- Prof. Dr. Miguel Ángel Velázquez
- @DrMime
Preguntando en mis redes sociales a los contactos con los que comparto letras, me han sugerido un montón de temas para escribir cada sábado. Muchos de ellos se refieren a patologías o condiciones que afectan al cerebro o al sistema nervioso, por lo que he decidido al menos una vez por mes escribir acerca de alguna afectación de los mismos, intentando ser claro, ameno y sin términos complicados, procurando no perder el rigor científico que pueda validar lo que escribo y que de esa manera pueda servir al lector o lectora que me privilegia cada sábado con su tiempo. Dentro de las sugerencias de temas, sobresale uno de manera recurrente y bastante repetido, por frecuencia y, sobre todo, preocupación en padres y educadores: el Trastorno del Espectro Autista (TEA de ahora en más). Y sobre esto voy a escribir en estos dos sábados.
Desde el vamos voy a colocar las cosas en su lugar: a partir de la lectura de estas líneas, no vamos a referirnos ya más como AUTISMO o AUTISTAS a las personas que presentan esta condición, ya que adjetivarlos implica estigmatizarlos, además de ser absolutamente inexacto: al hablar de TEA, lo definimos justamente como ESPECTRO, es decir, como una gama de características que pueden presentarse en diferente grado en las personas, nunca igual una a otra, jamás con toda la gama, lo cual hace que cada paciente con TEA sea diferente desde el punto de vista del diagnóstico y, por ende, terapéutico, que es lo que nos importa.
Desde 1943 Leo Kanner y 1944 Hans Asperger describen ya la presencia de ciertos rasgos en niños estudiados, aunque con bastantes diferencias entre sí (por eso lo de “espectro”). Los factores comunes a los pacientes con TEA son: dificultades en el uso del lenguaje, habilidades sociales y conducta. Pero en muchos casos, a estos síntomas se agregan otros relacionados a otros problemas neurológicos concurrentes: el retraso en el desarrollo de las capacidades cognitivas (conocimiento) y la epilepsia. Es por ello que como primer estudio a los pacientes con sospechas de TEA se les solicita un electroencefalograma o estudio de la “electricidad” cerebral a fin de corroborar si estos presentan o no alguna alteración en ese campo.
Lo primero que todo padre de niño con TEA debe saber es que es definitivamente un problema en el desarrollo del mismo desde el momento de su formación y maduración intrauterina y posterior. Por ello, ningún método puede “construir un niño autista”. Esto se debe a una errónea (y dañina) concepción del propio Leo Kanner mediante su teoría de las “mamás heladera”, con la que sostenía que la falta de cariño materno “causaba” el autismo. Absolutamente falso: el TEA es un problema del desarrollo cerebral. Y les explico qué pasa.
Las células que formarán el cerebro del bebé se forman en islas dentro de lo que se diferencia como tejido nervioso en el embrión en desarrollo. En ese grupo, existen células que, si bien se forman y diferencian normalmente a neuronas funcionantes, sin embargo comienzan a distorsionarse en su trabajo de conectarse con otras neuronas y que, en esencia, es la base del correcto funcionamiento cerebral. Esto es más que importante, ya que se sigue produciendo normalmente hasta la adultez en los individuos sin TEA, mientras que se ve alterado en los que lo padecen. Usualmente, el TEA se manifiesta alrededor de los 18 a 24 meses de vida, en que los padres notan el cambio en el niño, en su desarrollo que hasta entonces venía siendo “normal”, pero que sufre un “parate” importante en ese momento. Y este “darse cuenta” lo más rápidamente posible es vital para el abordaje del TEA.
Pero eso y más lo veremos el sábado siguiente. Acompañame cada fin de semana a estar de la cabeza...