• Por Fernando Filártiga
  • Abogado

En las primeras horas del año nuevo, Xi Jinping urgió la anexión de Taiwán a China continental, advirtió que la República Popular no descartaría acciones militares contra la isla si acaso esta insistiere en independizarse y reivindicó la fórmula de “un país, dos sistemas” utilizada con Hong Kong como el camino hacia la reunificación.

El mensaje no es casual: se produce a 40 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Popular China y los Estados Unidos, cuando las mismas se encuentran bastante deterioradas. Tampoco es solo para Taiwán: contiene un reclamo de liderazgo contra Estados Unidos y el resto del mundo, del mismo país que acaba de instalar la primera sonda espacial en el lado oculto de la luna. Se trata sin duda de un mensaje para ser leído en contexto.

¿Una sola China? El 1/01/1979, un comunicado conjunto de los gobiernos de Estados Unidos y China continental declaraba el inicio de relaciones diplomáticas entre ambos países. El comunicado reconocía al gobierno comunista (República Popular) como interlocutor oficial y la existencia de una sola China de la que Taiwán sería parte. Meses después, el Congreso estadounidense sancionaba la Ley de Relaciones con Taiwán (TRA, por sus siglas en inglés) para salvaguardar los lazos culturales, comerciales y garantizar la seguridad de la isla cuyo gobierno (República de China-Taiwán) había dejado de ser reconocido por Washington.

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De esta manera, hace 40 años iniciaba una de las relaciones más ambiguas de la diplomacia contemporánea, pues a la par del reconocimiento excluyente, al menos en apariencia, de China continental y sus pretensiones territoriales sobre la isla, Estados Unidos intensificaba sus vínculos con Taiwán al amparo del TRA.

¿Recrudece el conflicto?

La alianza americano-taiwanesa ha sido motivo de disgusto y conflicto con China desde 1979. En 1982, en el famoso tercer comunicado conjunto con Pekín (1982 Communiqué) Washington se comprometía a reducir la venta de armas a Taiwán, pero en un mensaje confidencial al Consejo de Seguridad Nacional, el presidente Reagan condicionaba ese compromiso a que no se ejerciera violencia contra la isla.

Los tiempos han cambiado y hoy China está en carrera por el predominio global. Si bien en las últimas décadas, China y Taiwán han fortalecido intercambios económicos, comerciales y culturales, el gobierno pekinés interpreta como una afrenta que la pequeña isla, fundada en valores como el respeto a los derechos humanos y el libre mercado, se resista a su anexión. ¿Cuál es el mensaje para el resto del mundo?

Dos elementos han contribuido a las tensiones. Uno es la agenda de identidad taiwanesa del Partido Democrático Progresista al que pertenece la presidenta Tsai Ing-wen. China la considera una clara pretensión independentista, a diferencia del statu quo favorecido por el Kuomintang, partido de tendencia más conservadora. El otro elemento es la reafirmación de la alianza de Taiwán con Estados Unidos, desde aquella célebre comunicación telefónica de 2016 entre la presidenta Tsai y el entonces presidente electo Donald Trump. Las relaciones siguieron fortaleciéndose y hace pocos días alcanzaron un nuevo hito con la promulgación de la Iniciativa de Reaseguro del Asia como ley federal (ARIA, por sus siglas en inglés) para revigorizar la influencia estadounidense en el área Indo-Pacífica mediante mayor cooperación con Taiwán y otros aliados estratégicos. ARIA prevé un presupuesto de US$ 1.500.000.000 para un período de 5 años y contempla la venta de armamentos defensivos.

¿Qué esperar?

Es incierto si ARIA tendrá éxito y si al final prevalecerá o no la pretensión anexionista de Pekín. La ley del más fuerte es uno de esos principios que persiste no importa cuánto hayamos evolucionado, influye en el equilibrio internacional y no conviene subestimar. China ha pretendido imponerla en el caso de Taiwán y sigue sin poder hacerlo, en gran medida debido al contrapeso que suponen la peculiar alianza de la isla con Estados Unidos y el reconocimiento diplomático de países como el nuestro.

De seguro China continuará insistiendo, pues imponer sus pretensiones sería un trofeo de alto valor simbólico en la carrera hacia el liderazgo global. Pero no debería ser fácil. Taiwán ofrece un modelo exitoso de desarrollo basado en democracia, libertad y derechos humanos, mientras el país que lo reclama habría comprometido esos mismos valores en pos del crecimiento económico. En este argumento hay un peso moral superior a cualquier alianza militar que ampare a la isla y así como la pretensión anexionista tiene un valor simbólico para China, la subsistencia de Taiwán lo tiene para los valores universales.

¿Qué pasó en Hong Kong a partir de 1997?, ¿qué reclaman las multitudes de independentistas del ex territorio británico ultramarino que desafían constantemente al autoritarismo pekinés? La fórmula “un país, dos sistemas” pareciera destinada al fracaso en un Taiwán completamente democratizado e institucionalizado, desarrollado, con alternancia política, prensa sin censura y una población indispuesta a renunciar a derechos fundamentales.

Independientemente de cómo acabe esta historia, un mundo donde el más fuerte lo sea no solo por la potencia económica o militar, sino también por la autoridad moral y la justicia de sus pretensiones sería definitivamente un mundo mejor. Y el camino comienza por la solución pacífica de los conflictos.

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