víveres como un estibador? ¿Espera que la gente lo aplauda? Una cosa es romper relaciones por considerar injusta una situación y para solidarizarse con una población oprimida y otra muy distinta es exponer su condición de jefe de Estado al enojo de potencias infinitamente superiores, más cuando hay vientos de guerra.
Él representa a un pueblo, no es libre de hacer lo que quiere. No es un adolescente que huye de la casa para hacer la travesura de ir a un concierto de rock con su amigo Guaidó. Él se debe a los que le eligieron acá, nada tiene que hacer en Cúcuta.
Nuestra historia cuenta acerca del Mariscal López y de las consecuencias de ir a defender al oprimido pueblo oriental. En la realidad no hay Hércules, solo Hidras que siempre emergen nuevas cabezas en la cancha o en los poderes del Estado.