Abog. Eduardo Ariel González Báez
En el 2015 se publicó una novela que me llamó la atención. Estaba titulada “París 2041”. Me interesó por lo llamativo de su título y por las buenas críticas que tenía. Su autor, Ezequiel Zafir, doctor en Psicología y Licenciado por la facultad de Ingeniería de la Universidad Argentina, residiendo en Europa desde hace años, con lo cual tenía una gran perspectiva de la realidad del viejo continente.
La trama de la novela se sitúa justamente en ese año 2041 en la ciudad de París, donde la comunidad europea se disuelve, surge de nuevo un gran nacionalismo y las fronteras vuelven a ser controladas, sin la posibilidad actual de ir a un país de la comunidad una vez ingresado a uno de ellos. Se agrega que la ciudad se encuentra también separada donde están los ciudadanos oriundos y los migrantes colocados en sectores específicos, del cual no pueden salir, como tampoco es fácil entrar hasta esos lugares por la población.
Además, todo está controlado, incluso las calles, por medio de drones desde los cuales se individualiza a las personas que están en las calles. Lo que es importante mencionar es que se llegó a un régimen de derecha sumamente duro debido a los descontroles ocurridos por la recepción de inmigrantes, los problemas sociales por las cargas públicas aplicadas a todos los ciudadanos franceses, los ataques violentos de terroristas que se mimetizaban en los grupos europeos, y ante la falta de respuesta de la comunidad regional y también las asimetrías los países más desarrollados se vieron hastiados de estar sustentando a los más pequeños, con lo cual se llegó a la desaparición de esta comunidad, es decir, la extinción de la comunidad europea.
Al seguir el derrotero de la historia, en ese entonces me preguntaba si el mundo podría volver a este tipo de extremos, pero siempre pensando en lo que dicen algunas corrientes filosóficas que refieren que “la historia es cíclica”, es decir, en algún momento dado aquello que ha quedado en la memoria colectiva de la humanidad vuelve a repetirse. Seamos también sinceros, lo que ocurre es que existe un relativismo en casi todo por nuestras generaciones actuales, incluyéndose el hecho de que los bloques regionales actuales finalmente no han conseguido los objetivos que tenían, los problemas de la migración y además el país receptor suma con ellos una gran carga pública, que hace que quienes trabajan y pagan sus impuestos se vean afectados porque el Estado no retribuye lo que se requiere para ese ciudadano y sus hijos en educación, salud, por ejemplo. Vemos que esto realmente puede producir un retroceso en lo que se llegó a obtener como libertades ciudadanas.
Un hecho que tampoco puede pasar desapercibido es como dice la politóloga, también argentina, Yanina Welp, en su obra “Todo lo que necesitas saber sobre las democracias del Siglo XXI”, donde desarrolla la idea que es real y patente del descreimiento actual en el sistema de representación de la democracia, donde los ciudadanos finalmente están descontentos con sus representantes, y buscan una mayor participación que finalmente se lleva a extremos donde minorías ya no aceptan lo que la mayoría decide, y surge una intolerancia exacerbada, hasta violenta, donde finalmente la autoridad debe también imponerse y allí surgen más conflictos.
Ante estas situaciones vamos a la realidad actual, les había mencionado que el libro se publicó en octubre del 2015, antes del primer atentado terrorista en París, el cual ocurrió el 13 de noviembre del 2015, es decir, un mes antes del ataque. El 23 de junio del 2016, se llevó adelante el segundo referéndum en el Reino Unido, el primero fue en el año 1975 donde se aceptó la inclusión en la Comunidad Europea. En este segundo referéndum, conocido como “Brexit”, de las palabras “Britain y Exit”, donde se resolvió el abandono de la Comunidad Europea, los que estuvieron de acuerdo fueron Inglaterra y Gales, y los ciudadanos que votaron por la permanencia fueron Escocia, Irlanda del Norte y Gibraltar, pero por la densidad demográfica todos ellos aceptaron la decisión de la mayoría. Otro factor importante fue que en las elecciones en los Estados Unidos de Norteamérica el 8 de noviembre del 2016, ganó el conservador representante del Partido Republicano Donald Trump, a Hillary Clinton. Hace pocos meses ganó las elecciones, y ahora se hará cargo del país de mayor extensión y de mayor población en América del Sur, Jair Bolsonaro. Muchos mencionan que el mismo arremetió contra el establishment, que vino a chocar contra el sistema, pero para mí al menos lo que se vio fue que la gente se cansó de las políticas públicas de la izquierda brasileña liderada por Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff, quienes llevaron al extremo social a dicho país con sus subsidios, apretadas a los sectores productivos, y por sobre todo la tremenda corrupción de los integrantes de dichos gobiernos y de su agrupación política el Partido de los Trabajadores, conocido públicamente como el caso Lava Jato.
