El ritual se repite cada año, como las promesas. Casi un millón quinientos mil estudiantes volvieron a clases en unas 10 mil escuelas de todo el país. Recuerdo mi infancia y la expectativa. Una noche sin dormir y la sensación de volver a empezar.

Y pese a que la experiencia debería de ser buena, no lo es. El Gobierno invierte 3,9% del Producto Interno Bruto (PIB) en educación, solo la mitad de lo que recomienda la Unesco como mínimo. Una de las inversiones más bajas de la región.

Es solo un dato para intentar entender una situación cíclica envuelta en una interminable cadena de abandono. Las estadísticas en el primer día de clases nos golpean en la cara, como ese cero en el primer examen de matemáticas.

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La situación es caótica por donde se la mire. Te doy algunos ejemplos: “Unas 500 escuelas están en emergencia roja debido al riesgo de derrumbe”. Sí, leíste bien, en algún momento del año alguna escuela podría derrumbarse desatando una tragedia. Es una posibilidad.

Según datos del propio Ministerio de Educación, el 65% de las escuelas y colegios están en pésimo estado. Es solo una cara de la desidia.

Según un informe del Banco Mundial, hay 1.300 predios escolares que ni si quiera están titulados y el 80% son críticos. No hablamos de pupitres y mobiliarios, esa es otra historia.

Con estos números no debería de ser difícil entender por qué solo el 30% de los estudiantes logra terminar los 12 años de escolaridad, un drama que recrudece para los que logran llegar a la universidad, ya que solo uno de cada diez logrará terminar la carrera.

Pero incluso los que se mantienen en clase deberán luchar contra el sistema. Siete de cada diez alumnos no comprenden lo que leen y nada menos que nueve de cada diez no cumplen con las competencias básicas de matemáticas y ocho de cada 10 solo alcanzan niveles mínimos en ciencias.

Los números, en cierta manera, solo son el reflejo de la creciente corrupción en los círculos de poder y la falta de reformas y políticas públicas para revertir una situación que nos mantiene en el atraso.

Hoy, cerca de 702.997 jóvenes tienen entre 15 y 19 años y alrededor de 240.546 no asisten a ninguna institución de enseñanza formal.

Pero como dice el refrán que la esperanza es lo último que se pierde, el ministro Eduardo Petta celebró con los alumnos de la escuela Ignacio A. Pane el inicio de clases repartiendo empanadas a los presentes. Creo que nadie le recordó que comer empanadas no es muy bueno para la salud, y mucho menos para los niños. Pero en fin, festejo es festejo, y como dice mi vecina: “Una no hace nada”.

Pero lo que sí hace mal es la falta de memoria. Algo que parece haberle sucedido a la directora de la institución, Rosalía Benítez, que en su discurso frente al presidente Mario Abdo Benítez exaltó el gobierno del “excelentísimo señor presidente” Alfredo Stroessner, al recordar que parte de la escuela se la había mandado a hacer con los “soldaditos” de esa época.

Si olvidamos los números de infraestructura y escolaridad y nos quedamos con el ejemplo del ministro Petta y la directora Rosalía, podemos entender que quizás el problema de la educación en Paraguay sea la falta de yodo. No hay otra.

En estas condiciones toda promesa seguirá siendo ficción y la educación seguirá siendo patrimonio de unos pocos privilegiados que terminarán abandonando un país sin expectativas ni futuro.

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