- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
El fiscal Alberto Nisman, en el momento en que fue asesinado, investigaba el ataque terrorista que redujo a escombros el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ocurrido en Buenos Aires a las 9:53 del 18 de julio de 1994, con el luctuoso saldo de 86 muertos y más de 500 heridos de diversa consideración.
Uno de los fallecidos, un cuarto de siglo atrás, es el conductor suicida que se inmoló en el momento en que estrelló el coche bomba cargado con explosivos contra el edificio de la AMIA.
Nisman, horas antes de que su cuerpo –con un balazo en la cabeza– fuera hallado en un charco de sangre en el interior del baño de un apartamento en el edificio Le Parc de Puerto Madero, explicaría ante el Parlamento argentino por qué habría de “denunciar la existencia de un plan delictivo destinado a dotar de impunidad a los imputados de nacionalidad iraní (del ataque a la AMIA) para que eludan la investigación y se sustraigan a la justicia”.
Aseguraría que aquella “confabulación había sido orquestada y puesta en funcionamiento por altas autoridades del gobierno nacional argentino, con la colaboración de terceros” y sostendría que “la decisión deliberada de encubrir a los imputados de origen iraní (…), como surge de las evidencias halladas, fue tomada por la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, Dra. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, e instrumentada, principalmente, por el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, Sr. Héctor Marcos Timerman”, fallecido el 30 de diciembre último.
La sociedad argentina –en aquel verano caluroso– esperaba saber, pero aquel deseo se frustró. Alberto Nisman fue silenciado a balazos el 18 de enero. Un puñado de días más tarde, la presidenta, denunciada sobre el magnicidio a través de una carta que publicó en su página web y en su muro de la red Facebook, sostuvo: “El suicidio (que estoy convencida) no fue suicidio”. En ese mismo texto también escribió: “Lo usaron vivo y después lo necesitaban muerto. Así de triste y terrible…”.
El Estado de Israel –aunque con la máxima discreción y sin admitirlo– trabaja intensamente tanto en el esclarecimiento del ataque a la AMIA como en el asesinato del fiscal Nisman.
No son pocas las fuentes israelíes que –luego de exigir reserva sobre sus identidades– recuerdan que sobre Nisman “pesaba una fatwa (condena a muerte) de los persas”, como suelen aludir a los iraníes y no dudan en asegurar que “fue asesinado por su investigación”.
Agregan que “desde el 2004, cuando se hizo cargo de la Unidad Especial para la AMIA, elaboró numerosos informes oficiales, el más completo de poco más de mil páginas, en el que da cuenta de la intensa actividad iraní en Latinoamérica en general y en la responsabilidad de los máximos dirigentes de la República Islámica de Irán en el ataque a la mutual israelita”.
“La fatwa fue dictada luego de una reunión en Lyon, Francia, sede de la Interpol, de la que participaron, además de Nisman, funcionarios iraníes que se retiraron indignados con el fiscal argentino”, aseguran enfáticamente las fuentes consultadas.
Días atrás, Ram Ben Barak, quien fuera director adjunto del Mossad y director general del Ministerio de Servicios de Inteligencia de Israel cuando el homicidio aún estaba impune, admitió que “es una posibilidad” que Irán haya estado detrás del crimen porque los persas “tenían interés en que él no siguiera con la investigación y la denuncia (y) esa era una motivación para hacerlo”.
“Tenemos muy buenas razones”, respondió Barak al periodista Damián Pachter cuando lo consultó si en la Mossad se sabe quiénes mataron a Nisman, explicó que esa agencia actúa “para evitar todos los actos terroristas (donde fueren), no solo cuando el objetivo es Israel”.
Pachter –quien en la noche de la muerte del fiscal fue el primero en informar sobre el asesinato, por lo que días más tarde tuvo que abandonar la Argentina amenazado de muerte y actualmente se desempeña en la cadena informativa I24– también dialogó sobre el caso con Shabtai Shavit, director general de la Mossad (1989-1996), quien si bien coincide en que Nisman fue asesinado, sostiene que “no necesariamente” Irán está detrás de su muerte porque también “podría ser (el autor) un asesino local, doméstico, no iraní”. Barak y Shavit discrepan, pero –aunque no lo expresen– permiten inferir que Israel investiga.
De hecho, en el 2014 el diplomático israelí Itzhak Aviran –embajador en Buenos Aires cuando ocurrió el bombardeo a la AMIA– públicamente reveló que “la gran mayoría de los culpables (del ataque) ya están en otro mundo. Y eso lo hicimos nosotros”.
Inmediatamente fue desmentido formalmente por la Cancillería israelí, que en un comunicado categorizó los dichos de Aviran como “pura fantasía”. Sin embargo, en el 2010 otro embajador de Israel en la Argentina tuvo palabras muy parecidas respecto a los autores del ataque contra la sede de la Embajada de Israel en esta ciudad el 17 de marzo de 1992, en el que murieron 29 personas y 242 resultaron heridas.
“Sabemos quién estuvo detrás del atentado, quién lo organizó, quién dio las órdenes y quién lo hizo, con nombres y todo. Y ya dimos cuenta de ellos”.
Veinticuatro años pasaron desde el ataque a la AMIA que judicialmente fue declarado crimen contra la humanidad. Cuatro desde el asesinato de Nisman. La única constante eficiente en la Argentina parecería ser la impunidad.
Friedrich Wilhelm Nietzsche, un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, sostiene que “no existen los hechos” y, en ese contexto, considera que hay “solo interpretaciones”. Visionario perspicaz, tal vez, destacó antes que nadie que cuando lo grave deviene en práctica social –inevitablemente–, la calidad institucional se degrada.