• Por Augusto dos Santos 
  • Analista 

Cuando pensaba en el asunto de este comentario recordé una historia del tiempo de la dictadura cuando en un pueblo llamado Laureles, en el Sur, a la salida de un docente jubilado instalan al sobrino del presidente de seccional de reemplazante. El muchacho no tenía la menor idea del Latín (que debía enseñar), pero era “despierto” y había vuelto de Buenos Aires hace un tiempo. Se creía que había terminado la secundaria además.

Le dieron una semana para asimilar algo de los textos y lo lanzaron a su primera clase. El muchacho llegó, saludó, pidió a los jóvenes que abrieran el libro en tal página y les dijo una frase inolvidablemente honesta:

⁃ Peñatende porãke cherehe porque ni che voi nda entendeporãi ko ha’étava peême. “Traducido: Préstenme mucha atención porque ni yo entiendo bien lo que voy a enseñarles”.

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El tiempo ha transcurrido, décadas han pasado, pero el nivel de mediocridad de la educación no se ha conmovido.

Zapatero a tus zapatos

El viceministro de Educación, Robert Cano, habría dicho –en respuesta a reclamos por la mala infraestructura de educación– Que ellos no son un Ministerio de almuerzo escolar, de construcciones o de útiles. Un típico exabrupto de un oenegesista, desacostumbrado a las críticas que sobreabundan en relación al desempeño oficial. Mas, lo concreto es que el viceministro tiene toda la razón.

Es un despropósito que el Ministerio de Educación pierda valioso tiempo pegando ladrillos, controlando el hervor de un puchero escolar o –como ha pasado en estos últimos seis meses– perdiendo el tiempo en discursos y operaciones de vendetta política en relación a procesos anteriores.

La razón que tiene Cano al instalar el tema se enriquece con la razón que tiene el volver a barajar y debatir estas cartas al nivel de las altas decisiones políticas, a ver si un día se define si el rol del MEC es la albañilería o la docencia.

El Ministerio de Educación y Ciencias, en un estado de emergencia educativa como la que vive el Paraguay, debería estar enfocado exclusivamente en construir condiciones para el buen desempeño de los maestros y el buen aprendizaje de los alumnos, todo lo demás es vía láctea.

Delincuencia pura y dura

El problema de la construcción de escuelas es un nudo gordiano que no garantiza que las escuelas sean estructuralmente sólidas porque ello no depende de las especificaciones técnicas que dictan los burócratas, sino de la argamasa corrupta con la que se construyen. Una razón absoluta para que el MEC desagende este asunto de sus preocupaciones. El problema de las escuelas que se caen es un asunto delictivo, siquiera de ingeniería, porque tienen que ver con prácticas perversas de “ahorro” en materiales para abaratar costos que derivan en ganancias para “los muchachos”.

Es risible –en este sentido– el argumento de las bondades de la descentralización en el proceso de construcción (llámese Fonacide o presupuestos locales) porque ¿quién garantiza que el intendente de Valle Kañy va a ser menos corrupto que el ingeniero de Sajonia que construye para el MEC? Aún el argumento del “control local” es una falacia, siempre hubo corruptos con controles locales, nacionales o intergalácticos.

El plato de la vergüenza

También es cierto que debe encontrarse una forma para “domar” de su retobada historia corrupta el tema de la merienda y el almuerzo escolar.

En toda la historia la merienda escolar fue más útil para enriquecer a miserables avivados con rango de proveedores, gobernadores, etc., que para nutrir a los niños del Paraguay y es hora de aislar –por un mínimo gesto ético– el asco de la corrupción por lo menos de la comida de los niños. Aunque lejos de aliviarse, da la impresión de que “los cónsules” de este negocio o están volviendo o están cada vez más influyentes.

La buena razón

Las expresiones del viceministro Cano no deberían caer en saco roto. Alguien tiene que llevar esta inquietud a la Presidencia, o al Congreso, a donde fuera menester para generar los cambios que deberían ocurrir para que el Ministerio de Educación y Ciencias aplique –por lo menos durante una década– todos sus esfuerzos a la reparación de la maltrecha y destechada educación de los niños y jóvenes del Paraguay antes que a las estructuras que los alojan. Que esto sea –definitivamente– un problema de alguna otra institución, fiscalizada quizás por el MEC.

No puede ser que en un país en el que una maestra sigue teniendo dificultades para distinguir entre hielo y helio o en una sociedad que produce niños que aprenden a leer pero no a comprender, el ministro tenga que estar la mitad del año preocupado por explicar sobre una pared agrietada o unas tejas sueltas. Que alguien se ocupe de eso mientras educación educa.

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