La música es una de las expresiones de la especie humana desde sus orígenes como tal. Acompaña todos los momentos, ya sean tristes o alegres. Hay personas, como el que escribe estas líneas, que escuchan música desde que amanece hasta que anochece, y que no hace absolutamente nada sin oírla. La música es un poderoso vehículo de recuerdos, de emociones, de expresión de sentimientos. Mueve masas para oír a un cantante de moda y moviliza trillones de dólares en su comercio. Pero ¿realmente sabemos qué es lo que produce la música en nuestro cerebro para hacer eso? Hoy les cuento muy rápida y sencillamente algo de lo que produce la música en nuestro cerebro para hacernos sentir así.

El mecanismo de acción cerebral de la música es sumamente complejo, incluso lleva desarrollándose hace más tiempo que el propio lenguaje verbal y esto se ve reflejado en la misma evolución del cerebro, ya que las zonas que tienen que ver con la música son las mismas que controlan y ejecutan el movimiento del cuerpo, lo cual abona la hipótesis de que la música no es más que un mecanismo evolutivo que nos ayudó a movernos todos juntos, y cuando la gente lo hace, el fin siempre es altruista y cooperativo. Quizás eso explique el porqué siempre hay música en cualquier evento social. Sin embargo, otros neurocientíficos opinan que la música nació de manera “accidental” por una especie de “secuestro” de otros sistemas que el cerebro desarrolló para otros fines (como el lenguaje, la emoción y el movimiento) y que terminaron integrando el circuito de la musicalidad.

La música está presente incluso desde el vientre materno, al desarrollarse el tacto que siente el ritmo del latido cardiaco materno, y las células auditivas que pueden sentir rudimentariamente los sonidos que vienen desde el exterior de la panza de la madre. Los bebés recién nacidos reaccionan a la música antes que a los estímulos verbales y son capaces de relajarse al oír sonidos placenteros. Y los prematuros tienen excelente respuesta en su neurodesarrollo a la música.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Oír música es uno de los placeres de la vida y eso es porque cuando oímos un tema que nos gusta, nuestro cerebro libera sustancias similares a las que libera al ser estimulado por drogas como el opio o la marihuana, específicamente el neurotransmisor de la recompensa, la dopamina, tal cual lo hace con las drogas, una buena comida o una relación sexual satisfactoria, estimulando la llamada vía dopaminérgica de la recompensa principalmente en dos núcleos de nuestro cerebro: el caudado y el accumbens, de los cuales les hablaré bastante en otras entregas.

La música ingresa al cerebro por el oído y desde allí pasa por las vías auditivas al tronco cerebral, desde donde se transmite a la corteza auditiva, esa porción del cerebro que se encarga de compararla con los sonidos almacenados previamente en la gran “base de datos” cerebral y, en consecuencia, responder estimulando o no el sistema de recompensa cerebral. Por ejemplo, cuando escucho “Africa”, del grupo Toto (una música ochentosa que es hermosa), al llegar a la corteza auditiva los primeros compases de la batería característica de la música, son comparados con el recuerdo almacenado de la música identificado por el cerebro como placentero (ya sea porque se asocia a un recuerdo o porque “me gustó” y lo codifiqué como tal), y automáticamente se dispara la secreción de dopamina que me hace “sentir bien”.

La música se procesa en ambos hemisferios cerebrales, a diferencia del lenguaje, que lo hace predominantemente en uno. Es por ello que “si lo decimos con música” generalmente tiene mejor efecto. Por ello, muchos niños con problemas de comprensión del lenguaje comprenden mejor las consignas cantadas. Además, al integrar en sí varios sistemas cerebrales al mismo tiempo, la música puede comunicar con más emocionalidad que el lenguaje verbal y es por ello que la música puede modular no solo los estados de ánimo, sino la misma fisiología humana en diferentes aspectos, siendo un vehículo más eficaz al integrar emocionalidad al mensaje. Y, como siempre digo, sin emoción no hay aprendizaje. La musicoterapia es una forma muy eficiente de estimular al cerebro dañado o no desarrollado totalmente al buscar activar procesos fisiológicos y emocionales que estimulen funciones disminuidas o deterioradas.

El próximo sábado les voy a contar cómo ciertas músicas trabajan el cerebro y en el cerebro, y por qué y, sobre todo, cuáles músicas nos tiran “para arriba” y hacen que estemos DE LA CABEZA.

Déjanos tus comentarios en Voiz