Soy bastante escéptico en algunos temas, pero me gusta leer y escuchar hechos históricos, sobre todo proezas épicas de la antigüedad. Entre las miles de verdades y leyendas que se tejen a través del tiempo aún sobrevive la de la rigurosidad de Esparta.

Los más jóvenes tienen idea de qué es esta gracias al exitoso largometraje hollywoodiense llamado “300”, en el que el ejército espartano comandado por Leónidas detiene la invasión de las hordas de Jerjes I en la batalla de las Termópilas. El puñado de héroes logra detener a millares de soldados que pretenden conquistar su tierra.

Esa visión de la dureza espartana que en la vida real se aprecia hacia el año 480 AC tiene sus inicios hacia el año 700 AC, aproximadamente, con las conocidas leyes de Licurgo. Con ellas se organizaba no solo el Estado, sino la vida de los ciudadanos y la educación de los niños, pero sobre todo era la forma para sobrevivir en medio de tantos enemigos.

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Con la aplicación de estas normas, los espartanos lograron endurecerse al punto que los de afuera se preguntaban con temor si ellos mismos se trataban de esa manera, ¿qué serían capaces de hacer a los demás?

Dicen que a las mujeres que resultaban embarazadas eran obligadas a hacer ejercicios para que los hijos nacieran sanos y para que el parto resultara menos traumático. Los bebés, al nacer, eran bañados en vino para que los epilépticos y enfermizos entraran en convulsiones y murieran al poco tiempo.

Si pasaban esa prueba, eran llevados a un concejo de sabios para que dictaminara si el niño sería capaz de soportar la vida espartana. Si el veredicto resultaba negativo, el pequeño debía ser llevado a la ladera Este del monte Taigeto, de 2.407 metros de altura, desde donde sería arrojado para que muriera. No lejos de Esparta, entre los siglos VI y V antes de Cristo, también nacía la democracia en Atenas…

Transcurridos tantos siglos, con este sistema político imperante en casi todo el planeta, hubiéramos esperado que tanto las leyes de Esparta como las de Atenas hubieran evolucionado hacia una verdadera civilización, pero no es así.

Hoy día vemos que las leyes redactadas por los “representantes” de los ciudadanos, que deberían ser para bienestar común, muchas veces tienden a beneficiar de forma particular a los que están en el poder, lo que produce que se ensanchen cada vez más las brechas sociales y fomenten la injusticia y la miseria.

Pero en esta ocasión no vamos a profundizar sobre política, sino a resaltar y hasta escandalizarnos por el horror del que somos testigos en la actualidad, sobre todo con los niños. En un solo día los diarios informaron acerca del macabro final de una niña y su niñera; en Argentina, que también una mujer embarazada fue rociada con combustible y quemada viva (murieron ella y el bebé); en San Pedro un niño de 5 años fue “corregido” con una varilla de hierro y desde EEUU saltaba la lista de nombres de casi 300 pederastas. En un solo día.

Estoy seguro de que mañana las páginas de los tabloides traerán nuevas “aventuras” en las que los menores serán las víctimas y las autoridades darán excusas por esos hechos, contendrán a los pequeños y no harán nada para que esto, que ya es costumbre, cambie.

Unos dicen que todo este mal tiene sus raíces en la impunidad, ya que los jueces y fiscales no logran su cometido; otros echan la culpa a la educación o mejor a la falta de educación de la población (y no se refieren a saber leer y escribir o manejar un teclado, sino a respetar la moral); también están los que afirman que el problema son las leyes, que carecen de la rigurosidad que el caso merece. Y hasta que los legisladores son cómplices por su ineficiencia.

No sé quién tiene razón, pero creo que hay demasiada comodidad por parte de las autoridades, que se preocupan más por el asado del fin de semana que por la siguiente víctima.

Hace poco me preguntaron por qué las cifras de alcoholizados al volante no bajaban si los conductores saben que la Patrulla Caminera vigila las rutas. Este domingo la nueva lista no será menor a 300.

¿Es porque pagan una multa y allí acaba el problema? Sería una anécdota más que contar el lunes en la oficina sobre lo divertido que fue el finde. ¿Y si un ebrio atropella y mata a un transeúnte? Eso no sería divertido para la familia del fallecido, sobre todo si es sostén del hogar y nuevamente serán los niños los que sufrirán por la inconsciencia de un borracho, por la indolencia de un legislador y por la sobrecarga laboral de los encargados de la justicia.

Si existiera Licurgo, ¿saldría impune un solo bebedor irresponsable o sería arrojado desde el monte Taigeto? No sé, pero al menos le darían como castigo remar en las galeras, lo que en estos tiempos sería igual a prisión de por vida. ¿Y por qué no, si quitan la vida de un ciudadano? ¿Son cómplices los legisladores? Es que ellos también beben…

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