“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

Los últimos informes internacionales sobre el escenario mun­dial en el que nos estamos moviendo (situación y pers­pectivas) más que nunca nos llevan a aferrarnos al opti­mismo realista de “espe­rar siempre lo mejor, y pre­pararse para lo peor”. Los motores más importantes de la producción y el comer­cio global no tienen la fuerza de ayer y la que se esperaba para hoy y mañana.

Las principales locomotoras de la economía mundial –Esta­dos Unidos, Europa y China– bajan sus velocidades y dibu­jan un 2019 complicado, en el mejor de los casos, y difí­cil, en el peor. No son estos “tiempos de bonanza” aun­que tampoco “tiempos tor­mentosos”. Pero, para países como el nuestro, la luz ama­rilla como señal de futuras crisis a administrar para no caer reclaman un manejo extraordinariamente respon­sable de la política económica, para lo cual un gobierno unido es fundamental. La envidia, la soberbia, el revanchismo y los juegos de poder sacrifi­cando los intereses del país son la alfombra sobre la cual nos convertimos en cangre­jos. Un Brasil saludable y una Argentina sobreviviendo son salvavidas vitales.

Semanas atrás les comentaba el informe del Banco Mundial (BM) sobre la marcha de la economía internacional. Si recuerdan, el título era “Cie­los oscurecidos o cubier­tos”. Les dije: no alarmista, pero de cuidado. El martes pasado en Davos, Suiza, en la reunión del Foro Econó­mico Mundial (WEF sigla en inglés) fue el Fondo Moneta­rio Internacional (FMI) el que nos pintó una dura rea­lidad, actualizando sus datos de octubre del 2018. La pri­mera gran conclusión del FMI dice “se debilita el cre­cimiento global entre ries­gos crecientes”.

Se debilita y con riesgos. Guerra comer­cial, financiamiento más duro, mayor desigualdad en los ingresos, cambio climá­tico, tales los riesgos para el avance más débil. Y lo que ocurre en el mundo nos toca directa e indirectamente.

Fíjense que el mundo crece menos rápidamente. Sigue marchando pero más len­tamente: 3,5% en el 2019. Dejando atrás años de 3,8% y 3,7%. Y son los ricos los más flojos, entre ellos Estados Unidos y Europa. Con poco que festejar. Pero es China el dolor de cabeza, porque su economía pesa 19% en el mundo, como segunda potencia. Y no es que no crezca: 6,2% o 6% previs­tos para este año. Pero aflo­jando, aflojando, del 6,9% y 6,6% en años pasados. El cre­cimiento en el 2018 del 6,6% fue el más bajo en 28 años, desde 1990. Sin olvidar que crecía a velocidades del 10% a más del 14%.

Y volvería a aflo­jar el próximo año (¿5,8%?). Y ¿cómo piensa el gobierno chino enfrentar la frenada por la guerra comercial con Estados Unidos? Con gran­des obras públicas, bajando impuestos y el precio de la electricidad. Receta capita­lista. ¿Qué es China y son los chinos? Dictadura comu­nista en lo político (y de la peor), y grandes capitalistas en lo económico, combina­ción “realista o pragmática” del “no importa el color del gato, importa que cace ratones”. ¡Pobres Mao, Marx y Lenin! De la dictadura del proletariado a la dictadura política del Estado comu­nista con economía pro capi­talista. Y un actor principal en el juego de la producción y el comercio mundial.

La última conclusión del FMI combina un deseo y un con­sejo: “los países deberían tra­bajar juntos para solucionar sus tensiones comerciales. Y dar pasos ahora para prepa­rarse a más caídas”. Opino que para nosotros no todo se oscurece y debilita. Brasil cre­cerá (2,5%) y Argentina sobre­vivirá, aún con otra recesión este año: el costo inevitable de disciplinarse. Ojo: la receta de reanimación de la economía del gato chino capitalista no es mala. Pero no somos chinos. Gracias a Dios. Dictaduras y dictadores ¡nunca más! Como la bestia de Nicolás Maduro.

Nuestro presidente Mario Abdo Benítez recibió en Davos, Suiza, quizás el aplauso político más caluroso, generoso y simbólico de la reunión, de un auditorio mun­dial conmovido por el genoci­dio venezolano, que reconoció la posición del gobierno para­guayo contra Maduro como madura y responsable. Al adelantarse públicamente al reconocimiento posterior de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela, Mario Abdo Benítez lució a nuestro país y me hizo sentir orgulloso de ser paraguayo. Moralmente nos ubicamos muy por arriba de la traición de los mexicanos, que rompie­ron relaciones diplomáticas con las dictaduras de Pino­chet y Somoza. Y Uruguay se refugió en el sótano de su peor historia, con la hipocresía que lo caracteriza. “Sacamos” a Venezuela del Mercosur pese a la resistencia de los orien­tales. Típico en Uruguay: los negocios en primer lugar. No lo dicen, lo hacen. Venancio Flores viene a mi memoria y el genocidio de la Triple Alianza. Duele decirlo, pero hay que decirlo.


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