“Ella cantó como si, al hacerlo, estuviese salvando la vida de cada una de las personas en ese cuarto”.

El 17 de diciembre de 1996, 14 miembros de la organización terrorista peruana Tupac Amarú (MRTA) irrumpieron en una recepción en la residencia del embajador del Japón en Perú, que celebraba el 63º aniversario del nacimiento del emperador Akihito, tomando como rehenes a cientos de diplomáticos, oficiales de gobierno, militares y empresarios. El número final de rehenes fue de 72 y el secuestro masivo duró 126 días, finalizando en una incursión armada de las Fuerzas Armadas, que dejó como resultado las muertes de un rehén, dos comandos y los catorce terroristas. Fueron cuatro meses que tuvieron en vilo al mundo entero.

Inspirada por estos hechos, Ann Patchett se imaginó una versión alternativa: en un país tropical latinoamericano sin definir, el Gobierno quiere atraer como inversor a un poderoso empresario japonés, el señor Hosokawa. Conociendo su poca afección a las reuniones sociales, se juegan una carta que conocen como su punto débil: su devoción por la ópera, y en especial por la soprano Roxane Coss, la intérprete lírica favorita de Hosokawa. Organizan una gala por el cumpleaños del mismo en la residencia del Vicepresidente y contratan a Coss para cantar un par de arias en su honor.

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Hosokawa no se puede resistir y acude. Toda la capital está en la fiesta. Solo falta el Presidente, quien alegó encontrarse enfermo. Aunque toda la fiesta (y gran parte del país) sabe que en realidad se quedó en casa porque la recepción iniciaba a las 9:00 de la noche, hora en la que se transmite su telenovela. Hay rumores de que este hecho sí está basado en la realidad. Fujimori era fan de una telenovela y por eso no estaba en el secuestro del 96? No sé si es cierto, pero merecería serlo.

Pero olvidemos la realidad y volvamos a la ficción, que siempre la supera. Se produce el secuestro y liberan a todas las mujeres la primera noche, con excepción de una: Roxane Coss. Una ficha demasiado valiosa como para dejar ir. Hosokawa y el Vicepresidente, por supuesto, encabezan la lista de rehenes. El japonés solo tiene lugar para un sentimiento: la culpa. Roxane está allí por su culpa. Si él no hubiera aceptado esa extravagante invitación, por el mero hecho de verla de cerca, ella estaría libre, sana y salva.

Las terribles condiciones del secuestro durante cuatro meses sacan lo peor y lo mejor de cada uno. Hosokawa solo se comunica con el mundo, y en especial con Roxane, a través de su intérprete, Gen. A través de él, desarrolla una relación muy especial con la soprano. Esta, a su vez, vive acompañada de una de las pocas mujeres del grupo de secuestradores, una joven campesina, Carmen. Síndrome de Estocolmo o simple espíritu de supervivencia, establece con ella un vínculo de amistad. Así que la secuestradora y el traductor se ven empujados, ellos también, a enamorarse un poco en el medio de ese caos, junto con sus “jefes”.

El final podría haber sido predecible, porque sabemos lo que pasó en la realidad. Pero el genio de Patchett le da un giro a la vez inesperado y sublime, que nos deja, mucho tiempo después de terminar esta novela, recordándola como un pequeño gran testimonio de que el amor no sabe de contextos adecuados ni de momentos precisos: aparece cuando se le ocurre, y nos sacude el alma con la fuerza arrasadora de la nota más alta sostenida en un minuto eterno.

“El amor, para él, era acción. Venía a ti. No era una opción”.

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