Lo mismo ocurrió en la República Argentina, donde la gente cansada del régimen populista con total desenfreno creó una generación de holgazanes y de parias costeados por el Estado, a partir del 2003 al 2015 estando en el poder Néstor y Cristina Kirchner, por lo cual el 10 de diciembre se hace cargo de la Presidencia de la Nación Argentina el empresario y conservador Mauricio Macri.
Hace poco tiempo, la periodista Viviana Benítez Yambay publicaba un artículo en el periódico ABC Color, en este sentido, donde daba varios otros ejemplos tanto en Europa como en América de la corriente que se orienta a la derecha, como el caso de partidos de ultraderecha en Alemania, contra Angela Merkel, quien mantiene la idea del apoyo a la inmigración y su apuesta a la Comunidad Europea; Viktor Orban en Hungría, nacionalista y conservador; Marine Le Pen, que va ganando adeptos en Francia, y otros ejemplos de partidos conservadores de ultraderecha en Italia como es el caso de Matteo Salvini.
Lo claro y concreto que el discurso dialéctico (tesis, antítesis y síntesis), que forma parte del socialismo, quedó varado en su tercera revolución tal como lo enseña en sus clases de Teoría del Estado el actual ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Argentina, el santafesino Horacio Daniel Rosatti, a quien tuve el placer de tenerlo de profesor en la Universidad Nacional de Rosario, quien explica claramente que en el discurso dialéctico, la primera lucha fue la del hombre libre y el esclavo, donde de la misma se obtuvo que estos últimos dejen de ser considerados como objetos y ser tratados como seres humanos; posteriormente se produjo la lucha entre el señor feudal y el vasallo, donde se rompe nuevamente con ese sistema contra los terratenientes, y después tenemos la lucha entre el Capital y el Proletariado, y surgen de esa contienda los derechos de los trabajadores, y aquí ocurre un hecho relevante, siempre siguiendo a Rosatti, pues esta dialéctica propuesta por Marx, en la Unión Soviética se le incluyen otros matices, pues se hablaba de distribución de las riquezas a todos en forma justa e igualitaria, sacrificándose esa generación por las que vendrían, se dio así una lucha de clases sociales entre el rico y el pobre, y a la vez una sociedad militarizada, pero pasaron los años, las generaciones y esas compensaciones no llegaron, salvo para aquellos que dirigían al país, como también sus aliados, y el pueblo cada vez quedaba más hambreado y sin reivindicaciones, por lo cual en el año 1990 se produce la disolución de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), como consecuencia del colapso económico y territorial (reforma de la Perestroiska), donde quedó demostrado realmente que el socialismo llevado como lucha de clases en un sistema militarizado era imposible de sostenerlo, además de utópico, pues existen diferencias que deben tratar de ser salvadas por el Estado como regulador pero no como parte directa entre el capital, los servicios y el ciudadano. Por tanto, la mayoría de los países con gobiernos socialistas terminan devastados y sus ciudadanos empobrecidos, con gobiernos que cercenan las libertades individuales, y en esta región del continente tenemos a un déspota que así gobierna a Venezuela, sin alimentos, medicamentos, con corrupción, estatización de todos los bienes y servicios, y un pueblo que no ve la hora de que ese gobierno termine, mientras emigran a países de América del Sur mientras ello ocurra.
Ante todos estos argumentos creo que la novela “París 2041” es visionaria en su trama, a la cual se llegaría inexorablemente en unos años ante el descreimiento en el sistema de representación de la democracia, las minorías que no respetan a las mayorías en las decisiones, donde apelan a la violencia incluso ante su intolerancia para hacer valer sus pretensiones; los problemas migratorios; los atentados terroristas en plenas ciudades con alta seguridad de países del primer orden por parte de fundamentalistas que se hacen pasar por refugiados; los colapsos económicos de aquellos países que estuvieron bajo los regímenes socialistas. Todo esto hace que se busquen soluciones en tipos de gobiernos de derecha, nacionalistas, con alta potencialización en su soberanía y abandonos de comunidades regionales.
Puedo estar equivocado, pero los acontecimientos me hacen ver que estamos yendo a París 2041.